24/11/20 - 05:30
Luis Alberto Arista Montoya*
Tributo al honorable policía don Bernardino Arista Mori y a toda su generación.
Este escribidor es hijo de un ex policía de la antigua Guardia Civil del Perú. Soy pues “hijo de tombo”, así, de esa manera me insultaban todos los días los vagos (los ninis voluntarios de aquella época) cuando iba camino al glorioso Colegio Leoncio Prado de la Guardia Civil, hoy llamado Túpac Amaru, en el antiguo Barrios Altos de la ciudad de lima. Como buen chachapoyano yo pasaba impávido, sin sentirme aludido. La palabreja tombo estigmatiza al policía hasta hoy en día.
En estos días de revuelta juvenil se ha vuelto a proferirla a todo viento. Pues cuando el país se arrastraba a duras penas, lentamente, como un arcaico dinosaurio hacia la “celebración” de su Bicentenario, de pronto, faltando 8 meses, se produjo la gran movilización juvenil del 14 de noviembre (14N) despertando al viejo dinosaurio haciéndole crujir sus precarias articulaciones institucionales. Volvió la cultura del ágora pública y, por tanto, también el ataque y la provocación versus represión policial. Es cuando murieron dos manifestantes y muchos heridos, producto de la ira colectiva empozada.
Si este fenómeno es o no un cambio generacional lo analizaremos en otra oportunidad. Hoy solo deseo referirme al caso policial (que por ley y legitimidad maneja el monopolio de la violencia, en resguardo de la vida, de propiedad pública y privada). Aunque también gente indeseable azuzó a los jóvenes, infiltrándose, y a río revuelto ganancia de pescadores. Siempre es así, y será.
El nuestro es un país contradictorio: en tan solo una semana de pronto pasamos de tener un presidente chabacano con un primer ministro campechano, a tener y reconocer, con esperanza, a un presidente académico, ilustrado (Francisco Sagasti) con una premier especialista en Derechos Humanos (Violeta Bermúdez). Todo un lujo. Pero no fue por elección democrática de los ciudadanos, sino por mediación de los votos de un precario e impopular Congreso. Por otro lado, también después de aplaudir a los policías durante las noches del toque de queda porque gracias a su vigilancia ciudadana evitamos que el contagio del coronavirus se expandiera, pasaron las masas juveniles del 14N a atacarlos a pedradas, bañarlos con pintura roja, a insultarlos hasta hoy con vituperios que estigmatizan su control y comportamiento. Muchos políticos de izquierda piden incluso una profunda reforma policial, sabiendo que las investigaciones sobre el comportamiento de algunos iracundos efectivos ya están en marcha tanto en Inspectoría de la Policía como en la propia Fiscalía.
Le asiste mucha razón a los miembros de la Asociación de Cesantes de la PNP en protestar públicamente porque algunos medios de comunicación vienen estigmatizando negativamente la imagen de esta institución tutelar de la seguridad ciudadana. No por unas manzanas podridas significa que todo el barril esté podrido. No.
En el curso de Lógica Matemática en la universidad nos enseñaron a evitar la falacia de la “generalización mal fundada”: que partiendo de la evidencia de unos cuantos elementos negativos no se puede concluir que todos son iguales. Se tiene que preservar la institucionalidad normativa del país. De lo contrario se cae en una anomia social donde nadie respeta ni a las normas ni a las autoridades.
Recuerdo que durante mi niñez y adolescencia en los pueblos de Amazonas todos (adultos, viejos y jóvenes, niños, adolescentes, mujeres y varones, letrados e iletrados, rurales y urbanos), todititos respetábamos y hacíamos respetar a las siguientes autoridades: al Alcalde (o gobernador), al policía, al cura, al maestro y al músico del pueblo (porque este nos alegraba el espíritu). ¡Eran las Autoridades! Nuestros padres nos enseñaron a respetarlos siempre. Por otro lado tenemos que ahora la buena formación de los policías ha sido descuidada, por lo que es necesaria una nueva pedagogía para su mejor instrucción técnica y humanística. Pero también es cuestión de que tengan amor y respeto por su institución además de una gran vocación de servicio para con los demás, con una conducta intachable.
Los valores que portamos yo y mis hermanos, por ejemplo, brotaron desde nuestro hogar por tener como padre a un honorable policía y a una cariñosa madre (doña Hilda Montoya) como su fiel compañera. De ahí que rechace el principio de que “detrás de todo gran hombre hay una gran mujer” porque es una frase machista. Es más igualitario decir: “Que al lado de todo gran hombre hay una gran mujer”. Pues la primera estación de la ética del ejemplo nace en paridad, en la morada hogareña.
A través de la Revista de la Guardia Civil que recibían antiguamente los policías, y a la legendaria Enciclopedia Quillet mi padre me introdujo en el laberinto del vicio de la buena lectura. Es cuando aprendí a leer y a escribir, y acudir al diccionario Sopena cada vez que me topaba con una palabra nueva. Premunido de esa riqueza léxica (que fue enriquecida en mi viejo colegio San Juan de la Libertad) viajé a Lima en 1964 para cursar el cuarto y quinto año de Educación Secundaria, años de adaptación y asimilación donde gané el primer puesto en un concurso de Ortografía, y escribí mi primer artículo para el periódico mural del colegio que se llamaba “Nueva era”, nombre algo rimbombante. Desde aquella vez soy (y seguiré siendo) un pertinaz lector y escribidor, al servicio de ustedes.
Es por todo eso, y porque me duele mi Perú, su juventud, su familia y su policía es que escribo en estos aciagos momentos un tributo a los SEÑORES POLICÍAS (con mayúsculas), que nos enseñaron el primer abecedario ético para afrontar con dignidad los avatares de la vida.
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*EDITORIAL: Para Radio Reina de la Selva. Lima 24 de noviembre de 2020.
Luis Alberto Arista Montoya (el mal llamado hijo de tombo)