En la visita del ángel, el evangelio plasma que la virgen tuvo un susto y su mente quedo en blanco y no supo cómo reaccionar ante tal gran gracia de que el mensajero de Dios la visite (cf. Lc 1, 28). Ahora bien, hoy los médicos, alguien que sabe del proceso de embarazo o ellas mismas son ese ángel, que tiene la bella noticia de que una criatura crece dentro suyo; la reacción de toda mujer con esta novedad, tiene ese mismo temor y, en principio, no sabe cómo reaccionar y comienza en un instante las preguntas: ¿ahora qué haré, que será de mi vida? no estoy preparada para ser mamá, aun soy muy joven O, si ya tiene otros niños, ¿un niño ahora? ¿los tiempos no están como para tener otro hijo? Y muchas otras cuestiones que también, me atrevo a decir, María las pudo tener y aún más pues está escrito de que ella era virgen y solo era prometida de José, es decir no se habían casado ni Vivian juntos (cf. v.34). 

El ángel al ver la turbación de esta humilde mujer y ella al confírmale que no ha tenido ni sabe que es la intimación con un varón, le dice el por qué Dios la elige a ella y como se realizará la buena nueva (cf. vv. 35-37), asimila la noticia, se hace consiente del saludo inicial de ser la “llega de la gracia”, feliz la mujer bendita que en la sencillez acepta la voluntad de su Creador para traer al mundo a Jesús, el que es la misma Viva que quiere compartir nuestra vida. De esa misma forma una mujer llega a tener conciencia de lo que va creciendo dentro de ella, aunque dudas y preocupaciones no se pierden, es capaz de ver luz de alegría y regocijo tan altos que nunca, un hombre, podrá aspirar a ellos ni podrá alcanzarlos como una mujer, por el simple hecho de que la relación del ser que está creciendo dentro de ella se realiza en una forma tan íntima que solo, ustedes madres, comprenden.

La última parte de este relato es aún más emotiva, ya que la virgen al escuchar del mensajero, palabras de aliento y consolación, es capaz de disponerse a ser la gran portadora de una misión tan maravillosa de llevar a un bebe dentro de ella y más aún que sea su salvador, y su alma llena de humildad, confundida en la alegría, duda e incertidumbre de no saber qué será de su pequeño, con profunda reverencia dice: «Yo soy la servidora del Señor, hágase en mí tal como has dicho.» (v.38) comenzando así, su camino maternal que cada madre sabe los periodos que tiene para tener a su niño, yo lo digo tres: el saber y sentir que un bebe crece dentro suyo, ser la primera en cobijarla en sus brazos y ser en la que cuyo regazo y brazos todo hijo puede cobijarse y encontrar tranquilidad y calma.

De similar manera cada mujer que trajo o traerá al mundo un hijo a aceptado ese regalo con diferentes formas, llenas de alegría al sentir a un niño crecer en sus vientres, tenernos en sus brazos al nacer y llenarse aún más de alegría al ver un tan frágil ser, pero tan iluminadas de miradas al vernos y a cuyos brazos siendo niños corremos a cobijarnos, como muestra de que su presencia siempre estará con nosotros y siempre seréis muestra del amor de Dios.

Queridas mujeres de Chachapoyas, Amazonas, Perú y el mundo que han tenido sus bebes, están por tenerlos o que han cumplido el rol de madres ayudando a mamis en esta divina labor, amada madre mía que me trajiste al mundo y virgen María amada madre vuestra que ante la cruz nos aceptaste totalmente como hijos tuyos y a tu protección nos acogemos, a viva voz hijos e hijas podemos decirles con Isabel: «¡Bendita tú eres entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre!... ¡Dichosa tú por haber creído que se cumplirían las promesas del Señor!» (Lc 1, 42.45) y les damos las infinitas gracias por traernos al mundo, por amarnos, educarnos, por enseñarnos que la vida no es fácil pero tampoco es imposible vivirla, por no reservarnos para vosotras sino devolvernos a Dios para seguir el camino que Él nos tiene reservado.

Dichosas vosotras porque su entrega y aceptación son muestra del amor de Dios que, aunque nosotros hijos e hijas muchas veces le seamos ingratos, parezca que las olvidemos o nos alejemos tanto vuestro amor nunca ha menguado, sino que ha aumentado y anhelante espera nuestro regreso a vuestros brazos.

Dichosas vosotras que, con entrega, esfuerzo y lucha nos habéis dado lo necesario y sacado adelante y sin saber o querer nos han hecho comprender lo dicho por san Agustín: Señor “da lo que mandas y manda lo que quieras” (conf. 10, XXIX, 40), pues mirando a vosotras que saben darnos lo que necesitamos, aunque pidamos muchas cosas nos dan lo que pedimos, pero de forma distinta a la que queremos.

Dichosas vosotras que junto a los papás son la una forma de expresión del amor de Dios y también porque sois las primeras en escuchar y saber de las buenas nuevas que Dios nos revela, sin vosotras el camino de la vida sería ir al vacío en la deriva, más vuestra entrega nos marca el horizonte del camino.

Dios todopoderoso, tú mismo quisiste tener una madre entablando así una más profunda cercanía con tu pueblo y dando a tus criaturas el don tan precioso de saber de tu amor a través del amor que ellas nos dan, te doy gracias por cada una de ellas; por haberlas dado sabiduría, consejo, fuerza en la adversidad y dificultan, acompañándolas en el silencio o por medio de otros hijos y criaturas tuyas. Te pido perdón por todos los momentos en que herimos tu amor al herir el amor de ellas, por todos aquellos hijos que no ven tu amor en el cuidado y amor de las madres y las maltratan, denigran u olvidan.

Protégelas siempre a todas y cada una de ellas, nunca dejes de bendecirlas, de darles esperanza, ser imagen maternal de tu amor. Amadísima madre virgen María que siempre estas dispuesta a socorrer a tus hijos y reencaminarnos para ir a Dios por intercesión tuya que todo hijo e hija recuerde el caloroso y cariñoso abrazo de su madre y de toda aquella persona que tuvo o tiene que cumplir el rol de madre, nunca las desampares y ayúdalas a tener la dicha de volver a tener en sus brazos a sus hijos con quienes rieron, lloraron y superaron las adversidades. Amen