No se Pablito si después de muerto, te volveré a ver porque tú eres de las almas predestinadas.

Se acostumbra decir a menudo que cuando hay grandes emociones, se hace un nudo en nuestra garganta y las palabras se niegan a salir, pero en mi caso es diferente, las frases vienen de mi alma, y son una mezcla de gratitud excelsa, que ha sido guardada casi por 50 años.

Nunca hubo una profanación de ese secreto tan bien guardado entre Pablo Rubio y mi persona, pero ahora que el espíritu de un hombre bueno, alzó vuelo hacia la eternidad, es mi deber darlo a conocer, como homenaje a la virtud, de un alma blanca sin parangón.

En el momento más triste de mi existencia, encerrado en 4 paredes de azulejos, donde el silencio y el gorgotear del suero y la respiración jadeante de un ser muy amado se va acabando, necesitaba sangre y un hombre piadoso, sin pensar dos veces extendió su brazo y fue donante.

Pasaron los días aciagos y no estaba enterado de nada, hasta que una persona me contó el gesto de tanta bondad de Pablito Rubio, a quien con lágrimas en los ojos, me acerqué, y sin inmutarse, como si su gesto no tendría ninguna importancia, me dijo: “No tienes por qué agradecerme Papita, estoy seguro que tu hubieses hecho por mí, en las mismas circunstancias” y como proceden las almas generosas, sin vanidades ni protagonismos, me pidió que sea un secreto entre nosotros, hasta la muerte.

Ahora que ha pasado el tiempo, en que las heridas han cerrado, dejando enormes cicatrices imborrables, tengo el compromiso de honor, sin romper ningún juramento, de dar a conocer esa cualidad y más que una cualidad una virtud porque la grandeza de un hombre tal vez no se mide ni por lo que tiene ni por lo que sabe, sino por aquellos destellos luminosos que guardan los hombres buenos escondidos en un rincón de su alma.

Fuimos de diferente generación y nuestra amistad solo se manifestaba en los salones del Club Higos Urco o en los partidos de fútbol en la cancha de Belén, donde llegaba junto a otros amigos, a lo que vanidosamente, lo llamábamos el camarín, para darnos aliento y contagiarnos su espíritu combativo propio de su estirpe y su orgullo de ser higosurquino.

En Lima, nos volvimos a ver cuándo un día llegó a mi domicilio en compañía de mi compadre Julito Eguren Ponce de León, para solidarizarse con nuestra familia, en esos momentos en que la mezquindad artera había perturbado toda nuestra tranquilidad y nos había sumido en una tremenda pena. La presencia de ellos me hizo entender que los sentimientos generosos y sinceros de personas de espíritus nobles, te levantan el ánimo y te demuestran que las batallas de la vida, aunque sean mal llamadas derrotas, siempre son ganancias, como así hemos sido bendecidos con los resultados obtenidos de un angelito que es nuestra alegría y nuestro orgullo.

Pido perdón a Dios, pido perdón a su familia, me pido perdón a mí, por relatar estos hechos que quizás quedarían en el más oscuro olvido, pero es mi obligación moral relatarlos, para que se conozca en su verdadera valía la vida de un hombre, lleno de probidades, lleno de bondades y que la implacable garra de la muerte priva a sus seres amados de su presencia física y ojalá que los inmensos hechos que relato, les den un poco de consuelo, al conocer unos pequeños rasgos de su extraordinaria y admirable personalidad.

Querida Natita, tu adorado Pablito de arriba del cielo, estará derramando a raudales amor y bendiciones para ti, sus amados hijos y nietos y allí en el santuario donde descansan sus restos las lágrimas que broten de tus ojos sean el agua viva que vigoriza vuestro amor eterno.