Pastillita para el Alma 02 – 09 – 2025
Cuando el montón de años de penas y alegrías, cargadas en la alforja desteñida por el tiempo, compañera muda, en el largo camino de nuestra existencia, sujeta a duras penas, en nuestra dolorida espalda y nuestra modesta actividad, ha sido, recoger suspiros, lamentos, penas y tristezas, algunas alegrías y sonrisas, pero las más de las veces, quejas y reclamos de maltratos, calmar dolencias con pomadas y linimentos, recetar cucharadas de jarabes, cápsulas, pastillas y píldoras, inyecciones intramusculares o endovenosas y usar pinzas, tijeras y bisturíes para extraer tumores, quistes, hemorragias de vasos sanguíneos, corregir deformidades y malformaciones congénitas, curar quemados y secuelas del terrorismo y también embellecer rostros y desaparecer arrugas, alineando siluetas, devolviendo juventud que, el tiempo nos roba, pero, las más de las veces, … hurgando en los sentimientos y emociones, dentro del cuerpo de nuestros pacientes, propiedad y posada de nuestro Padre Celestial, ocasión que nos ha permitido conocer, muchas veces, la esencia del ser humano que, hacen del hombre, un ser feliz o quizás seres despreciables en la corteza terrestre.
Entonces, descubrimos que de las cualidades que adornan o denigran a las personas, la Humildad, es la tierra fértil donde se desarrollan todas las virtudes, aunque, en estos tiempos de premuras y confusiones, generalmente, se tergiversan los términos y se califica “humilde” al individuo pobre o carente de recursos económicos. Comúnmente se escucha decir a los asentamientos marginales de la gran ciudad como poblaciones humildes y se que, a su gente se trata despectivamente, hiriéndoles en sus sentimientos, creando resentimientos y complejos de inferioridad que perduran en la vida y cuando esas personas, por esos cambios de la vida, llegan a tener poder, arremeten contra todos, perjudicando a mucha gente inocente, con sus prepotencias e insolencias.
Inolvidable en mi época de colegial, la soberana paliza recibida, por aquel, muchachito engreído y pretencioso que, ya no decía gallo con doble “ele”, sino gayo con “ye” y yegua con una mezcla de “elle” y “she” después de regresar de la ciudad de los Reyes y era el único que lucía un polo de algodón, seguro comprado en el mercado central, pero, diferente a todos los que usábamos camisetas de tela de harina Santa Rosa y con ojos de juez de elegantes ropajes, se dio cuenta que “el poblano” como lo calificaba a un compañero, tenía el pantalón de su uniforme con la costura de las entre piernas que lo llegaba hasta la rodilla y después de mofarse y ridiculizarlo, le desafió a un “clinch” de pelea, para demostrar las “chalacas y los cabezazos” que había aprendido en la gran ciudad, pero, le salió el tiro por la culata. El tiempo, siguió con su marcha imparable y aquellos personajes de esta anécdota interesante, ambos mis grandes amigos, encontraron, el puente por donde se unieron, sin rencores, … uno humilde como la flor moradita de “No me olvides” y el otro, orgulloso, como un “pavo real” entendiendo que, lo único que perdura es la amistad sincera y al final de nuestra existencia, nos damos cuenta que, llegamos calatos sin nada e igual, desnudos, nos iremos, cubiertos con una mortaja, único uniforme, de todos.
La humildad es una de las mejores virtudes que puede mostrar el hombre y que desde tiempos viejos siempre ha sido una gracia, aunque para muchos “disque los leídos”, ahora es sinónimo de debilidad, pobreza y falta de carácter. Charlando en el almuerzo, después de la misa del último domingo de agosto, conversamos sobre las palabras del Evangelio el cual, con otras frases decía: “Cuando seas invitado a una reunión no te sientes en el lugar principal, creyendo que ese, es el sitio que te corresponde, más bien, siéntate, en el lugar más alejado y puede que seas invitado a un sitio preferencial, porque los que se enaltecen, serán humillados y los que se humillan, serán enaltecidos” como bien recordaba mi nieto.
Personalmente, creo y estoy seguro, como ya relaté, que, de todas las virtudes y caracteres que tiene el ser humano, es la Humildad, la mejor de todas, porque es el terreno abonado, donde florecen todas las cualidades que embellecen al hombre para relacionarse con DIOS y reconocer su soberanía, su grandeza, su omnipotencia, su misericordia para mirarnos como fruto exacto de su creación, que nos regaló el “Libre albedrío” no para hacer lo que nos plazca o ser mal entendido por nosotros y tomar actitudes no correspondidas, sino para ubicarnos en el lugar preciso, donde nos concierne. Siempre habrá alguien que brille más que uno mismo y en eso tenía razón mi viejo, cuando me decía: “Trata de ser como el que está arriba, esfuérzate por alcanzarlo. Siempre debes ser envidioso en lo bueno y si no eres como el primero, conténtate con ser el segundo, nunca menos y jamás olvides que todos merecen respeto, el grande y el chico”, sin embargo, tampoco es dable aparentar ser menos de lo que uno es, o ha conseguido con su esfuerzo y trabajo honesto con la finalidad de fingir, porque al ser descubierto, será criticado por su hipocresía y mentira.
El hombre debe ser útil con lo que tiene y ayudar a los demás, sin exagerar y sin perjudicarse, tampoco, sin hacer gala de sus hechos y darse cuenta, en el momento preciso, cuando el bien que se figura hacer se convierte en abuso. La persona, cuando es humilde debe desempeñarse haciendo lo que sabe con amor, sin exagerar sus actos, sin proclamarlos, ni publicitarlos, sin esperar aplausos o condecoraciones, esperando, sean los ojos de los que le observan, los cuáles descubran sus hechos, en este gran teatro de la vida, donde podemos engañar al hombre y nunca a nuestro Creador.
Cuanta alegría siento escuchando ese “gracias repetitivo” que, con tanta dulzura, sale de los labios de una persona que tanto quiero, dirigida para el grande, el chico, al que limpia las lunas de su carro y le agradece regalándole unas monedas, al que le sirve una taza de té, al guía dándole una información, al que le alcanza la lista del menú y también, se enfurece, cuando alguien trata mal al que cuida los vehículos o limpia y barre las calles. Practicar la humildad, con mescla de compasión, es estar más cerca de DIOS, es entender, “la mirada triste del perrito” atado a una soga en un palo del parque en la caseta y discutir enérgicamente con la señora del serenazgo por su falta de compasión, luego rescatarlo, bañarlo, vacunarlo y llevar a su domicilio, hasta ubicar a su propietario.
Ser humilde, es ayudar al desvalido, dar cariño al que sufre, ponerle una mano en el hombro, llorar y reír con el que menos tiene, compartir, no lo que le sobra, sino ayudando, de verdad, en lo que más necesita, aunque tengas que privarte de lo necesario para ti y tu familia.
Ser humilde es sentir alegría por los triunfos de otros, como si sería de uno mismo. Enseñar lo que sabes y compartir los dones con que has sido bendecido por DIOS, no para lucirte, sino para servir, en su Nombre.
Trata de ser como esos Hombres de Rojo y no, porque yo tenga la dicha de ser uno de ellos, sino, porque fueron Los Caballeros del Fuego, los que me enseñaron a servir, a cambio de nada, arriesgando aún tu propia vida, sin esperar que las medallas cuelguen de tu cuello, ni las condecoraciones se luzcan en tu pecho o los diplomas embellezcan las paredes de tu salón, sin recibir ni siquiera un “gracias”, solo con el beneplácito del Deber Cumplido en el Nombre Sagrado de nuestro Señor Jesucristo que siendo DIOS y más poderoso que todos los reyes del mundo, demostró su humildad, aún en el momento de su Muerte.
Jorge REINA Noriega
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