25/10/21 - 04:06
Luis Alberto Arista Montoya*
Dedicatoria: En memoria del ejemplar maestro y amigo chachapoyano don Napoleón torrejón.
La virtud de la confianza es un constructo cultural. Pertenece a la Ética: su alcance se da a nivel de la vida individual como en la vida colectiva. Este interesante concepto ha sido percudido por su continuo uso/abuso político, económico, comercial, jurídico. En casi todas las cartas constitucionales es concepto clave para el funcionamiento de un Estado Constitucional de Derecho Social.
La cultura de confianza es precaria en el Perú actual, en estos tiempos de pandemia esta precariedad se ha evidenciado aún más: existe una desconfianza casi generalizada de todos los peruanos ante todos y todo el tiempo, debido al miedo a ser contagiados, de estar asediados por la muerte, y debido a la “pandemia” del mal ejercicio de la política.
El nuevo gabinete ministerial deberá concurrir al congreso a solicitar el voto de confianza para que sus planes y programas sean aprobados. Desde el Ejecutivo esgrimen plantear una cuestión de confianza si dos gabinetes seguidos son censurados, o si no se le otorga facultades extraordinarias para gobernar mediante Decretos Supremos.
Los dueños de empresas buscan confianza para invertir o reinvertir. Los comerciantes esperan que el país se estabilice políticamente para que los consumidores tengan la suficiente confianza en comprar, para que el dólar y los precios de los alimentos dejen el sube/baja. Los ciudadanos confían que haya trabajo porque el desempleo galopa. Una mayoría de encuestados (el 57%) en la última medición de Ipsos considera que el gobierno se debe enfocar en reactivar económicamente el país y generar empleo Todos, todos- menos los antivacunas - confían que toda la población peruana esté vacunada para vivir tranquilos y nuestras relaciones sociales sean confiables (el 38% de los encuestados confía y pide mejorar los servicios de salud/avanzar con la vacunación); los padres y alumnos confían que las clases presenciales retornen (30% solicita mejorar los servicios de educación/retornar a clases presenciales); la sociedad peruana va perdiendo confianza en la policía en su lucha contra la delincuencia (35% de los encuestados confía que debe ser prioritario combatir la delincuencia /el crimen/el narcotráfico).
El cambio de la Constitución solo es importante solo para el 10 % de los peruanos. Mientras tanto, el presidente parece no confiar ni en su sombra (solo confía en su sombrero, solo se lo saca para dormir o para asistir a misa, como lo hizo en honor al Señor de los Milagros); su gestión presidencial, según la antedicha encuesta de Ipsos, en octubre fue aprobada por un 42%, desaprobada por un 48%, mientras que un 10 % no precisa. Básicamente porque no está preparado para gobernar, por no contar con un partido político orgánico, por lo que no cuenta con la plena confianza del “pueblo” (mejor dicho, de la sociedad peruana). Peor aún: parece no confiar ni en sí mismo, ni en su entorno, está aturdido; sin embargo, nombra en cargos claves a ciertos personajes desconfiables, impresentables. Algo paradójico.
El diccionario define a la confianza como la esperanza firme que se tiene de alguien o algo; seguridad que alguien tiene en sí mismo. En todo caso, la actual situación peruana se caracteriza por la desconfianza extendida en todos los niveles y actores. Estamos viviendo una crisis generalizada de desconfianza, una crisis de incredulidad: impera la sospecha, la duda, el cinismo, empeorados ahora con el mal uso de las redes sociales.
Creo, es posible que el bajo nivel de confianza social pudimos haberlo heredado desde la época colonial, desde el momento en que Atahualpa en la plaza de Cajamarca fue “madrugado” por los españoles, y traicionado por las huestes de su hermano Huáscar y otras etnias rebeldes. A su turno Huáscar fue traicionado por su mismo hermano Atahualpa en disputa por la ciudad de Cuzco, capital del imperio Tawantinsuyu. El caudillismo y el faccionalismo republicano cimentaron aún más esta desconfianza, hasta nuestros días.
El valor ético de la cultura de confianza debe ser instaurado (o reinstaurado). Teniendo en cuenta que la democracia depende del crecimiento económico, y éste del grado de confianza de los diversos actores ligados.
“El capital social es la capacidad que nace a partir del predomino de la confianza, en una sociedad o en determinados sectores de ésta”, dice el economista Francis Fukuyama en su famoso libro Confianza (Trust) La situación del hombre en el fin de la historia (publicado en 1996). En esa línea, Jacqueline Saetone, en su artículo (publicado en El Comercio, 3 de julio de 2009) menciona que según el escritor Stephen Covey existen cinco tipos de confianza:
1.- La confianza en uno mismo: en nuestras capacidades, habilidades aptitudes y actitudes para alcanzar logros, cumplir promesas, de practicar lo que predicamos y de inspirar confianza hacia los demás.
2.- Confianza en los demás: Se trata de establecer relaciones de confianza con los demás (respetando leyes y normas del Estado de Derecho), siendo la clave comportarnos consistentemente: evitando hipocresías, simulaciones o disimulos.
3.- La confianza en el mercado: siendo el nivel en el que casi todos comprenden el impacto de la confianza, porque tiene que ver con la confianza en la calidad de los productos. Tanto en el mercado de bienes como en el mercado de ideas
4.- Confianza en las marcas empresariales: porque refleja la confianza de quienes interactúan en el mercado que son los financistas, productores, comerciantes y consumidores. La lealtad del consumidor por una buena marca es importante.
5.- El quinto tipo de confianza es la confianza social, a través de la cual se crea la confianza hacia los otros, hacia las autoridades, y hacia la sociedad en su conjunto.
Tal vez habría que agregar, bajo la coyuntura actual, un sexto tipo: la confianza política: es decir, confiar en los políticos que dicen representarnos, y en las instituciones oficiales de servicio público. Este tipo de confianza es escaso y débil. Los políticos tienen poca credibilidad. Y el manejo del Estado sigue siendo empírico, está en mano de facciones, de cúpulas y no de élites dirigentes.
Estos tipos de confianza tienen que ver con la ética de las personas. Es por eso que sostenemos que la Confianza es un constructo cultural ético, que se sustenta en la ética del ejemplo familiar y escolar, en la ética de la auténtica amistad, y en el ejemplo de toda aquella persona que ejerce un buen liderazgo. La cultura de Confianza hace más competitiva a una persona y a una sociedad.
Confiabilidad/Competitividad son como dos quebradas hidrográficas que confluyen en un caudaloso río que nutre un amplísimo territorio favorable al bien estar y del Bien Común.
____ EDITORIAL. Para Radio Reina de la Selva. Lima 20 de setiembre de 2021. Luis Alberto Arista Montoya.