26/10/21 - 04:26
Pastillita para el Alma 22 – 10 – 2021
Ya no es tiempo, a la edad que tenemos, de estar pidiendo milagros ni tampoco de suplicar para que no haya dolencias, malestares o preocupaciones, ni de reclamar por las afecciones que nos llevan en consulta a los médicos o de recurrir a los centros de terapia de rehabilitación, por el reuma, el frio en los pies ni el adormecimiento de las piernas, menos porque se nos quita el sueño o tal o cual alimento nos cae mal y nos produce indigestión o se nos valona el vientre, tampoco de reclamar medicinas ni vitaminas porque me olvido de las cosas y mi cerebro ya no es el mismo de antes, pues no recuerdo el nombre de mis nietos y menos aún la fecha de los cumpleaños o los aniversarios de bodas.
Pienso, me pregunto y me respondo por qué debo sorprenderme cuando me cuentan que aquel compañero con los que cursé mis estudios primarios, secundarios y aún los de la universidad, desaparecieron, porque murieron y ya no porque se mudaron o se fueron de vacaciones o a visitar a sus hijos que viven en el extranjero y que aunque dicen que se tardarán 6 o 7 meses, pronto están de regreso, bien porque sus hijos ya no los aguantan por viejos caprichosos y tercos o porque se les acabó los pocos ahorros de toda su vida y regresan sonriendo de oreja a oreja y comentan “vine pronto porque ya no me acostumbro a vivir en otros lugares distintos a los de mi casa”. Viejos mentirosos, charlatanes e hipócritas.
Tampoco por qué abochornarse, cuando le descubren que se robó el periódico, especialmente los días domingos y le chapan, ojeando la página de anuncios de defunciones y cínicamente afirma que deseaba saber cómo está el precio del dólar. Viejo zamarro y mentecato si los únicos cien dólares que tuviste fue cuando los cambiaste por “intis” y llegaste a tu casa gritando y alegre porque te sentías millonario.
Sin embargo, que decirte, si todos los de mi generación, ya estamos en la cola, mirando entre nuestros dedos flacos, huesudos y arrugados el ticket y el número asignado, porque de aquí ya no salimos, de ninguna manera, ni con vara, como cuando nos tocó el llamamiento del servicio militar obligatorio y sin preocupación, mirábamos como temblaban, aquellos que solo tenían primaria o quinto año de secundaria y en cambio nos sentíamos orgullosos y seguros, con nuestro carnet de universitarios.
Ahora ya nos va llegando el momento de partir, con o sin ninguna despedida, porque…, no es que estemos viejos, como dice, María Cristina Camilo, en su poema “Llegó la tarde” y nos consuela que “somos graduados en la universidad de la vida y del tiempo que nos dio un posgrado”, sino que sentimos con nuestros oídos, que no escuchan sonidos reales, como en forma silente, se acerca la muerte, con sus ojos vacíos y huecos, con su mandíbula abierta, al parecer dibujando una sonrisa, empuñando una guadaña entre sus manos huesudas y demostrando que es invencible, recordándonos, a nosotros los médicos, que nunca fuimos triunfadores, que jamás vencimos, cuando salíamos de sala de operaciones, creyendo que dominamos un cáncer, extirpando un tumor maligno o reconstruyendo fracturas conminutas, haciendo bypases o rejuveneciendo rostros o curando grandes quemados. Muchos, soberbiamente nos creíamos dioses o ídolos sin corona de laureles, cuando aquel paciente comatoso abandonaba la Unidad de Cuidados Intensivos y esa bronconeumonía, ese cuadro septicémico, con insuficiencia cardiaca y renal regresaba a su domicilio, según algunos, gracias a nuestro tratamiento médico…. Insensatos, héroes de barro, siempre fuimos el hazme reír de la Parca, que nos dio nuestro tiempo para burlarse después mejor de nosotros.
Nos va llegando la hora y algunos no se estremecen ni ante el dolor, ni ante la pena, ni la congoja y son muy fáciles de lanzar injurias, amenazas y desparramar sus odios y rencores, piensan que la dicha y el amor son solo ráfagas de viento, que los acarician porque son sus derechos y premios por vivir en esta tierra.
No se dan cuenta que ya es nuestro tiempo de pedir perdón y perdonar. De borrar con nuestras últimas acciones, lo mal que hicimos; de vivir lo último con vida, vida de movimiento, de acción, de dar más que de pedir, de ordenar nuestras cosas materiales, que no se van con nuestro equipaje y muchas veces son motivo de juicios y resentimientos de los que ayer nos amaban, nos lloraron y al final hasta nos maldicen por avaricias y mezquindades.
Todavía es tiempo de confesarse ante nosotros, nuestros pecados, nuestras maldades, esas cosas vergonzosas escondidas en un rincón del alma, en ese pedacito invisible de nosotros dos en el que nos duelen esa pasión que tanto placer y alegría nos dio; llegó la hora mis amigos de guardar en la mente de nuestros seres queridos aquellas vivencias que nos harán inmortales, porque nos recordarán en el sillón en que nos sentábamos, nuestras pláticas en el jardín, a la luz del sol que nos acariciaba o mientras cuidábamos la blancura del mantel en que nos servían nuestros alimentos. Todo es luz en nuestras vidas, luz que ilumina o iluminó nuestro pase fugaz por este mundo.
Y a ti, mi dulce compañera, que viniste conmigo desde que fui engendrado en la matriz de mi madrecita; tú, la que jugaste conmigo durante mi infancia y mi juventud, la encantadora amiga de mis años de estudiante universitario; aquella imagen secreta metida entre mis carnes que me arrebató lo más dulce que tuve en mi vida y no tuvo compasión por mí. Tú que me enseñaste a convivir juntos, pues declaro que nunca te tuve miedo; caminaste a mi lado, es cierto, sin hacer sombra, ayudamos a moribundos, en chozas con tarimas de madera, jergones de cartones y techos y paredes de plástico y palacetes con colchones de agua, edredones y sábanas de seda y lino. Jamás dejamos de ayudar en los cerros, sin agua, donde verdaderamente duele la pobreza; en los barrios de lujo, donde todo sobra y casi nada falta, en los hospitales, en los asilos, en los quirófanos de clínicas y hospitales de casi todo el país, en nuestras campañas médicas, en la época del terrorismo y en los cientos de accidentes, actuando como bombero y socorrista. Estuvimos y todavía estamos juntos y ahora te palpo, siento tu fétido aliento, te siento tu frío intenso en mis noches de insomnio y te veo a cada rato en mis sueños. Me voy a ir, cuando quieras, cuando me toque mi tiempo, yo sé que estoy en la cola y que a diferencia cuando tenía 17 años, ahora ya no tengo la “famosa vara ni el carnet universitario que me iba a salvar” ahora Tú ganas… Habrá olvido en los que dicen amarme una eternidad, en aquellas personas en las cuales, tratamos de cambiar sus angustias y sus dolencias, en aquellas a los cuales nunca por nunca hicimos una maldad o sembrar una desdicha en sus vidas y de eso estoy seguro, porque fuiste mi mejor testigo.
El tiempo es el mejor bálsamo para curar las ingratitudes o las congojas del alma. Pasarán los días, los meses y los años y solo seremos un leve recuerdo en el Libro de la Vida. El tiempo es demasiado breve en la existencia del mundo y en este “presente pequeñísimo de nuestra existencia” no sabemos aprovechar nuestra interrelación con nuestros familiares, amigos e inclusive con las personas en general. Somos intolerante, reaccionamos con torpeza, algunas veces con fiereza, no sabemos controlar nuestros impulsos, nos creemos los reyes de la creación especialmente con los más humildes o con los que están bajo nuestra dependencia y protección y somos una piltrafa, como una hoja que el viento zarandea y nos convertiremos en polvo o ceniza que nos pisotearán sin misericordia y con saña los que nos siguen y nos odian.
Nos está llegando el momento, porque la tarde está encima de nosotros, hemos entrado en la penumbra de las tinieblas de la noche y solo nos queda el tiempo de despedirnos con altura, con honor y con elegancia, ya no de aquellos que hipócritamente nos regalaron aplausos y nos dieron lisonjas, sino de nuestras familias, de los seres que nos dieron alegrías mil y también rasguños que nos hirieron el alma, pero fueron los miembros de nuestra familia los que apaciguaron nuestra sed en nuestros días de fiebre, los que calmaron nuestros dolores y sollozaron nuestras rabias y rencores mal entendidos, a ellos nos debemos y son nuestros únicos y verdaderos acreedores.
Somos viejos, nuestras ropas y nuestro cuerpo exhalan un olor a tiempo caminado, como perfume de libros antiguos, de cosas viejas que resuman mohín, sin embargo, al mirarnos al espejo, además de nuestras arrugas y cicatrices imborrables, hay un halo de ternura y de amor, que de repente no lo notan, pero nos da la tranquilidad de haber vivido a gusto, sin dañar a nadie voluntariamente y pidiendo perdón a los que ofendimos, aún habiendo sido nosotros los ofendidos. Volvemos al reino de Nuestro Creador, con la cabeza agachada, avergonzados por no haber cumplido a plenitud, la tarea que nos fue encomendada.
Jorge REINA Noriega
*AYÚDAME A AYUDAR¨
jorgereinan@gmail.com
+51 999 048 355