Luis Alberto Arista Montoya*
Estimados lectores y auditores, para comprender la difícil geografía de nuestro Perú, les invito a realizar la siguiente prueba: coja una hoja de papel en blanco tamaño A4, empúñelo fuerte con la mano y luego extiéndala sobre una mesa, verá que el papel ha quedado totalmente arrugado en forma desigual. ¿Qué simboliza esta figura?
Veamos. Así es la geografía del territorio peruano, muy accidentado: con desiertos, valles, colinas, muchas montañas, cerros, bañados por una abundante red hidrográfica que experimenta eventuales crecidas en sus 8 regiones naturales. No tenemos un territorio homogéneo, sino heterogéneo, muy segmentado; con muchos climas y pisos ecológicos a medias utilizados para la agricultura, ganadería y reforestación. Pero también con bellos paisajes culturales.
Y como la geografía es el suelo de la historia, desde la época preincaica se ha desarrollado sobre él la ancestral civilización del Antiguo Perú, de la cual somos sus herederos, por lo que debemos sentir siempre orgullo e identidad cultural. El viejo patrimonio arqueológico que presenta este territorio “arrugado” es su mejor testimonio histórico. Y en las entrañas del subsuelo pernoctan las ricas minas metálicas (cobre, oro, plata, zinc, etc.) y las no metálicas (piedras, arena, cal, arcilla, sillar).
Y sobre este territorio vivimos actualmente nosotros (con nuestros amores, furias y penas), tanto los del Perú Profundo como los del Perú Oficial, pero en muchas ciudades y poblados no urbanizados. Como diría Jorge Basadre: Vivimos en “un país dulce y cruel”. Dulce por su legado histórico y por su nutritiva agricultura. Cruel por su agreste geografía que en cualquier momento produce desgracias (inundaciones, huaicos, sequías, terremotos, etc.).
Pero también cruel porque en muchos sectores sociales, sobre todo en la política, impera el odio, la envidia, el rencor, la corrupción y la mediocridad que dificultan el consenso dialógico. Parte de esa crueldad se ha visto expresada, por ejemplo, durante el primer debate electoral entre los ávidos candidatos a la presidencia, donde primó las pullas, mentiras y diatribas; parecían bustos parlantes hablando de paporreta con falsas promesas; ellos proceden de varios territorios: Caracas, Lima, Cuzco, Piura y Puno. Todos, “punteros mentirosos” en el juego político. A la pandemia del coronavirus se ha sumado la pandemia del odio, mientras la desconfianza ciudadana en los políticos es casi total (de ahí que se explique el altísimo porcentaje de indecisos y de votos en blanco o nulos en las encuestas) En medio estamos los ciudadanos clamando por ser vacunados, aspirando a vivir alguna vez en una República más inclusiva, más formal.
Pero esta crueldad climática y crueldad humana tienen que generar, aunque suene paradójico, una respuesta moral en la ciudadanía: una ética de la crueldad, es decir, un aprendizaje positivo y responsable a favor del respeto a la naturaleza y a la dignidad humana.
Esta pandemia mundial es clara muestra de lo que Toribio Rodríguez de Mendoza e Hipólito Unanue (en la segunda mitad del siglo XVIII) previeron ya como la rebelión de la naturaleza frente a su sobreexplotación, en beneficio de una modernidad republicana que en esos momentos estaba amaneciendo peligrosamente.
Con el advenimiento de la globalización neocapitalista esto empeoró, hasta expeler el coronavirus, que lo hemos denominado como el primer virus posmoderno porque su crueldad es global. Estamos pues ante la rebelión de la naturaleza, debido al cambio climático causado por el hombre mismo.
Muerte al amanecer
Veamos un caso trágico: Ayer, un alud ha sepultado a dos profesores y a sus 3 hijos en Amazonas. En la provincia de Condorcanqui, región Amazonas, en el centro poblado Juan Velazco Alvarado (que lleva el nombre del presidente militar que con su Reforma Agraria retrasó la insurgencia del virus de Sendero Luminoso), se deslizó todo un cerro sepultando a una pareja de docentes y sus tres menores hijos cuando dormían, se produjo en la madrugada, tras 8 horas de intensas lluvias que azotaron el sector de Santa María de Nieva. Tras lo mojado por el miedo al contagio lo llovido, para el profesor Juan José Ramírez Heredia (42 años), su esposa Marita Milián Bonilla (32), también profesora, y para sus tres hijos de 8 años, 4 años y seis meses de nacido. La abuela (de 52 años) de los niños fue la única sobreviviente, evacuada gravemente herida. Quedaron sepultados al amanecer. Esas mismas lluvias torrenciales se están produciendo en Yurimaguas (Selva), en Apurímac (Ande), en Huancabamba (Piura) y otros lugares geográficos. Y, justo estas torrenciales lluvias se producen en el Día internacional del Agua.
Por último, un apunte ético tras esta crueldad de la naturaleza. Que el servicio del SENAMHI no solo se limite a informar sobre posibles eventos climáticos, sino que tenga una línea de rápida acción comunicativa (digital o de teléfono rojo) directamente conectada con brigadas de comisarías, campamentos militares, agencias de bomberos, hospitales, municipalidades, empresas privadas etc. Cada gobernador regional, cada alcalde, cada prefecto deberá tener en su oficina y en su mesa de noche un anexo de ese teléfono (o celular) rojo. “Prever antes que lamentar”. Aprendamos de lo doloroso. Construyamos un Estado alerta y actuante.
Y, mientras tanto queridos ciudadanos: “ojo, pestaña y ceja” para elegir bien a sus candidatos. Evitemos que el “huaico” político que adviene no arrase con nuestras esperanzas y aspiraciones. A informarse bien. Depende de nuestra mente que sepa dirigir la mano en el ánfora. Como nunca el poder está en nuestras manos y en nuestro cerebro. Aunque el menú político está bien raca.
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*EDITORIAL. Para Radio Reina de la Selva. Lima 23 de marzo de 2021. Luis Alberto Arista Montoya