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Pastillita para el Alma 12 – 03 – 2022
Estoy perdiendo la cordura, ya no soporto este mundo, donde todo ha cambiado. Ya no siento, en su verdadera esencia, la amistad de los que dicen ser mis amigos, menos el afecto de los que me llaman hermanos. Siento hipocresía mezquina, miradas crueles y gestos amargos y resentidos. Vamos olvidando el valor de la tolerancia y la sinceridad para sentirnos familia espiritual. Preparamos ocultamente y a escondidas, el cadalso y echamos cera al cordel con el que ahorcaremos a nuestros amigos, sin detenernos a pensar, que solo son los eslabones más débiles de una empresa, cuyo trabajo es cumplir órdenes y con ese estipendio logran mantener a sus seres queridos, monedas miserables, pero necesarias, para cubrir lo que otros ven como pecados imperdonables.
Me pregunto, dónde está lo que muchos calificamos como amigos íntegros, por los cuales somos capaces de sacrificar hasta la última gota de nuestra sangre. Solo son palabras, insensibles, heladas, sin repercusión ni trascendencia, dichas sin analizarlas, sin pensarlas para cumplir un reglamento y de ninguna manera, también, califico mal, a los que tienen el valor de colocarse en el sitial de jueces, porque lo hacen por un mandamiento legal de su conciencia y son hombres probos, decentes e inmaculados que tienen la sangre fría para hacer cumplir las normas y las leyes, sin los cuales este mundo también seguiría siendo un caos, lógicamente, si son honestos en vestir la casulla blanca inmaculada de un árbitro probo que no se fija en resentimientos ni prejuicios vanos.
Estas frases salen de mi corazón, en la calma y la paz de mi biblioteca y con el sosiego que me da el tiempo para curar nuestras heridas, que muchas veces nos hacen reaccionar tozudamente, pensando únicamente en una de las partes.
Sin embargo, en esta tierra, ahora convulsa, como en nuestro país y aún en el mundo entero, donde los acontecimientos, pasan minuto a minuto, como en la pantalla de los televisores, o en los escenarios de los teatros y los que miramos absortos las escenas y algunas veces, tenemos la suerte de ser parte del elenco de estos personajes en la tragicomedia de la vida y no solo simples espectadores, al contemplar lo que pasan los enfermos y sobre todos los de la cuarta edad, verdaderamente es sorprendente, penoso y desastroso. Fui testigo de excepción de una paciente de 87 años, aparentemente sana, obesa, que no se queja de nada, solo de una toz seca, un poco exigente, que asiste a una reunión de tipo social, donde come moderadamente, pero en la noche empieza con trastornos gastrointestinales de vómitos y cámaras diarreicas. La llevan a la emergencia de un hospital, en el cual no tiene seguro, solo para la atención de emergencia, con la finalidad de hidratarla, le hacen sus exámenes de rutina, entre ellos el descarte de Covid y la encuentran positivo. La ingresan al área de los aislados donde además le toman un electrocardiograma por un cierto dolor leve precordial y descubren que está haciendo un infarto agudo de miocardio casi asintomático, pero, confirmado por sus análisis de laboratorio. Aquí empieza el vía crucis de los pacientes que ya “deben de morirse”, que no lo es lo mismo con los que “se van a morir, tarde o temprano”.
Los viejos ya somos personas marcadas por la sociedad. No tenemos preferencia en las camas de emergencia, las medicinas que son administradas, no es con la finalidad de curarnos, sino nos dan a entender que son las mínimas necesarias para que el paciente evolucione y paulatinamente acercándose a su destino final. Los viejos ocasionamos gastos y ya no somos productivos y mientras más rápido nos vayamos es mejor porque desocupamos un ambiente para otro paciente joven que puede recuperarse y va a poder trabajar. Claro, esto no lo saben los familiares, aunque lo intuyen porque notan la diferencia de los procedimientos, entonces deciden consultar como derivarla a una clínica y se encuentran que la más económica le cobra S/100.000.00 de garantía y un depósito adelantado de los honorarios del especialista que le va a hacer un cateterismo cardíaco y la posibilidad de colocarle un stent, es decir un dispositivo que amplie el diámetro de la arteria ocluida y tenga mejor riego sanguíneo y el paciente pueda mejorarse de su infarto del corazón. Los médicos somos trabajadores de empresarios dueños de los establecimientos de salud y los que trabajan con el dinero resultado de las intervenciones que hacemos, donde inclusive, nos descuentan un porcentaje por ocupar las instalaciones de los locales. Aquí en el frío de los corredores, limpios con paredes relucientes con pisos de mayólicas y luz de reflectores con luz blanca, en estas casas, la mayoría de la muerte, ya no hay compasión para el pobre, para el desposeído para el que no tiene dinero.
Señor, Dios mío, no mires solamente poderosos que mandan que se maten los jóvenes en las guerras, como ahora en Ucrania, ni a los ricos que hambrean a los pueblos, ni a los que teniendo el poder de las armas, solo las usan, en los países pobres para los desfiles militares y no poner orden y hacer justicia y no para reclamar la dignidad de nuestros pueblos y evitar que haya el robo y campee la corrupción a vista y paciencia de todo el pueblo.
Señor, míranos a nosotros los que tenemos temor de Dios, los obreros de tu mandato que luchamos por los que no tienen nada, por esos niños enfermos socorridos por sus padres, que duermen en la vereda de las puertas de los hospitales y los que se consumen por falta de pan, de amor y misericordia.
Aplaca mi ira Señor, perdona mis arrebatos y por tu intermedio, pido perdón a los que, sin querer, ofendo.
Dame paz y regálame calma y hazme comprender que es mala mi obstinación, porque las personas solas no vamos a cambiar el mundo y recibe Señor, Padre Nuestro, mis gracias en forma de oración por la oportunidad de seguir sirviéndote, con mi montón de años sobre mis espaldas, a la medida de mis posibilidades, en lo poquito que todavía me permites seguir haciendo y ten la seguridad que cuando vayan decayendo mis fuerzas, gritaré altivo y… no me mires con compasión, anímame, recrimíname y dime: Levántate y sigue luchando, viejo inútil, que todavía tienes mucho que hacer, porque ya después vas a tener mucho tiempo para descansar, sin hacer nada.
Siempre he llevado la cabeza erguida
siempre fue mi carácter recto y bravo;
y aún frente a frente del monarca mismo,
nunca mis fieros ojos se bajaron.
Mas confesarlo debo, ¡oh madre mía!
Si en tu presencia angelical me hallo,
mi soberbia altiva desaparece,
y humilde tiemblo a tu amoroso lado.
Es tu alma, acaso, que en secreto
impulso me rinde… tu alma noble que a
tu alto el vuelo tiende, y lo penetra todo.
O es quizás, el recuerdo de que, ingrato
herí una vez tu corazón sensible,
el tierno corazón que me amó tanto.
(Enrique Heine)
Jorge REINA Noriega
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