La salud es un derecho, el seguro privado un privilegio

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15/06/20 – 05:06

Por: Camila Gianella
Hace pocas semanas presentó su renuncia la Ministra de Cultura Sonia Guillén, tras la denuncia por los contratos y montos pagados a Richard Cisneros “más conocido como Richard Swing?- . Sin duda el caso del señor Cisneros es grave, sin embargo, llama la atención que fue este caso y no las semanas de reclamos y pedidos hechos por los pueblos indí­genas amazónicos por la inacción del Ministerio de Cultura frente a la situación del Covid-19, lo que causó la renuncia de la ministra.  El número de infectados, las muertes y el miedo de los pueblos indí­genas no causaron el mismo efecto en los medios de comunicación, el Congreso de la República, o el Poder Ejecutivo que el caso de Richard Swing?. En nuestro paí­s, pese a los años, compromisos y discursos reconociendo la interculturalidad, el multilingí¼ismo, la diversidad cultural y étnica, etc., el costo polí­tico para el Estado es mí­nimo cuando este es negligente con algunos sectores de la población, como los pueblos indí­genas amazónicos.
Hemos normalizado como sociedad que las personas que utilizan los hospitales públicos compren sus medicamentos. Tenemos tan internalizado nuestro mal llamado derecho a comprar servicios de salud que frente a la imagen de personas haciendo cola por oxí­geno o buscando medicinas en farmacias privadas -con recetas de hospitales públicos-, lo primero que se pide es la regulación de precios.  Sin duda es terrible que comerciantes y empresarios estén sacando provecho de una situación como la del Covid-19, y ciertamente en el Perú los medicamentos son tan caros que su precios deberí­a tener algún tipo de regulación; pero lo que no es normal es que las personas que tienen a sus familiares hospitalizados en establecimientos de salud públicos tengan que comprar sus medicamentos en la calle a privados.
De acuerdo a datos de la Superintendencia Nacional de Salud (Susalud), el 60% de la población está asegurada por el Seguro Integral de Salud (SIS), es decir, sólo tienen acceso a este tipo de seguro establecido por el Estado. El 31% cuenta con otros seguros públicos: Essalud o los regí­menes de las Fuerzas Armadas y Policiales, que, a diferencia del SIS, sí­ permiten que sus asegurados cuenten con otros seguros (EPSs, seguros y autoseguros, por ejemplo). En términos numéricos, ello significa que 27,831,343 peruanos y peruanas cuentan con un sólo seguro de salud público, que es para la gran mayorí­a el SIS (20,518,839), seguido por Essalud y la sanidad de las Fuerzas Armadas y Policiales. Por otro lado, el 9% de la población tiene acceso a seguros privados que pagan de sus bolsillos, o como los congresistas y otros altos funcionarios públicos, tienen empleadores que se los pagan.  Si bien solo una minorí­a de peruanos depende de un seguro privado de salud, y dentro de este grupo hay algunos que están en situación de riesgo, pues dependen exclusivamente de estos seguros privados (hay que recordar que muchos tienen acceso a seguros públicos como Essalud o seguros de las FFAA y policiales), al Estado no le ha salido igual de barata su negligencia con el grupo de usuarios de clí­nicas y seguros privados de salud, a diferencia de lo ocurrido con los indí­genas amazónicos o los asegurados del SIS en ciudades como Lima que deben lidiar con un sistema colapsado.
En efecto, ante las denuncias por cobros considerados excesivos de parte de clí­nicas y seguros privados de salud derivados de atenciones relacionadas al COVID-19, rápidamente se movilizó parte de la opinión pública y algunos parlamentarios (que están negociando un mejor seguro privado de salud), ejerciendo tal presión que Susalud anunció una acción fiscalizadora en 48 Clí­nicas Privadas (la mayorí­a en Lima). Es decir, para este grupo de personas que acudió a una clí­nica particular, no fue necesario como en el caso de los pueblos indí­genas, ir a las Naciones Unidas, ni comenzar a ver cómo sus lí­deres morí­an a causa del Covid-19.
Por supuesto, las clí­nicas y los seguros privados de salud deben ser fiscalizadas y se deben evitar los abusos. No obstante, resulta sorprendente, y es una muestra de lo fragmentados que estamos como sociedad, que existan consumidores que planteen en medio de la pandemia del COVID-19 su derecho a un seguro de salud privado accesible.  Aunque este grupo de consumidores tiene demandas válidas, no deja de llamar la atención que un pronunciamiento que lleva por tí­tulo Por el derecho a la salud y por un Estado que lo garantice?, se centre en las reivindicaciones de usuarios de seguros privados y clí­nicas privadas -que además de ser una minorí­a, es en su mayor parte una minorí­a privilegiada de los peruanos y peruanas- y excluya cualquier mención al rol del Estado de proteger los derechos de la mayorí­a de peruanos y peruanas que no tienen acceso a clí­nicas ni seguros privados, y no tienen más alternativa que pagar por medicamentos, sábanas, jabón, hojas para las historias clí­nicas y oxí­geno en hospitales públicos. 
El pronunciamiento sólo hace una mención a la tarifa que cobran las clí­nicas privadas a Essalud y al SIS por los pacientes que derivan (que es una pequeña minorí­a de los casos), lo que se realiza en el marco de la compra de servicios de salud a entidades privadas. Desconozco las razones que han llevado a este grupo de personas a priorizar, entre todos los serios problemas de salud, a los que afectan a una minorí­a de la población y no cuestiono la validez del reclamo. Pero al mismo tiempo creo que si la pandemia del COVID-19 no nos hace reflexionar sobre la estructura excluyente de nuestro sistema de salud ni nos hace ver de manera crí­tica nuestros privilegios (como poder acceder a seguros privados cuando tenemos a Essalud), continuaremos contando con servicios públicos diseñados para brindar lo mí­nimo y seguiremos presionando al Estado desde nuestra posición privilegiada, para que responda a nuestros problemas de salud.
Cuando el 60% de la población que depende del SIS tiene que usar servicios de salud públicos desabastecidos, colapsados o en camino a colapsar, que además son para muchos inaccesibles geográficamente, es necesario preguntarse ¿dónde deberí­a estar Susalud? y ¿qué deberí­amos estar reclamando?

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