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DEBATE POLÍTICO, ENTRE LA POLARIZACIÓN Y LA PARÁLISIS

Luis Alberto Arista Montoya* Con los pobres y mediocres debates previos a la elección presidencial del 6 de junio, se ha producido una regresión a discursos de tiempos pasados que dábamos ya como superados. Sostengo que este fenómeno también es a causa de los estragos de la pandemia, cuya ferocidad ha develado que la división y odio entre clases sociales antagónicas subsiste aun obscenamente en Perú.

DEBATE POLÍTICO, ENTRE LA POLARIZACIÓN Y LA PARÁLISIS

DEBATE POLÍTICO, ENTRE LA POLARIZACIÓN Y LA PARÁLISIS
Luis Alberto Arista Montoya* 

Con los pobres y mediocres  debates previos a la elección presidencial del 6 de junio,  se  ha producido  una regresión a discursos de tiempos pasados que dábamos ya  como  superados. Sostengo que este fenómeno  también  es a causa de los estragos de la pandemia, cuya ferocidad ha develado que la división  y odio entre clases sociales antagónicas  subsiste aun obscenamente en Perú.

El coronavirus ha quitado la hipócrita careta al Perú entero: Todos somos iguales ante el contagioso mal, pero unos son más iguales que otros, es decir, la gran mayoría que vive en pobreza, extrema pobreza o en  media pobreza (clase media deleznable) son más iguales ante la muerte que los otros que tienen dinero para esquivarla: adquiriendo mascarillas especiales, caretas protectoras, medicinas y tratamientos en clínicas o a domicilio,  que pueden darse el lujo de no trabajar y guardar cuarentenas preventivas, e  incluso  vacunarse en el extranjero

 La pandemia ha polarizado los comportamientos y los discursos políticos: entre la derecha conservadora versus la izquierda radical. Produciéndose una especie de renacimiento de la retórica comunista (y anticomunista). Fenómeno de ira política que hay que tratar de comprenderlo sociológicamente, no soslayarlo, tampoco denostarlo, porque está en juego el destino histórico de nuestro país.

 Pues,  la evidencia empírica de los condenados a sufrir está presente ante nosotros. Como que el tiempo histórico peruano se hubiese congelado. Ojalá que la crueldad del coronavirus  haga surgir, después de una pacífica elección democrática,  una nueva mentalidad a favor de una   ética social de  reciprocidad y solidaridad. Tenemos  una relativa esperanza porque  paradójicamente pertenecemos a un “Perú dulce y cruel” al mismo tiempo, como bien dijera Jorge Basadre en su último discurso (año 1979, en vísperas de la sanguinaria insurgencia terrorista de Sendero Luminoso). Basadre, el trascendental historiador de la Época Republicana murió el 29 de junio de 1980 a los 77 años de edad, después de publicar su último libro Elecciones y centralismo en el Perú, que es urgente que los dos  candidatos y sus respectivos jefes de campaña consulten.

Durante  todo el  proceso terrorista se habló que toda  violencia “revolucionaria” parte de una real  interpretación del “marxismo-leninismo-maoísmo-pensamiento Gonzalo” (el de Abimael Guzmán,  quien se sentía un mesías redentor (ahorita en prisión  debe estar sonriendo). En dicha mescolanza discursiva casi no se mencionó  al mariateguismo, aunque ciertos sectores de la izquierda del stablishment  democrático dijeron representar al mariateguismo, como fue el caso, por ejemplo,  del Partido Unificado Mariateguista (el PUM de Javier Diez Canseco) o de la Izquierda Unida , bajo la dirección de Alfonso Barrantes Lingán (el ilustrado e inteligente “tío Frejolito”, nacido en el pueblo de San Miguel, Cajamarca, que llegó a ser alcalde de Lima, y disputó la presidencia con el joven  Alan García, quien  ganó la presidencia,  constituyendo éste  en  uno de los peores gobiernos del Perú contemporáneo.

Entre las décadas de los años 60-90 los fanáticos debates comunistas en universidades y sindicatos fueron furibundos: entre comunistas moscovitas, pekineses, cubanófilos, eurocomunistas y revisionistas. A inicios de la década del 60 - después de su beca maoísta en China - Abimael Guzmán se instaló estratégicamente como profesor de filosofía en las aulas de la Universidad de Huamanga, que por entonces cobró prestigio académico al contratar  a prestigiosos  catedráticos de Lima y del extranjero. Allí, y en las cantinas de Huamanga, comenzó su prédica violentista (a su grupo sedicioso le llamaban despectivamente los “chupamarus”). Su accionar terrorista fue el más duro golpe político-doctrinario asestado a los grupos de la  “izquierda burguesa” (revolucionarios de café, de chifas o discotecas). Así empezó la primacía de la “acción terrorista” que desangró al Perú entero (junto con la insania del MRTA) que duró  hasta setiembre de 1992 en que fue capturado el falso mesías y su cúpula terrorista que ahora purgan prisión perpetua.

Por aquellos tiempos en América Latina el marxismo se expandió a través de dos ámbitos: se produjo un marxismo de cátedra al interior de  universidades e institutos de investigación, y un marxismo de militancia a través de la acción de los partidos comunistas y partidos socialistas que actuaban en sindicatos y en federaciones de estudiantes universitarios (como la famosa FUSM, en la Universidad Mayor  de San M arcos, por ejemplo).

El divorcio por mutuo disenso o incompatibilidad de caracteres (léase intereses y  ambiciones de poder) que se dio entre estos dos grandes ámbitos marxistas se refleja hasta hoy en la división entre una pluralidad de  izquierdas, totalmente segmentadas y sin visos de unidad, como se puede observar  en el actual proceso eleccionario.

El marxismo de cátedra fue producto de la lectura voraz y dogmática de manuales como armas para la revolución, preocupándose mínimamente de la lectura de Marx en sus obras originales, tal como aconsejara vanamente el filósofo marxista Louis Althusser en la universidad de la Sorbona de París (recomiendo leer o releer sus obras: Para leer a Marx, y la Revolución teórica de Marx); o aconsejaba también el filósofo hegeliano Edgardo Albizu Pancirolli (quien nos enseñó durante dos años  a leer   El Capital y Los Manuscritos juveniles de Marx, en la Universidad Católica del Perú, de donde, precisamente, egresaron los más ilustrados comunistas de la burguesía peruana).

Esa lectura vulgar, panfletaria pero efectista  del marxismo de cátedra troqueló la conciencia y mentalidad de profesores y alumnos, muchos de los cuales realizaron pasantías  o posgrados en las escuelas populares de Sendero Luminoso o del MRTA; mientras que el marxismo militante encarnado en sindicatos, partidos o frentes  se dividía y dividía, sufriendo una crisis de identidad, faltos de perspectiva y realismo histórico.

 El “marxismo-leninismo-maoismo-mariateguismo-cerronismo”, que compite en las actuales elecciones,  es muestra de ese aturdimiento ideológico que está buscando su identidad a través de un  discurso del odio entre clases sociales, pregonado en calles y plazas públicas  por el candidato Pedro Castillo. Discurso que está siendo favorecido por la acción “revolucionaria” del coronavirus, que no diferencia entre pobres/ricos, entre hombres/mujeres, entre viejos/jóvenes, entre corruptos/moralistas, entre blancos/negros/cholos/mestizos/indios, o entre feos/bonitos. No. El coronavirus ha “democratizado” el miedo y el dolor en el Perú y en el mundo entero. Es tiempo que los candidatos debatan con altura  y practiquen una cultura de Paz. Sabiendo que para ser un auténtico comunista hay que saber leer directamente las obras de Marx o de Mariátegui; y  para erigirse como un verdadero anticomunista  de igual manera.

De esa forma orientó  el historiador peruano Alberto Flores Galindo en su magnífica obra La Agonía de Mariátegui (publicada en noviembre de  1980, cuando Sendero Luminoso ya había comenzado a poner  el llano en llamas), obra que cobra actualidad a la luz del  actual debate de ideas y propuestas políticas y económicas que necesitamos los peruanos conocer y  compulsar democráticamente.

 EDITORIAL. Para Radio Reina de la Selva. Lima 7 de mayo 2021. Luis Alberto Arista Montoya

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