20/01/17 - 06:03
Luis Arista Montoya*
Debido al avance del populismo nacionalista, del fundamentalismo religioso, del terrorismo, de la corrupción, del narcotráfico y de la delincuencia común, en casi todo el mundo entero, la civilización está puesta a prueba. Y lo está también, por supuesto, la democracia que fue (y es) justamente el sistema político que nos permite vivir civilizadamente. La barbarie, la vulgaridad merodean por doquier.
Lo grave es que la misma especie humana- a través de los grupos de poder, grupos de presión y grupos fácticos- ha elegido y permite caer en esta paradoja existencial, donde además los ciudadanos no sabe elegir y escoger a sus representantes políticos, a sus líderes, por ejemplo.
Nuestro país vive actualmente una crisis de representatividad política porque el mercado político con el que cuenta es un mercadillo de menudencias, piltrafas y especerías que sólo sirven para-mediante la banalidad de promesas- condimentar y aderezar comidas en tiempo de elecciones. Producidas estas, dichas promesas (y sus autores) se esfuman, se vuelven líquidas, se desechan como papel kleenex, y así sucesivamente sigue la tómbola.
La democracia está en crisis. Y empeorará a causa de la neutralidad de sus propios líderes, y debido a la apatía generalizada en que puedan caer los electores, porque la desconfianza en la clase política se ahonda cada día. Pese a los simulacros de relevo generacional esta clase política es en gran parte una clase con poca clase, es chusca, con mínima categoría, proclive a la corrupción; lo mismo pasa con un buen sector de la clase empresarial y de la clase laboral. Al no existir conciencia de clase las relaciones sociales se precarizan.
Estas líneas aparentemente pesimistas, precisamente, van en homenaje a Zygmunt Bauman, sociólogo de origen polaco fallecido el pasado 9 de enero que hasta el final de sus 91 años criticó mediante un lúcido pesimismo el individualismo y las desigualdades causadas por el fundamentalismo neoliberal reinante en Occidente. Su partida ha significado una gran pérdida de la conciencia moral crítica de la globalización.
Su obra emblemática es Modernidad líquida, publicada en 2000, el mismo año vio en que vio nacer en Seattle el primer movimiento de protesta contra la globalización. Pasará a la historia de las ideas del Siglo XXI como el teórico de la modernidad líquida, esa forma de organización social en la que todo se descarta, nada permanece, en la que todo es fugaz, incompleto, indefinido; donde todo lo sólido: las teorías, certezas y paradigmas van desapareciendo a través de alcantarillados, bajo el asedio de una información electrónica que cada vez empacha más el cerebro humano cuando los internautas debaten en “zonas de confort” con sus pares, con quienes piensan igual que ellos, a través del facilismo expeditivo y anónimo de las redes sociales. El recurso de los tuits está sustituyendo a las argumentaciones y tesis válidas para el debate y el diálogo.
Bauman nos invitó, en términos políticos, volver a pensar como los griegos: mediante el poder racional del “logos”, y el poder emocional del “mythos”: es decir, para que la lógica racional y la estética (el arte y la ética) otorguen sentido a nuestras vidas.
Su pensamiento va desde la filosofía clásica griega hasta la comprensión sociológica de la actual crisis política europea. Desde el ágora de la plaza pública ateniense (local) hasta el ágora pública de la aldea global producida por las redes sociales en la internet.
“El ágora [en la Grecia clásica]- decía- era el lugar donde la gente se reunía para discutir sus intereses privados y transformarlos en asuntos públicos. A la vez se convertía el interés público en derechos y obligaciones individuales”. Posteriormente el mundo democrático evoluciona eligiendo “unos líderes para escuchar a los electores y seguir su dirección. Existía la presunción silenciosa de que presidentes, reyes o príncipes seguían esos intereses. La democracia se ha movido 300 o 400 años en esta dirección. Ahora ocurre el colapso de la confianza. La creencia de que los líderes no solo son corruptos o estúpidos, sino incapaces [ya no hay líderes sino asesores, que quieren cambiar el mundo a golpe de clic]. El matrimonio entre poder y política en manos del Estado-nación se ha terminado”, sentenció con acierto últimamente Zygmunt Bauman.
Palabras mayores que nos ayudan a diagnosticar la presente crisis de valores que viene padeciendo nuestro Perú.
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*EDITORIAL. Para Radio Reina de la Selva. Lima 18 de enero de 2017. Luis Arista Montoya.