Claro Virgencita de Asunta, chiquita y solitaria, que pasas tus días y tus noches, cuidando a los que tienen “vida eterna”, los que se encuentran gozando de la paz de los muertos, en el lugar de este mundo donde el pobre y el rico, el profesional y el peón con llanques o descalzo, los viejos y los jóvenes, los hombres y las mujeres, los que visten uniformes, los que tienen sotanas y hábitos y todos en general son tus huéspedes físicamente, hasta convertirse en polvo de donde procedemos.

También de ti, Virgencita de Asunta de la Puerta del Cementerio es tu mes y el 14 y el 15 tendrás noche buena y tu día de gloria, desde luego sin procesión y tal vez con alguna Ave María o un Padre Nuestro de los que visitan a sus deudos y de reojo reparan en ti, sin saber que Tú eres la fiel guardiana de los restos mortales, con los cuales te reúnes todas las noches, en oración, pidiendo a tu Hijo Nuestro Señor Jesucristo, que derrame sus Bendiciones, para que la paz y la felicidad reine en la fidelísima ciudad de Chachapoyas y en la región entera de Amazonas y en todos sus hijos esparcidos en la faz de la tierra.

Virgencita de Asunta, en tu pequeña urna en la puerta del campo santo, con tus manitos extendidas y mostrando las palmas de tus manos, detienes a todos aquellos que traen problemas, rencores y envidias, a los que, lo es difícil que salga de sus labios la palabra pidiendo Perdón por los errores y las culpas cometidas. La que no permites que se perturbe la tranquilidad de los que duermen su sueño eterno y alejas de sus mentes los malos pensamientos y las malas acciones.

Virgencita de Asunta yo soy consciente y doy fe de todos los prodigios y milagros que realizas, sanando y curando de sus males a muchos pacientes que imploran tu misericordia, la que, sin bombos y platillos, ni carteles ni anuncios en radios o periódicos, y muy silenciosamente acudes a ayudar a muchos que sufren males incurables y dolores insoportables

Tú Virgencita de Asunta de la Puerta del Cementerio, humildemente muestras en yeso, tu corona de oro, como recuerdo de esa ceremonia pomposa que se hizo en el Congreso Eucarístico de 1947, cuando el Nuncio Apostólico Luis Arrigoni y nuestro Monseñor Octavio Ortiz Arrieta presidieron en la plaza de armas de nuestra ciudad, un rito inolvidable, con asistencia de muchas autoridades civiles, militares, policiales y una gran cantidad de obispos venidos de todos los rincones de nuestro Perú.

Tú eres las que escuchas los lamentos y las súplicas de los que piden por sus enfermos, por aquellos que cargan sus cruces de dolencias del cuerpo y del espíritu y sin flores ni velitas misioneras, con la serenidad de tu mirada piadosa pides a Dios Nuestro Señor que tenga clemencia de sus enfermos y de los que cargan desgracias sin diferencias de culto o religión.

Mis hermanos Rafaelito y Carlitos, descansan bajo tus pies, como fieles testigos de la devoción que te rindieron en vida, mis adorados padres, los cuales nos enseñaron a venerarte y a quererte como la Madre de Dios y acudir en nuestro auxilio cuando en nuestro camino hay piedras y escollos que impiden que avancemos…, así lo hacemos y Tú nos concedes todo.