15/05/20 - 04:18
Luis Alberto Arista Montoya*
A casi todo el mundo, entre personas e instituciones, esta crisis global causada por la pandemia universal del Covid-19, nos ha sorprendido, nos mantiene en ascuas. Decimos “a casi todo el mundo” porque, es muy posible, que a algunos científicos especializados en microbiología y bioquímica que trabajan en laboratorios no les haya sorprendido tanto, aunque sí su agresividad, duración y expansión global.
De manera que ahora la comunidad científica está trabajando arduamente para encontrar antídotos que bloqueen los “misiles” que dispara el coronavirus contra las células humanas, y para encontrar una vacuna definitiva. Los laboratorios trabajan a modo-competitividad para ver quién se erige como el descubridor de la naturaleza del bicho “maligno” y quién como el creador de la vacuna curadora.
Lo lógicamente científico y humano es que todos los laboratorios y científicos trabajen solidariamente en forma interdisciplinaria, solventados económicamente por todos los Estados paciente. Pero esto no va ser así pues. Porque cada uno tiene su propia metodología de investigación científica bajo un determinado marco conceptual, y cada laboratorio tiene sus propios intereses comerciales y económicos. Además la industria farmacéutica no cree en nadie.
Los laboratorios que están compitiendo proceden de los siguientes países : China (para satisfacer su conciencia infeliz y alimentar su poder); Australia (que tiene quizá el mejor equipo de investigadores); Alemania (con sus científicos de gran poder intuitivo y disciplina epistemológica); Francia (caracterizado por su racionalismo científico desde la época de Louis Pasteur y de los esposos Curie); EE.UU (dueño de ingentes laboratorios universitarios y particulares, y que compite para satisfacer también el poder egolátrico de su presidente); el Reino Unido (porque desde el siglo XVII apostó por el empirismo científico con Newton y Francis Bacon (dos científicos que influyeron en la formación filosófica y pedagógica de nuestro paisano Toribio Rodríguez de Mendoza en la segunda mitad del siglo XVIII; allí la Universidad de Oxford puede dar la buena nueva); Israel tiene un gran equipo de laboratorios de experimentación; y Cuba- a pesar de sus limitaciones de infraestructura – presta suma importancia a la investigación científica, sobre todo en la Clínica Elcira García y el hospital público Pando, trabajan silenciosamente buscando la cura del Sida, por ejemplo). Y Perú, a pesar de que no pertenece a las grandes de ligas mundiales de investigación, propicia pruebas y experimentos en el Instituto Nacional de Salud, en la Universidad Cayetano Heredia y en algunos laboratorios particulares.
En lo que si concuerdan estos laboratorios es que es probable que en el segundo semestre del presente año lleguen a crear la vacuna. Decimos, es un decir, que en octubre puede haber milagro, contraviniendo el título de la hermosa novela En Octubre no hay Milagros, escrita por Oswaldo Reynoso en los años 60 del pasado siglo. Pues, debido al acceso a la información de pesquisas de investigación este escribidor cree que en octubre habrá “milagro” no de una sino de varias vacunas, porque el virus tiene mutaciones diversas con cepas localizadas.
Pero en la investigación científica no hay milagros, existen búsquedas incesantes, pesquisas, indagaciones, hipótesis y tesis, aunque tampoco estén descartadas las felices casualidades. Además, los grandes descubrimientos, las creaciones, los inventos que revolucionan la ciencia llegan silenciosamente dando pasos de paloma. Para decirlo en buen chachapoyano: como pasos de lic- clic sobre una pampa de un hermoso potrero de El Prado.
En estos mismos momentos la ciencia también está en crisis: necesita de un nuevo paradigma. El físico de Harvard Thomas S. Kuhn en su libro La Estructura de las Revoluciones Científicas (publicado en 1962), dice que un paradigma es un modelo o patrón aceptado en una época en la cual la ciencia funciona en forma normal; pero cuando aparece un fenómeno desconocido (como el Coronavirus, por ejemplo) se produce una crisis de paradigmas y es cuando aparece la “ciencia extraordinaria”, donde bullen nuevas hipótesis e intuiciones creativas, la tensión dialéctica entre Conjeturas/Refutaciones.
“Los episodios extraordinarios en los que se produce un cambio en los compromisos profesionales se conoce como revoluciones científicas. Se trata de episodios destructores-de-la-tradición de la ciencia normal”, dice Kuhn.
Sería muy importante que los científicos en formación, como los pertenecientes a la universidad Nacional Toribio Rodríguez de Mendoza, tengan la obra de Thomas Kuhn como una especie de “biblia” para consolidar sus competencias. Él nos ha enseñado que la ciencia no avanza como un proceso acumulativo y estable; los periodos de ciencia normal ligados a una tradición se ven interrumpidos por rupturas violentas no acumulativas en las que la ciencia se revoluciona, destruye los paradigmas desgastados y los sustituye con otros nuevos.
Esta es la filosofía de la ciencia que necesitamos y que da sustento a toda investigación Sin apurarse, sin correr, caminando seguro y firme, a paso silencioso de “lic-lic”. Y, por supuesto, con una sostenida inversión económica. Así se llega a buen puerto.
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*Editorial. Para Radio Reina de la Selva. Lima 15 de mayo de 2020. Luis Arista Montoya