Diario expreso – José Ignacio Carrión
En la última protesta llevada a cabo el miércoles 15 de octubre, lamentablemente murió un ser humano. Este es un hecho más que lamentable y muy grave que tiene que ser investigado a fondo para poder determinar las responsabilidades del caso, pues no hay derecho a que nadie que salga de su casa a protestar pacíficamente termine muerto.
Protestar es un derecho constitucional, pero lamentablemente no todos salen a marchar pacíficamente, como hemos visto en las imágenes. En ese contexto, cabe preguntarse: ¿cuál es el rol de la Policía en el marco de las protestas?
Es cierto, miles salieron el miércoles pasado en forma pacífica, pero también muchos salieron dispuestos a enfrentarse a la Policía. Ahí están las imágenes de las bombas molotov, bombardas, palos y escudos que los manifestantes usaron para enfrentarse a la Policía.
Todos pudimos ver cómo se rompieron lozas de las aceras y cómo piedras enormes se utilizaron como proyectiles para atacar a los efectivos policiales. Atacar con bombas a la Policía, tirarles piedras enormes en la cabeza, destruir propiedad pública y privada no tiene nada que ver con una marcha pacífica. Eso es un DELITO.
La protesta es un derecho; tirar piedras y golpear a los policías, no. ¿Eso significa darle carta blanca a la Policía para que dispare a mansalva? Absolutamente no. De ninguna manera. Pero pedirles que soporten impasiblemente los ataques violentos no tiene ningún sentido.
¿El policía puede entonces usar sus armas para defender a terceros y a ellos mismos? Claro que puede, es su rol constitucional, siempre que lo haga dentro de la ley, respetando el uso de la fuerza y la proporcionalidad. Pedir que se quede parado viendo cómo unos inadaptados destruyen propiedad pública y privada y golpean policías es un sinsentido.
Sostener que, si la Policía usa la fuerza para responder a los ataques violentos, es una violación de los derechos humanos, socava gravemente el principio de autoridad. El policía necesita una legislación que lo proteja. ¿Cómo va a enfrentar la Policía las algaradas y los ataques violentos cuando sabe que una justicia ideologizada pende amenazante sobre su cabeza como una espada de Damocles?
Esto solo lo avalan algunos cojudos socialconfusos que creen que los derechos humanos de los delincuentes valen más que los de las fuerzas del orden y las personas de bien. Porque quienes tiran piedras, bombas y golpean policías no son manifestantes pacíficos: son delincuentes, y en el marco de su rol constitucional, la Policía tiene derecho a repelerlos.
“¡No importa cuán violento sea el ataque!, el policía con la cabeza rota y ensangrentada debe proceder a una detención alturada y moderada, porque ¡ay de él si responde!, entonces es un genocida”. Esa lógica perversa de que el policía, que es la víctima de la agresión, se vuelve el victimario, niega los fundamentos del Estado de derecho. Si uno comete un delito, debe ser reprimido.
No se puede deshumanizar a la Policía. Sin orden no hay ley, y sin ley, no hay Estado de derecho.




