20/08/20 - 04:24
Luis Alberto Arista Montoya*
Durante la época del llamado “Siglo de Pericles” se consolidó la gran cultura griega, cuyo epicentro fue la ciudad-Estado de Atenas, pues por aquel entonces cada ciudad era un estado independiente. Pericles es considerado el más grande estadista de la antigua Grecia, gobernó Atenas durante más de treinta años. Sus últimos años de gobierno fueron muy difíciles.
Cual demócrata populista- para subir su popularidad- desencadenó la guerra del Peloponeso contra la ciudad-Estado de Esparta y sus aliados; una guerra que duró 27 años. Los ciudadanos se hartaron de él y fue juzgado por corrupto y le multaron por 50 talentos, es decir, con más de 61 mil dólares, por haber robado al pueblo de Atenas. Luego vino una peste, de resultas de la guerra, que liquidó a una cuarta parte de la población, incluidos algunos de sus hijos, tal como nos lo narra el periodista norteamericano William Jacob Cuppy, en su ingenioso libro titulado Decadencia y caída de casi todo el mundo que se publicó - paradójicamente- el año 1971 en la Habana, en plena autocracia de Fidel Castro, quien se creyó inmortal, como Pericles. (Dicho sea de paso: recomendamos su lectura a los políticos peruanos, sobre todo a los que sienten adicción por el poder.
Pericles murió víctima de la “Plaga de Atenas” en el año de 429 a.C. Luego vino una feroz polarización entre los atenienses. Este fue escenario de odio de los “filósofos” sofistas (filósofos oficialistas) contra el gran filósofo humanista Sócrates, a quien lo dejaron vivir hasta la terminación de la guerra, hasta que fue condenado a beber el veneno de la cicuta por no aceptar ser expatriado de su tierra Atenas, murió a la edad de 70 años. Fue acusado por los sofistas de no creer en los dioses del Olimpo Griego y por corromper a los jóvenes con “ideas falsas” (léase ideas críticas al sistema)
La llamada “Peste de Atenas” es registrada por los historiadores como la primera epidemia que padeció la humanidad (aproximadamente en el año 430 a. C.). Fue una epidemia que comenzó en Etiopía, pasó a Egipto, Libia y llegó a Grecia, donde fue más grave a causa de la encarnizada guerra entre Atenas y la militarizada ciudad-Estado de Esparta.
Sócrates no dejó ningún libro escrito, practicó el diálogo, la cultura oral. Solía salir a plazas y calles a reunirse con los jóvenes para conversar de todo, aplicando su método de la ironía (crítica irónica del poder) y de la mayéutica que consistía en descubrir la verdad dialogando mediante el ejercicio de preguntas y respuestas en forma colectiva.
Dos fueron los principios fundamentales que inculcaba a los jóvenes: uno, el de “conócete a ti mismo” para luego conocer a los demás y los problemas de la humanidad; y, dos: “Solo sé que nada sé”, porque al conocimiento de la verdad de los hechos se llega con humildad, reconociendo que el principio primero es nuestra propia ignorancia, pero que mediante el diálogo entre personas racionales se puede arribar a la verdad mediante el consenso.
Ahora y Aquí. En todo el mundo. A raíz del origen y consecuencias mortales del misterioso coronavirus, todos nos hemos vuelto socráticos. Solo sabemos que nada sabemos. Aunque por ahí pululen algunos “sabiondos” que opinan a cada rato sin fundamento alguno, ninguneando a los verdaderos científicos que están trabajando seria, silenciosamente, con circunspección científica.
Cual Sócrates moderno de esta Ciudad-Mundo acaba de opinar sobre esta pandemia, a sus 91 años de edad, el viejo filósofo alemán Jurgen Habermas. Haciendo honor, una vez más, de su humildad intelectual ha declarado, para el diario alemán Kolner Stadt-Annzeiger, lo siguiente: “Nunca habíamos sabido tanto de nuestra ignorancia como ahora ante la crisis del coronavirus”. Solo sabemos que nada sabemos. De esa manera se explica nuestra desesperación, nuestra angustia existencial; aunque algunos científicos serios, seguramente, saben algo más que otros, prefiriendo callar hasta no descubrir los orígenes del virus y la tan ansiada vacuna. En el mundo entero hay una vuelta a la sabia ignorancia de Sócrates: “Solo sé que nada se”.
Y que en forma conjunta los científicos y científicas dialoguen y que por consenso académico intersubjetivo encuentren una pronta solución. Aspiramos que así sea. Ojalá que no primen los nacionalismos.
Mientras tanto, modestamente, en nuestra calidad de exalumno del maestro Habermas, sostenemos: que estamos ante la más grave de las patologías de la modernidad. Estamos ante el primer virus postmoderno (por ser global), pues ha brotado de las propias contradicciones internas e injustas de la modernidad inconclusa que viene imperando muy oronda desde la llamada globalización.
“Las patologías sociales no pueden medirse en función de los estados de normalidad biológica, sino en función de las contradicciones en que se ven envueltas las interacciones sociales entrelazadas comunicativamente, a causa del poder objetivo con que los engaños y autoengaños pueden llegar a enseñorearse de una práctica cotidiana dependiente de la facticidad de pretensiones de validez”, dice Habermas en su libro El Discurso filosófico de la Modernidad ( publicado en 1989, año en que cayó el Muro de Berlín).
Siendo el abuso y el maltrato de la bondad de la naturaleza la peor de las patologías de esta modernidad, a causa de que los grandes grupos de poder económico y político no respetan las leyes de la naturaleza: la sobreexplotan en forma intensa (tala legal e ilegal, minería formal e informal, escasez de agua, hambruna, contaminación, calentamiento global, etc.). Sin pensar en el daño que están haciendo a las presentes y futuras generaciones que pueden llegar a sobrevivir en una naturaleza baldía y enferma a causa de la voraz sociedad de consumo donde todo se vende y todo se compra porque todo es desechable y se licúa para volver a ofertar y comprar ad-infinitum.
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EDITORIAL. Para Radio Reina de la Selva. Lima 20 de agosto de 2020. Luis Alberto Arista Montoya.