Ayer no más, que lejos estábamos de pensar, cuando en nuestros claustros de la Facultad de Medicina de San Fernando, nació una amistad, honesta y sincera, que fue incrementándose con el correr del tiempo y se hizo más firme, cuando empezamos a trabajaren la Asistencia Pública de la Avenida Grau y luego en el distrito de Barranco, en esa casa vieja, de paredes de abobe, puertas altas de madera y pintadas de color blanco, en cuyo lugar de nostalgias inolvidables, se hizo grande y frondoso el árbol de la amistad, que siguió en nuestro internado en el Hospital de las Fuerzas Policiales, de ese entonces, trabajando con pundonor y voluntad, frente a nuestro común enemigo, La Muerte, que paradójicamente y como un contrasentido, es nuestra eterna acompañante, desde el instante en que vemos la luz del día en el momento de nuestro nacimiento y que ahora te lleva a la presencia de Dios, lugar, al que todos llegaremos algún día. 

Como olvidarnos de nuestra Asistencia Pública de Barranco, a cuadra y media de la avenida principal, donde funcionaba la Asistencia, que juntamente con el °Chiquito” Luna Gambeta, comenzamos a gatear en nuestros pininos, lo que fue y es nuestra pasión de toda la vida, de cuidar y curar enfermos… allí en ese lugar de nuestros primeros pasos, de temores y de angustias, ante la toma de decisiones, frente a un enfermo.

Ahora que ustedes dos han partido, mis grandes amigos entrañables, me da la oportunidad de pensar en la sabiduría de Dios, como es que ha dirigido nuestras vidas y así como el agua, es necesaria para que crezcan las plantas y el aire es vital e importante para la vida y no nos damos cuenta hasta que aparece un huracán o en la soledad de la Unidad de Cuidados Intensivos, cuando hay un tubo en nuestras gargantas, así, sin darnos por enterados, Nuestro Padre Celestial, marcó nuestro camino y nuestro destino en el campo de la Medicina: El “Chiquito” Luna, se encargó de traer a los niños a este mundo y Tú, mi querido Beto, de cuidarles en su niñez y hacerles hombres de bien con el cariño y tu trato amable, metiéndoles en la cabeza de los niños el amor a Dios, a sus padres y lo importante que es vivir en sociedad y comunidad, como infinidad de veces, lo demostraste, invitándonos a paladear la dulzura de tu lindo hogar, junto a tu amada esposa y el cariño de tus hijos, nuestros sobrinos.

Mi querido Betito, amigo y hermano entrañable, ahora alzaste vuelo para que, con tu cariño amable y lleno de alegría, te sientes al lado de Dios Padre y vayas preparando nuestro reencuentro, porque así entiendo la premura en irte de este mundo. 

Dejas en tu partida, con la tristeza más grande a tu adorada esposa y a tus queridos hijos que hicieron todo lo posible por retenerte a su lado, quizás, sin darse cuenta el sufrimiento de tus males, que por tu grandeza de espíritu y de amor, los ocultaste largo tiempo.

Teresita y tus amados hijos, sentirán a cada instante tu presencia. Serás un lucero en el firmamento que los alumbra con tu cariño y un susurro del viento que los acaricia y protege desde el cielo. 

     (José Eustasio Rivera)

¡Adios! Cruenta palabra que inventó la tristeza  

Eco de lo que acaba, grito de lo que empieza 

Suplica de los ojos que no quieren llorar.   

Me abrazas y vibramos en un solo gemido

Tú, por la angustia efímera del recuerdo querido