Luis Arista Montoya*
Nuevamente. La informalidad pura y bruta, o la formalidad a medias, que imperan en el temerario reino del transporte público muestra resultados macabros. Ahora en la misma ciudad de Lima, cuyos índices de agresividad van en aumento debido a que la violencia conductual y acciones de informalidad que ejercen sus habitantes se dan como normales estilos de vida.
En el fatídico accidente de tránsito suscitado en las faldas del cerro San Cristóbal (que ha cobrado diez vidas humanas, además de muchos heridos graves)) se ve patentizada una vez más la informalidad empresarial y la rudeza mecanizada de choferes, que apenas saben sumar y multiplicar los soles que ganan a la prepo y a las ganadas, sin respeto al Otro, al prójimo.
Pero también se ha dañado la historia y memoria urbanística de la vieja ciudad de Lima y de su cerro tutelar (el Apu San Cristóbal). En las grandes ciudades los cerros aledaños son incorporados al paisaje urbanístico. Así es, por ejemplo, en Barcelona, en París, Roma, en México y, para no ir muy lejos, en Quito, en Bogotá, o en Rio de Janeiro, donde las ciudades están conectadas con sus cerros (lugares turísticos fascinantes) mediante teleféricos, tranvías, funiculares, telecabinas., o carreteras seguras.
Desde hace más de una década se viene prometiendo en Lima construir un teleférico hacia el cerro San Cristóbal; después se prometió el teleférico a Choquequirao, en Apurímac. Y nada. Pura fufuya. Hasta que por fin se construyó el primer teleférico del Perú en Amazonas para ir hacia la ciudadela de Kuélap, partiendo del hermoso y bucólico pueblo de El Nuevo Tingo. Gran orgullo para los amazonenses. ¡Eso es modernidad! ¡Eso se llama progreso con respeto a la dignidad humana!
Como Apu, el cerro San Cristóbal tiene una longeva historia. Dese que el curaca Taulichusco fundara Lima prehispánica, fue un cerro tutelar de las culturas preincaicas de Maranga e Ychma, asentadas en tres florecientes valles costeños: del Rímac, del Chillón y de Lurín. Claro que existen otros legendarios cerros como San Lorenzo (Callao), San Cosme, el Morro Solar, Lomo de Corvina, y otros, muchos de ellos con riqueza arqueológica; cerros que a partir de los años 40 del siglo pasado fueron invadidos por provincianos, fundando desordenados Asentamientos Humanos.
Desde la cumbre del Cerro San Cristóbal se contempla la belleza arquitectónica del gran Centro Histórico de Lima, de gran parte de la ciudad y de su mar. Hasta 1991 este pétreo cerro, ubicado en el distrito de El Rímac, que colinda con la Plaza de toros de Acho, el Paseo de los Descalzos, el Paseo de Aguas, el viejo convento de los Descalzos, y el Club Revólver, estuvo muy abandonado; en sus faldas se construyeron casuchas sin ninguna planificación. Era un cerro miserable, delincuencial, impenetrable. De cara al local del Congreso, a la Cámara Nacional de Comercio (CONACO), y del mismísimo Palacio de gobierno
En 1966 tuvimos la oportunidad de escalar su cima durante una práctica del curso de Geografía cuando estuvimos en el primer año de universidad. Allí nuestro profesor nos mostró cómo el cerro fue producto de la estratificación geológica que duró siglos; y que funcionó como vigía (el Apu) de grandes haciendas agrícolas circundantes de antaño; y que durante la ocupación de Lima por los chilenos, se convirtió en fortín de defensa, como lo fue el Morro Solar en Chorrillos.
Apelamos a un testimonio digno de rememoración. Cuando en la década del 90 Sendero Luminoso(es decir su cúpula) abandona el monte (debido a que los campesinos y las rondas campesinas comenzaron a defenderse con auda de las fuerzas Armadas) y da el salto (táctico, dicen que por orden de Abimael) y llega a Lima, lo que hacen sus huestes es tomar por asalto cerros y pueblos jóvenes, declarándolos “zona roja” y “zona liberada”. Es así como- a vista y paciencia de todos- durante las noches prendían mechones de luz en las faldas del Cerro San Cristóbal, vivando a Sendero y dibujando la hoz y el martillo. Trataban de meternos miedo, temor y terror. Algunas noches(de apagón, con velas) Lima parecía una ciudad sitiada; mientras que la cúpula senderista estaba escondida en una hermosa residencial del distrito de La Molina, bebiendo vodka, comiendo caviar, bailando Zorba el Griego. Mientras estos libidinosos jefes gozaban, sus intonsos seguidores luchaban como carne de cañón.
Es así que el gobierno de entonces y las Fuerzas Armadas actúan de inmediato para recuperar los cerros de Lima. Por orden del presidente Alberto Fujimori el ejército construye, a combazo limpio y con maquinaria de perforación, una sinuosa carretera hasta la cumbre del pétreo Cerro San Cristóbal; abren un catastro de casas y habitantes, se urbaniza y se les dota de agua y desagüe, de luz eléctrica, además del pintado multicolor de puertas y paredes, con la ubicación de grandes maceteros de cemento con plantas típicas. Los soldados se ganaron la confianza de esas gentes. ¡Adiós Sendero! ¡Fuera mechones!
Y es en ese momento en que entramos a tallar. A la Dirección Nacional de Cultura se nos encargó construir en la cumbre del cerro San Cristóbal una gran Cruz de fierro, un mirador turístico con largavistas, además de un museo de la ciudad. La investigación MEMORIAS DE LIMA (4 tomos) del arquitecto limeño Juan Gunther Doering, nos sirvió para hacer el diseño museográfico; además mandamos construir un restaurante- antes del boom gastronómico-que ofrecía comida criolla, además de dulces y postres propios de Lima colonial y republicana.
Para el día de la inauguración y los sucesivos días de visita, se prohibieron que subieran buses o microbuses. Los invitados se concentraron abajo, por seguridad (no olvidemos que los terroristas estaban ya en Lima), en el cuartel de caballería contiguo, llamado El Potao, perteneciente a la Policía Nacional; desde ahí ascendieron los invitados en minivans hasta la punta del cerro. Felizmente no pasó nada. Pronto San Cristóbal se convirtió en un polo turístico, para agasajos, en un point para excursionistas, enamorados y novios; en santuario de peregrinación durante la Semana Santa(a lo largo de la carretera estaban escenificadas las estaciones del calvario de Cristo)
Permaneció mucho tiempo como destino turístico urbano fascinante. Hasta que empezó la querella entre las autoridades municipales de Lima y del Rímac, disputándose la administración del lugar; mientras tanto, por las rendijas penetraron las polillas de la informalidad, manejada por angurrientos empresarios, con choferes semianalfabetos, con microsbuses de dos pisos piezados (sin revisión técnica), apañados por autoridades venales que ahora se pasan la pelota frente a la ignominiosa tragedia de la semana pasada.
No esperemos- como dice la canción de Chacalón- que la gente humilde baje iracunda de los cerros. Respetemos a los Apus. Y para terminar- como chachapoyano que soy-, invoco respetar nuestros cerros tutelares: al de Puma Urco, Luya Urco, El colorado, El Blanco, al de Shundor. No vaya a ser que las polillas de la informalidad nos invadan, ahora que la ciudad va creciendo con cierta desmesura, cuando se reconstruye tardíamente la carretera al aeropuerto. Pues, hay que brindar plena seguridad y buen trato a todos los turistas, sin distinción alguna.
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*EDITORIAL. Para Radio Reina de la Selva. Lima 13 de julio de 2017. Luis Arista Montoya.
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