10/11/17 - 06:44
Luis Alberto Arista Montoya*.
Nuestro homenaje estaba pendiente. El día de ayer se cumplió un mes de la trágica partida del pintor Fernando de Szyszlo y de su esposa Lila Yábar. Murieron acompañados. Él fue un preclaro representante de la pintura abstracta latinoamericana, con valor estético andino- universal. Arquitecto de sí mismo durante 92 años (nació un 5 de julio 1925- murió el 9 de octubre 2017)
He aquí algunos recuerdos y reflexiones. Mientras escribo estas líneas, me asedia la belleza enigmática de un cuadro suyo expuesto en la pared de mi sala, mientras, al mismo tiempo, tomo notas extraídas de su autobiografía La vida sin dueño (Alfaguara, junio 217), presentada el año pasado en la Feria del Libro de Lima. “Siempre he creído- escribió -que lo único que cuenta para apreciar si una persona tiene talento o no es la vocación. Esa compulsión, esas ganas de hacer cosas. La meta del pintor no es el cuadro, ni mucho menos la exposición; el cuadro es solamente el testimonio, el despojo que queda de la batalla por expresarse, por comunicar, por emplear la pintura como lo que es: un lenguaje. Los constantes estímulos me llevan a explorar fronteras desconocidas de la forma”, acota Szyszlo en la página 35 de su mencionada autobiografía. Dichas palabras sintetizan su pensamiento estético.
La noche del 8 de junio de 2016 fue la última vez que vi al pintor cuando me lo presentó la crítica de arte Elida Román (argentina de nacimiento), quien nos convocó a una cena para despedirse de algunos de sus amigos peruanos en la Galería de Arte de San Isidro, pues retornaba a su país después de bregar a favor de las artes plásticas durante muchos años en Lima. Varias veces don Fernando la eligió a ella como curadora de varias de sus magistrales exposiciones. (Los amigos de Elida también esperamos ansiosos sus memorias). En dicha cena conversamos de Arte y, sobre todo, del valor de la Amistad. Salí muy contento, pensando que era la primera vez que conocía al notable pintor, lúcido y expresivo a sus 91 años.
Luego rememoré. Estaba equivocado, le había conocido muchos años antes (el 2011). Solo que no lo recordaba, pues hace algunos días mientras arreglaba mis papeles me topé por azar con unos apuntes y con unas fotografías acompañando al Maestro, en otra noche memorable. Incluso, muchísimo antes lo conocí: porque desde los años 70 - cuando impartía en la Universidad Cayetano Heredia el curso de Estética y Axiología- mis alumnos tuvieron que asistir como requisito a la exposición de sus pinturas, a manera de práctica. Conocer a un pintor por su Obraje es la mejor forma de conocerlo. Entiendo por Obraje a la unidad indivisible entre Vida/Obra, enriquecida por la vocación, inspiración y transpiración del hombre creador de carne-hueso-espíritu.
Arquitecto de sí mismo
Como dije anteriormente, conocí personalmente a don Fernando de Szyszlo el 22 de marzo de 2011, por vez primera, gracias a una invitación que nos hiciera la Alianza Francesa de Lima, para la presentación de la traducción al español del ensayo “Eupalinos o el Arquitecto” del poeta francés Paul Valéry, traducción realizada por el arquitecto peruano Adolfo Córdova. Uno de los expositores fue el pintor Fernando de Szyszlo, donde contó sobre su frustrada carrera de arquitecto para terminar optando por el dibujo y luego por la pintura; habló también sobre su amistad con arquitectos peruanos a través de la edición de la revista Espacio que influyó mucho a favor de modernización de la arquitectura peruana; y sobre sus poetas franceses preferidos, como Paul Valéry, Mallarmé, Baudelaire, y otros. Estaba convencido que una bella obra arquitectónica o pictórica también es poesía concreta; porque “el artista debe cultivar su sensibilidad a través del intelecto”.
Un método de investigación para comprender las motivaciones de la creación artística es tomar como punto de partida lo que dice cada artista de su propia obra, o sobre una obra ajena. Su intuición sensible y su racionalidad ayudan a los críticos e historiadores del Arte para que sus estudios tengan sustento.
Esa noche en la Alianza Francesa tomé algunos apuntes que ahora los evoco en homenaje al creador de “Yawar Fiesta”, pintura inspirada en el sentimiento y pensamiento antropológico andino de José María Arguedas, uno de sus entrañables amigos
En el ámbito de la investigación científica funciona la idea de demarcación del campo y método de estudio; en cambio, en el ámbito de la creación artística no es así, pues en el quehacer y en la obra de todo auténtico artista todas las artes se funden, confunden o fusionan misteriosamente hasta que, por fin, brota la obra como algo original.
Sacralidad de Kuélap
La obra pictórica de Fernando de Szyszlo parte siempre de una forma y figura arquitectónica primigenia que, poco a poco, se colorea dialécticamente de poesía y música clásica. De ahí su predilección por las líneas, estructuras y volúmenes propios de la arquitectura inca y de otras culturas prehispánicas, como la arquitectura de Kuélap, monumento pétreo que fascinó al pintor. “Recién comprendo por qué los incas se demoraron en conquistar a los Chachapoya, es porque Kuélap está muy lejos”, había expresado con cierta ironía, al llegar jadeante a la cumbre. (Mucho antes, claro está, de la inauguración del Teleférico que ahora nos transporta en 20 minutos desde el bucólico pueblo Nuevo tingo situado en el Valle Sagrado de los Chachapoyas.).
Estoy seguro que algunos de sus cuadros posteriores llevan la impronta de kuélap y de sus bosques nubosos, porque su mirada y la intencionalidad de su conciencia estética obedecían a su vocación por las formas arquitectónicas cubiertas bajo el dominio de colores tenues, bajo ambigüedad poética y cadencias musicales gozadas mientras manejaba sus mágicos pinceles. La Música de Juan Sebastián Bach, Chopin, Bethoven, Mozart, lo asediaron permanentemente en su taller.
Al visitar el lugar de culto llamado Kuélap – tal como sucedió cuando visitó Machu Picchu - seguramente hubo de recordar una cita del Génesis que siempre tuvo presente: “Este lugar es terrible, Dios habita aquí”. Intuición mística que ahora abona mi idea de sacralidad del Valle Sagrado de los Chachapoya. ¡Gracias Maestro!
Al poeta francés Paul Válery (que vivió entre 1871-1945)- uno de sus poetas preferidos- se le pidió cierta vez escribir un prefacio para un gran álbum sobre “Arquitecturas”, publicado por MM. Sue et Mare; y lo que entregó fue un diálogo ficticio de dos difuntos inmortales: Sócrates y Fedro, sobre la obra del arquitecto Eupalinos. Válery trasladó a la época moderna el diálogo erótico “Fedro o de la Belleza” escrito por Platón, para quien la belleza o es un objeto de amor (un templo), o una aspiración subjetiva al mundo del ser (la música), al cual lo bello pertenece.
Valéry admiró la musicalidad de la obra arquitectónica de Eupalinos, un arquitecto griego (del siglo –VI), hijo de Naustrofo de Mégara. Constructor del acueducto de Samos, hacia el año 530 a.C , de casi mil metros de longitud. Bajo el gobierno del tirano Polícrates participó en la construcción de varios de sus palacios; se le atribuye también la fuente de Mégara. “Yo era amigo de él. Encontraba en él la fuerza de Orfeo”, cuenta Fedro a Sócrates.
Ahora, gracias a su predilección por la obra de Valéry, el reputado arquitecto peruano Adolfo Córdova Valdivia ha traducido al español/peruano esta joya bibliográfica (Edición: Colegio de Arquitectos del Perú y Fundación Franco Peruana; Lima, diciembre 2010), en donde Valéry considera el parentesco entre música/arquitectura como matriz superior a todas las otras artes.
La tesis central de Eupalinos es: “Cuando diseño una morada (sea para los dioses, sea para un hombre), y cuando busco su forma con amor, me esmero en crear un objeto que regocije a la mirada, que dialogue con el espíritu, que atienda a la razón y a las numerosas necesidades… te diré esta cosa extraña que me parece que mi cuerpo es de la partida…Este cuerpo es un instrumento admirable, el cual, estoy seguro, los hombres todos, que lo tienen a su servicio, no lo usan plenamente” (p.44ss. , hasta aquí la cita del arquitecto griego Eupalinos).
Chachapoyas, morada de nuestro ser
La casa de uno está construida para que more nuestro cuerpo, para ser cuidado; inmersa en un barrio, en una ciudad que también debe ser morada. La ciudad como extensión de nuestra morada hogareña. Es lo ideal. Es lo que ansiamos, por ejemplo, respecto de nuestra ciudad Chachapoyas, por lo que debe ser cuidada y respetada por todos los que moran en ella, y por sus restauradores, como los arquitectos del Plan Copesco en estos tiempos.
Toda construcción arquitectónica debe ser una morada en busca de la inminente felicidad humana (que es una aspiración). “Es preciso – decía Eupalinos – que mi templo conmueva a los hombres como los conmueve el objeto amado”.
Contra los edificios “mudos” (fríos) hay que construir – con el talento del Arquitecto o con el favor de las Musas – edificios que “hablan”, que “cantan”. “Esos edificios que no hablan ni cantan no merecen sino desdén, son cosas muertas, inferiores en jerarquía a ese montón de albañilería que arrojan las carretillas de los contratistas…”. Toda una lección para la gente chachapoyana para que nuestra ciudad siga siendo una ciudad/morada, acogedora, apañadora. Ahí radica su ventaja turística comparativa, por ser el centro referencial de la Ruta Turística Antigua Chachapoyas, una de las seis rutas que conducen al Valle Sagrado de los Chachapoyas, como es lo que venimos postulando hace algún tiempo.
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*EDITORIAL. Para Radio Reina de la Selva. Lima 9 de octubre 2017. Luis Alberto Arista Montoya.
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