02/07/21 - 04:24
Luis Alberto Arista Montoya*
A nivel universal, el mundo académico, los Estados y sociedades están asistiendo a la aparición histórica de un nuevo espíritu científico. Todo a raíz de que los científicos se vieron forzados a encontrar una rápida y eficaz vacuna para evitar que la mancha de mortandad provocada por el virus Covid-19 siga extendiéndose.
El filósofo y matemático René Descartes (en el siglo 18), en su célebre libro El Discurso del Método, recomendaba a los investigadores pensar y actuar con circunspección, sin ningún apuro, con cuidado para evitar las tesis falsas: analizando en detalle las evidencias, sintetizándolas, para terminar con una exhaustiva revisión de los pasos dados para, finalmente, formular una plausible tesis o teoría.
Pero en pleno siglo XXI los retos son más enigmáticos, han aparecido, por ejemplo, nuevas enfermedades, entonces la metodología de investigación se ha sofisticado con la ayuda de la información digital y la robótica. Los hombres de ciencia plantean rápidas hipótesis de trabajo. En tiempos normales una vacuna era descubierta luego de un paciente trabajo de tres a cuatro años. En estos tiempos de pandemia las universidades, institutos y mecenas se vieron obligados a acelerar y financiar los hallazgos. Se ha producido silenciosamente en los laboratorios una gran revolución científica.
Los científicos han dormido y descansado poco. Ahora el mundo cuenta con una media docena de vacunas, gracias a esos solitarios héroes que prácticamente pernoctaron en sus laboratorios. Es de suponer que alguno de esos equipos merezca el próximo Premio Nobel de Bioquímica, Genética o Medicina. Esto demuestra que la ciencia avanza no solo por un sosegado trabajo acumulativo, sino también mediante “golpes” o “rupturas” epistemológicas suscitados por la urgencia vital. Contra el reloj. Incluso muchos de los investigadores han expuesto su cuerpo o el de sus familiares para las debidas experimentaciones, con el fin de corroborar sus conjeturas a favor de la sana existencia humana
Por la década de los años 70 del pasado siglo, fue el filósofo y lógico peruano Augusto Salazar Bondy quien introdujo en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos la enseñanza de ese nuevo espíritu científico venido de la influencia del físico y filósofo francés Gastón Bachelard (1884-1962), quien precisamente había escrito en 1972 su obra titulada “El Nuevo Espíritu Científico”. Luego vino la gran crisis económica de los años 80, y el terrorismo sanguinario de los 90, causando que el nuevo espíritu científico se quede en simple enseñanza, no trasuntó en la formación de buenos científicos, en la creación de nuevos laboratorios ni tampoco se modernizó lo obsoleto (la flamante Rectora de San Marcos, la Dra. Jeri Ramón Ruffner, ha dado cuenta de la precariedad de laboratorios durante su primera entrevista).
El presente artículo es un homenaje a un amigo: Al eximio biólogo ancashino Luis Villafana Losza, recientemente fallecido. Él amaba investigar. Sin amor la ciencia es estéril. Junto con su equipo interdisciplinario batalló incansablemente contra los laberintos burocráticos durante más de una década para que la Universidad Nacional Federico Villarreal contara con un moderno Laboratorio de Genética. Hasta que por fin lo consiguieron cuando el economista Orestes Rodríguez Campos fue elegido Rector (desgraciadamente asesinado por Sendero Luminoso).
Como tributo a su formación ética y a su incansable espíritu científico aquí va la transcripción de un párrafo de su testimonial libro, publicado en 2016: “A mediados del siglo pasado - decía - no se sabía dónde estaban los genes, hasta que el ADN o ácido desoxirribonucleico fuera descubierto y comprendido, a principio de la década de 1950. La investigación sobre el ADN de la científica británica Rosalind Franklin constituyó la base para el descubrimiento de la estructura del ADN realizado por James Watson y Francis Crick en 1953, con el perfeccionamiento del modelo estructural de la doble hélice similar a una escalera.
Veinte años después, en 1973, los investigadores Stanley Cohen y Herbert Boyer descubrieron que combinando genes se puede obtener una nueva estructura, fueron los primeros en aplicar esta técnica, trabajando para ayudar a seres humanos que sufrían de diabetes, tomaron materiales genéticos del ADN de un organismo y los copiaron en otro. Nació así la Ingeniería Genética, a través de la teoría de la insulina.
En 1978, Boyer logró tomar un trozo de ADN humano y aislar un gen de insulina utilizando la biotecnología. A continuación, lo insertó en bacterias, lo que permitió que el gen reprodujera una mayor cantidad de insulina para diabéticos. Este avance científico mejoró enormemente la calidad de vida de mucha gente que sufría de diabetes y les garantizó su seguridad (es por eso que los pacientes diabéticos son más vulnerables al coronavirus). Todo el avance de estas ciencias aplicadas [que implican también problemas bioéticos por los peligros de la clonación genética] sin lugar a dudas se basa en el desarrollo de la Biología Molecular en el manejo e importancia del ADN, que culminó con la secuencia completa del Genoma Humano, es decir el listado de los tres billones de pares de bases químicas que conforman las letras del mensaje genético. (Párrafo tomado de su libro “La Unidad de Genética en el laberinto de la Universidad Nacional Federico Villarreal”, del biólogo Luis Villafana losza; páginas 143-144, Editorial graph).
Un premonitorio libro, de lectura obligatoria para los profesionales de las Ciencias de la Salud. Aleccionador para superar la época negra y sucia del caso Vacunagate, cuyas consecuencias el pueblo las sigue padeciendo.
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EDITORIAL. Para Radio Reina de la Selva. Lima 1 de julio de 2021.Luis Alberto Arista Montoya.