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Pastillita para el Alma 02 – 08 – 2021
Conozco a una persona que solo mirarla te transmite paz inquebrantable. Emana de ella un halo de tranquilidad, como si su tiempo de vida perteneciese a cien vidas ya vividas, demostrando en su actitud y forma de comportamiento, la experiencia de varias etapas, que posiblemente dejaron huellas, algunas tristes otras alegres, pero que la universidad de la vida le enseñó a salir triunfante y mostrar en sus 87 años, que los años marcan la piel con arrugas y el cuerpo con dolencias, pero jamás dañan el alma, cuando hay amor en todo lo que haces.
Temeroso me atrevo a preguntarle cual es el secreto de su muy aparente felicidad, acaso le digo, su infancia y su juventud fueron de tanta calma y tranquilidad, fue usted un buen alumno en la escuela, el colegio secundario y en la universidad, tuvo amores o fue casto y puro y la pasión no perturbó su mente; en su profesión no tuvo problemas, no hubo un jefe que lo atormentó o varios de sus colegas que lo envidiaron y pusieron piedras en el camino; tiene una esposa que la ama y sus hijos nunca fueron su problema; no creo que jamás tuvo una enfermedad , un accidente o algo que perturbó su calma o un ser querido que murió y le causó una gran pena???
Se quedó mirándome un pequeñísimo tiempo y luego alzó su mirada al azul del cielo, con sus ojos marrón claro y un halo senil alrededor de sus pupilas y con voz pausada, audible y sin premura comenzó diciendo, después de un largo suspiro, que se perdió en el viento de un medio día soleado de invierno: Llegué a la capital hace más de 70 años, venía de mi tierra detrás del Ande y como dice la canción, fueron las locas ilusiones las que me sacaron de mi pueblo, con la diferencia de que tenía un destino, deseaba ser un profesional y regresar al lugar de donde salí con la intención de pagar la bondad de mis padres y de toda mi familia que tanto gozo me brindó en mi tierra y así lo hice por muy poco tiempo; mi juventud y mi primera adultez fue de jolgorio, de bohemia y de alegrías mil; decenas de amores en mi vida, mujeres divinas con las que disfruté el amor y la pasión de los años mozos, con muchas hice compromisos que nunca cumplí, pero no tengo de que arrepentirme porque jamás hubo algo de que avergonzarme o de algo que me reclamen, al final me casé con una mujer joven con la que tuve 4 hijos. Tuve un matrimonio maravilloso, lamentablemente hace 15 años me quedé solo y desde entonces vivo en esta casa de reposo, recordando y añorando la vida que me ha regalado el Señor y al que doy las gracias, porque, aunque tengo dolores y achaques de mi extensa juventud, hasta ahora todavía no soy dependiente de nadie y gozo con las charlas de mis compañeros, mientras contento y satisfecho espero el momento que me llegue la muerte.
Como respuesta a tu pregunta ¿por qué soy feliz? Es porque aprendí a reír, cuando las cosas me salen mal y aun cuando muchísimas veces fui víctima de ofensas, miraba con indiferencia al que se daba el lujo de inclusive herirme intencionalmente. Siempre pensaba que más sufre el que daña a una persona que el que recibe el daño, que tampoco yo no tengo porque recibir su mal carácter y menos ser ensuciado con toda la basura que esconde en su corazón y pienso que las injurias siempre proceden de personas malas, incultas que solo saben hacer maldad, y que son dignas de compadecerlas y no mirarlas con desprecio o intolerancia. Otras veces hay gente que sin querer te maltrata, especialmente cuando vas de repente a un lugar donde te invitan a un almuerzo o a una conferencia o a una reunión formal, como muchas veces me ha pasado a mí y te sientas en un sitio que no te corresponde y viene una persona mal educada y te saca del asiento y te hace pasar vergüenza, aunque después se arrepienten y te ofrecen una disculpa, pero ya te dieron un mal rato y la mejor forma de disimularlo es sonriéndose.
Nuevamente se queda mirándome, me sonríe, agarra sus dos bastones, que le alcanza una señorita con un uniforme almidonado con blusa blanca y una falda azul, que con voz dulce le dice: Señor don Clodomiro, ya vamos a llegar a la hora del almuerzo, por favor déjeme que le ponga sus mascarillas. Se levanta, me sonríe y con la amabilidad de su conversación me dice espero no haberle abrumado con mis tertulias de viejo que si sabe valorar la vida. Hasta cada rato. Me quedo sentado en un extremo de la banca del parque a la sombra de un árbol frondoso y él se aleja con paso firme. Es solo unos pocos años mayor que yo y camina con una joroba escondida bajo su abrigo de paño de color negro, con gorra de alpaca ploma y yo me quedo atónito porque tuve la oportunidad de recibir una cátedra de un hombre sabio, cuya experiencia se irá a depositarse en el campo santo, donde están almacenados los cuerpos físicos que son los verdaderos anaqueles donde reposan los libros de la más grande biblioteca de la sabiduría de los pueblos y que se pierde por la indiferencia de los que en la vida tienen mucha prisa y no encuentran un momento para disfrutar de la elocuencia de los ancianos, que ahora en nuestra patria ya son gente que estorba desde los 70 años y los envían a sus cuarteles de invierno para que vegeten y mueran.
Cuanta verdad y conocimiento de la experiencia de este señor que lo conozco en mi tercera salida en el tiempo de la pandemia, porque mis dos primeras, fueron para mis dosis de vacuna contra el coronavirus y hoy domingo hay muy poca gente que transita en automóviles y los parques son solitarios y en nuestra capital y menos por donde vivo, la gente muy poco salen de sus domicilios y estos lugares nos permiten leer o escuchar conferencias o audio libros y las más de las veces recordar y añorar nuestra tierra, con su gente, con nuestros paisanos con esas vivencias que nunca desaparecen y solo reviven un poquito cuando tengo la suerte de conversar con algún amigo que está de buen humor y no le molesto, o con aquella persona, que por la magia del tiempo nos lleva en alas de los recuerdos a nuestros tiempos de colegiales del glorioso colegio San Juan de la Libertad en que el tiempo se ha detenido y no le “permitimos”, entre comillas, que nos traiga a la realidad y nos haga viejos.
Para despedirme y ya no aburrirles con mis semblanzas deseo definir, lo que el señor don Clodomiro me hizo reflexionar:
DISCULPAR: Se disculpa al hecho de aceptar la ofensa como NO intencionada y que merece ofrecer una disculpa, como, por ejemplo, como en la transmisión del gobierno, en el palacio Legislativo, cuando omitió el presidente del Perú de nombrar al empezar su discurso al señor presidente de la república de Colombia y que pienso seguro ha tenido que haber recibido una disculpa por dicha omisión que pienso no fue intencionada.
PERDONAR: Se perdona al hecho de aceptar la ofensa como intencionada. Esta clase de ofensas casi siempre dejan heridas que nunca cicatrizan y muchas veces causan trastornos sentimentales y emocionales de diferente intensidad y aunque la persona pida perdón siempre hay resentimientos que ya no vuelven a que las personas se comporten igual como antes especialmente entre los amigos y/o las personas que se aman. El perdón es un caso muy espiritual y solo se consigue cuando hay un sincero olvido y un cambio real en el comportamiento y la actitud del que causa el daño, como por ejemplo muchas veces por calumnias y mentiras o por maldad hay personas que les meten a la cárcel y cuando les hacen un juicio justo, concluyen que son inocentes y la persona que sufrió la prisión, aunque le pidan perdón, siempre va a ver un resentimiento y el perdón solo valdrá cuando hay un olvido real.
Pero encima de toda la maldad humana está el AMOR y el conocimiento de que esta vida es corta y es prestada y que tenemos que saber vivir bien, tratando de ser feliz uno mismo, porque nuestra falta de dicha y alegría de vivir es un cáncer que contagia y hace mal a tus seres queridos. Ama de verdad, ama a DIOS, ama a la vida, ama a tu persona, comprende que nadie tiene que ser víctima de tu infortunio, si tú quieres ser infeliz por tu gusto, hazlo, pero no revientes la vida a otro.
Ama con alegría, es el único sentimiento que puede disfrutar el blanco, el negro, el indio, el pobre, el rico, el que tiene un palacio, el que tiene una choza, el que vive en el cerro, el que vive en la ciudad, al que le falta un pan, al enfermo que se aferra a la vida porque sabe quién le ama y no desea morirse por no dejarla sufrir, el viejo que tiene a la mujer que ayer le regaló sus encantos y le hizo gozar de su cuerpo, ahora lo ama más porque es su amiga, su confidente, la que olvidó o no te recuerda tus errores, ese amor que empezó en la juventud y que no se marchita con el tiempo, que se preocupa cuando estás enfermo o cuando no te escucha o no sabe de ti, el que reza, la que pide en sus oraciones para que haya un momento antes de morirte que tenga la dicha de verte o de oír tu voz.
“Perdón vida de mi vida, perdón cariñito amado, perdón si es que te he faltado, ángel adorado, dame tu perdón” Los Panchos
Jorge REINA Noriega
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