28/10/21 - 05:27
Luis Alberto Arista Montoya*
En plena era de la Galaxia Internet y de los más sofisticados soportes electrónicos: celulares, tabletas y computadoras, pareciera que los individuos que aún escriben a mano pertenecerían a una especie casi en extinción. Pero no es así. Pues los calígrafos (cashillos, de acuerdo al habla popular chachapoyana) son personas que escriben a mano con hermosa letra, reivindican la estética del manuscrito.
Durante la presente semana de manera virtual - cosa que parece una paradoja - se está realizando la tercera edición de la Semana de la Caligrafía en Perú, con exposiciones de expertos de casi todos los países de América Latina, quienes vienen demostrando su arte a través de charlas y talleres virtuales.
Por Amazonas está participando uno de los mejores calígrafos que conozco, Fermín Reyes Vega, a quien este escribidor (que tiene, digamos de paso, una fea caligrafía, quizá “por haber comido mezclado mote con cancha”, según una vieja creencia) rinde tributo, en esta oportunidad, a la hermosa e innata caligrafía de Fermín Reyes Vega, perfeccionada mediante planas y guías pre-escolares en la escuelita preparatoria que funcionaba en la casa de nuestra muy recordada maestra Grimaneza Salazar (de esto no hace muchos años atrás).
Con Fermín somos amigos desde los seis años de edad, compañeros también en la Primaria y parte de la Secundaria. Siempre he tenido entre envidia y admiración por su bella caligrafía escrita con tinta líquida china; a veces me ayudaba a pasar en limpio las tareas a cambio de que yo le hiciera una que otra “corrección” ortográfica. Jugábamos en pared, hasta hoy. Para nuestra generación fue el “escriba egipcio”, modelo a imitar… Me han contado que su esposa se enamoró de él por sus románticas cartas escritas con una impecable caligrafía. Entonces, el amor entre ambos nunca eclipsará.
La pluma de ganso, la pluma de madera con punta de lata, el lapicero (con tinta líquida o seca), la máquina de escribir (manual o electrónica) hasta los actuales ordenadores electrónicos, no han podido hacer desaparecer a la caligrafía debido a que los calígrafos están vigentes. Modernidad y tradición conviven en su escritura
Por otro lado, en el mundo urbano desarrollado ya casi nadie escribe cartas (ni de negocios ni de amor), tampoco se dejan manuscritos (casi todo queda archivado en la memoria digital). Solo escribimos algún apunte ligero en papel suelto o en una agenda personal o en el brazo (cuando se está apurado). Escribir a mano nos cuesta o nos fastidia, pues el celular se ha convertido en una especie de prótesis de nuestra mano y oído (como una de trompa de Euztaquio). Algunos grandes escritores rechazan escribir en computador, siguen con su lapicero (o lápiz) y su cuaderno: “No se puede soltar una lágrima sobre la pantalla de un ordenador”, dijo una vez José Saramago, Premio Nobel de Literatura en 1999. Pero es en el mundo rural donde la gente aún escribe y envía cartas (porque la gente pobre no cuenta con internet, son “analfabetos digitales”, los expertos a esto lo llaman “brecha digital”). De ahí que el símbolo político del humilde lápiz fuera acertado en esas zonas pobres.
Es más, en casi todo el Perú profundo la tradición oral convive interculturalmente con la tradición de la escritura. Por ejemplo en la tribu de los Boras, los nativos cuentan cuentos y los escriben en hojas secas de árboles (llamadas “yanchamas”), o como hacen también los artesanos hasta hoy en el pueblo ayacuchano de Sarhua, a través de palabras y dibujos escritos sobre tablas (se llaman “Tablas de Sarhua”). Conozco, además del artista-calígrafo Fermín Reyes a famosos pintores peruanos que han incorporado la belleza de la caligrafía a sus pinturas: a Jesús Ruiz Durand (mi profesor de Física en el colegio) y a Elio Túpac cuya colorida caligrafía adorna algunas paredes del centro histórico de Lima.
Además, En todo el Perú los niños del primer nivel de escolaridad sí aprenden el arte de la caligrafía, para no solo escribir bonito sino correctamente, sin fallas ortográficas. Lo mismo pasa con los números. En estos tiempos de pandemia eso casi no ha sido posible. Una falencia más en su formación.
Dice el diccionario que la palabra Caligrafía viene del griego kailigrafía: Es el arte de escribir con letras bellas, artística y correctamente formadas, siguiendo diferentes estilos, siguiendo el ritmo de la pluma o pincel, con puño seguro y acariciador. En el Tawantinsuyu no hubo escritura, por tanto no hubo caligrafía. Nuestra antigua civilización milenaria fue ágrafa. Los chinos y japoneses originaron la caligrafía como arte; en Oriente se mezclaron dibujos y caligrafía (como en Egipto y Persia).
En Occidente los mejores calígrafos fueron los monjes copistas en la Edad Media (como nos lo narra, por ejemplo, la bella novela En Nombre de la Rosa, de Umberto Eco). Con la creación de la imprenta realizada por Gutenberg se creyó que la técnica de la tipografía desplazaría a la caligrafía, pero no fue así: se editaron muchos libros con prólogos, epílogos y adornos escritos en caligrafía.
Ahora la Caligrafía es considerada una obra de arte plástica, utilizada en la publicidad, en logotipos comerciales e institucionales, en etiquetas, e incluso en pizarras de restaurantes cuyo menú se escribe incluso con tiza, está de moda. Y están también la “Caligraffiti” que viene a ser la fusión de la caligrafía con graffiti realizada en lugares urbanos, cosa que demuestra la fusión histórica de tradición/modernidad.
Todo esto lo sabe el “cashillo” de El Prado, el profesor Fermín Reyes Vega, quien tiene un talento estético innato y perfeccionado, es un bondadoso maestro que sugiere a sus hijos, alumnos y nietos escribir bonito y bien. Guarda sus cuadernos hasta hoy, como si se trataran de misteriosos papiros del antiguo Egipto. Son cuadernos-guías dignos de ser coleccionados y adquiridos para ser exhibidos en el futuro Museo Etnohistórico Municipal de Chachapoyas…Es un sueño de ambos. “Soñar no cuesta nada”, es gratis, pero es gratificante.
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*EDITORIAL. Para Radio Reina de la Selva. Lima 27 de octubre de 2021. Luis Alberto Arista Montoya.