14/09/21 - 04:43
Luis Alberto Arista Montoya*
El 13 de setiembre de 2018 escribí para esta prestigiosa emisora un editorial titulado SENDERO OMINOSO, que cobra vigencia a raíz de la muerte de Abimael Guzmán acaecida el pasado 11 de setiembre de 2021. Suscribo dicho texto con algunos añadidos para darle sentido de actualidad.
Decía en aquel entonces lo siguiente: todos los Estados, todas las sociedades saben actualmente que la patología política más terrible que padece la humanidad es el terrorismo, porque conlleva demencial destrucción y muerte violenta de mucha gente inocente. [Ahora, desde marzo de 2019 se ha sumado la patología biológica del Covid-19]
Eso lo padecimos los peruanos con Sendero Luminoso y el MRTA durante dos décadas: entre 1980-2000, con un tenebroso resultado de 69,260 víctimas, en su mayoría gente pobre: de comunidades quechua-hablantes, de comunidades nativas; de asentamientos suburbanos; niños, mujeres, jóvenes, adultos y ancianos. Hasta hoy los familiares de las víctimas claman justicia y reparación moral. Lo seguimos padeciendo aún porque desde el VRAEN nos asedian cada cierto tiempo, con el Militarizado Partido Comunista, coludido con el narcotráfico (que lo financia) y el MOVADEF, su mascarón de proa [que ahora maneja el poder Ejecutivo y parte del Congreso, desgraciadamente herencia maligna de Abimael Guzmán]
Quienes lo padecimos cotidianamente tenemos que recordarlo una y otra vez. Sobre todo a través de una acción comunicativa comprensiva para dar a conocer a las nuevas generaciones sobre el enorme daño que sufrió el Perú. Desenmascarando sus orígenes ideológicos, desbaratando sus fanáticas interpretaciones que tergiversaron las teorías sociológicas de Mariátegui y Marx, a través de un delirante “pensamiento Gonzalo”.
Ese infausto “pensamiento Gonzalo” no fue más que un engendro intelectual de un “pensador” borracho, macerado en el peor votka “socialista”. Se adueñó de la hermosa y utópica frase “hacia el sendero luminoso” acuñada por el Amauta socialista José Carlos Mariátegui. Es por eso que propongo, a partir de hoy, denominar a esta secta terrorista como Sendero Ominoso: por ser execrable, abominable, nefando, monstruoso, detestable, siniestro, intolerable.
Se gestó en la década de los años 60 del pasado siglo, desgraciadamente, en las aulas de la Universidad Nacional de Huamanga en Ayacucho, cautivando a humildes alumnos y campesinos (bajo el pretexto del trabajo comunitario en el campo a favor de los más pobres que eran explotados por el Estado burgués, decían).
Un profesor de inglés que trabajó por esos años en dicha universidad fue testigo de su siniestra gestación. Me contó que al principio Abimael Guzmán y sus huestes académicas se hacían llamar como los “túpac-amarus”, para distinguirse de los profesores burgueses. Todavía no usaban el nombre “Sendero Luminoso. Ni en uno u otro sentido fueron originales. La sociedad ayacuchana los conocía como “los chupa-amarus”, porque los fines de semana hacían tertulia en las chicherías ubicadas en los alrededores de la ciudad de Huamanga. Chupaban hasta enchicharse hasta las últimas consecuencias: vomitando nefastas consignas “revolucionarias” y guardando en secreto acuerdos terroríficos( para matar, destruir), y físicamente buitriando hasta la última papa del mal digerido “puca-picante”; y cuando se reunían por las tardes a tomar un café obligaban a los dueños de las chinganas o huariques a endulzarlo con chancaca, porque el azúcar era símbolo del imperialismo norteamericano, decían ; su gaseosa preferida era la Kola Inglesa porque era de color rojo (ahí sí no les importaba el nombre “inglesa”). Pero esos “chupa-amarus” se adueñaron de la universidad logrando expulsar a todos los buenos docentes, alumnos y personal administrativo (lógicamente nuestro amigo el profesor de inglés, fue corrido de la ciudad, incluso del país después).
Esos fueron los orígenes de esa gran borrachera revolucionaria que enlutó al país, hasta hoy en día, mientras que Abimael y su harem revolucionario vinieron a vivir a Lima, viviendo a salto de mata en lujosas residencias, y desde esta ciudad daba órdenes a sus fanáticas huestes andinas [hasta que un 12 de setiembre de 1992 fue capturado “el cachetón” y su cúpula femenina por los inteligentes policías del GEIN]
Recordamos todo esto a propósito de que el pasado día 11 de setiembre (escribimos en el año 2018), por fin, los tribunales de justicia sentenciaron a cadena perpetua a Abimael Guzmán y su tenebrosa cúpula, por el caso del atentado de la calle Tarata en pleno centro de Miraflores, en Lima. ¡Por fin, luego de 26 años! “Justicia que tarda no es justicia”, “la justicia llega tarde o temprano”, son dichos que se han incrustado en nuestro imaginario colectivo debido a la rémora burocrática del Poder Judicial, que en estos momentos muestra su mayor obscenidad a raíz de la banda de jueces “ los cuellos blanco”.
Sí, ha sido una sentencia del siglo de doble significación: porque la cadena perpetua los sepulta de por vida a estos terroristas (y nada peor que la muerte lenta), pero también porque ha sido un juicio que ha durado una eternidad, pareció un siglo.
Parecía una estampa surrealista: estaban sentados Abimael y su cúpula, aparecieron como momificados para escuchar su sentencia: viejos, decrépitos, agachado y jorobado Abimael, aunque por momentos mostrando un rostro de resignación y altanería. Como queriendo decirnos: “cuidado, estamos vivos, tenemos seguidores…”
Las instituciones de nuestra morbosa democracia tendrán que estar alertas. Porque nuestro querido Perú no merece sufrir ni pérdida de sentido histórico ni pérdida de libertad. ¡Terrorismo, nunca más!
*EDITORIAL. Para Radio Reina de la Selva de Chachapoyas. Lima 13 de setiembre de 2018. Luis Alberto Arista Montoya.