30/03/21 - 04:47
Luis Alberto Arista Montoya*
El día lunes me aprestaba a redactar el presente Editorial, dirigido básicamente a la población amazonense caracterizada por su profundo fervor religioso, cuando de pronto me enteré, a través del diario, que ayer Domingo de Ramos se inició la Semana Santa con largas colas para visitar las iglesias de Lima. Me preocupó por los masivos contagios.
En la iglesia San Francisco de Asís y en la iglesia de las Nazarenas donde pernocta la imagen del Señor de los Milagros, se produjeron peligrosas aglomeraciones. Los feligreses llegaron con sus familias con su ramo de olivo en la mano. Con mucha FE, pidiendo no ser contagiados o que sus familiares sanen, quizá. Es de suponer que en todas las regiones se ha presentado el mismo escenario, debido a que desde el jueves 1 hasta el domingo 4 de abril habrá una inmovilización obligatoria durante todo el día a nivel nacional. Con el fin de que los fieles no peregrinen para evitar ser contagiados por el maligno Covid-19
Esta sagrada Semana Santa será bastante atípica en Perú y en el mundo entero donde prima la Religión Católica. Con el cierre de los templos la religiosidad se trasladará a cada hogar que también es morada de Dios, donde no falta la imagen del Corazón de Jesús, de una humilde cruz, o de algún santo (a) como la imagen de San Martín de Porres o Santa Rosa. Es más, muchos hogares amazonenses, por ejemplo, tienen alguna urna de su santo (a) patrón en los zaguanes o jardines de su casa
Con las oraciones in pectore o en la intimidad de familia la fe cristiana se fortalecerá ante el miedo al mortal virus que nos asedia cotidianamente. Cada oración debe ser también una forma de reflexión sobre el valor del cuidado de la vida obedeciendo las órdenes sanitarias.
Por estos días, en todo el Perú se promovía el turismo religioso que da trabajo a mucha gente involucrada gracias a la visita de turistas que visitan para renovar su fe en Dios y conocer la rica y variada iconografía y arquitectura religiosa de catedrales, iglesias y humildes capillas. Pienso, por ejemplo, en la atracción religiosa y turística que genera nuestra Virgen de Asunta, nuestro Señor de Burgos y la humilde capilla de Tushpuna (en Chachapoyas), la Virgen del Carmen (en Leymebamba) y el Señor de Gualamita (en Luya), para tan solo citar algunos destinos turístico-religiosos.
Pero, a su vez, para mucha gente atea, agnóstica, pseudo religiosa, relajada e irresponsable esta semana de turismo religioso se ha tornado en turismo de bares, discotecas y campamentos (donde campea los estupefacientes). Son cosas del llamado turismo de manada. La Semana Santa ha devenido en “semana tranca”, y la Semana Turística en “semana chupística”, como acertadamente ironiza y denuncia el director de esta Emisora Radial.
Intuyo que la actual Semana Santa nos hará meditar más que nunca porque estamos dentro de un torbellino epidemiológico que no termina de envolvernos. Su celebración será mucho más personal, en la intimidad de familia. El poder del ensimismamiento (que significa mirarnos a nosotros mismos, para exorcizar nuestros yerros, errores y virtudes) se verá fortalecido frente al poder de la vida extrovertida, materialista y consumista.
Según la Teología dos dimensiones éticas caracterizan nuestra existencia: la de la vida contemplativa (desde el aislamiento) y la de la vida activa (en sociedad), que implica compromiso e involucramiento a favor del prójimo, sobre todo de los más pobres y humildes, a través de la Ética del Amor: “Amar a Dios por sobre todas las cosas”, y “Amar al Prójimo como a ti mismo”, rezan dos de los sabios mandamientos cristianos
La Fe y el Amor mueven montañas. Y, como decía el teólogo Toribio Rodríguez de Mendoza en su libro Sentencias Teológicas, la Razón en la Fe y la Fe en la Razón son las mejores fuerzas del espíritu y de la inteligencia para enfrentar las adversidades. Palabras que cobran vigencia en tiempos del Covid-19. Fe en Dios, en sus Santos y en las buenas almas de nuestros difuntos. Fe en la Ciencia y sus buenos científicos. Porque “Dios está en el hombre, y el hombre está en Dios”, como dijera San Agustín, uno de los Padres de la Iglesia Católica.
La verdad habita en el interior del hombre. Es esta verdad que está en nuestra interioridad la que revela la presencia en el hombre de la verdad que es Dios. El hombre, infinito en amor por esencia (pues: nace-vive-muere amando) y limitado por la finitud de su cuerpo (todos los hombres son mortales), se une, por Amor, al Creador que es el receptor de todo amor.
Sin embargo, para que esto suceda es necesario que la persona tenga el deber moral de superar todas las formas de autoengaño y de mentira, que son la causa del desvalor, el odio y el resentimiento. Por ejemplo: El político sin formación republicana sabe que se está auto-engañando y, así, sin remilgos engaña a los ciudadanos con falsas promesas: esparce el virus de la mentira. Para ellos la Semana Santa o será semana de campaña o semana de representación. Como nunca tratarán de mostrarse muy religiosos, “invocarán” al Redentor. Puro fariseísmo.
Sí y solo así, a través de la Ética del Amor, podrá establecerse una relación real, dialógica, no de individuo a individuo, no de egoísmo a egoísmo, sino de persona a persona. Que ningún individuo se sienta dios sobre los demás. Que ningún hombre sea el lobo del otro hombre (por más que nos invada el sentimiento de sobrevivencia del más fuerte y pudiente en esta pandemia). Que el hombre sea el hombre para el otro hombre. Para eso es necesario asumir una acción comunicativa republicana a favor del entendimiento intersubjetivo, en busca del Bien Común.
Queridos paisanos: ¡Tengan ustedes una Semana Santa pletórica de Amor! Que no se torne en semana de trancas y barrancas. No a las fiestas-covid.
*EDITORIAL. Para Radio Reina de la Selva. Lima 29 de marzo de 2021. Luis Alberto Arista Montoya, católico, apostólico y peruano/chachapoyano.