Pastillita para el Alma 26 – 11 – 2025
Desde cuando éramos niños, esa sensación de Miedo, ha marcado nuestras vidas y en todas las clases sociales, pienso que, a nivel mundial, esa sensación existe, como una epidemia, clavada en lo más profundo de nuestros sentimientos. En nuestra tierra bendita, sobre todo en la época que carecíamos de luz eléctrica, nuestras madrecitas, inocente y amorosamente, por cualquier cosa, no habitual, como por ejemplo, resistirse a ir a la cama, a la hora acostumbrada nos decían: “duérmete pronto, porque si no viene el CUCO y te lleva”, después en la época de colegiales, la leyenda de la Sabarberín, espíritu de mujer paseando por el cerro de El Colorao con un farolito, en busca de un bebito, luego el cura sin cabeza que salía del Colegio Seminario, o el Chancho colorao o las brujas bañándose en el chorro de las Tres Esquinas en las noches de luna llena. Como olvidarnos del Shapingo que nos iba a llevar al infierno por alguna cosa mala que hacíamos, o faltar a la misa los domingos o dormirnos en el Rezo del Santo Rosario. En el sexto año de Primaria, todos los cuentos que nos metían de la forma de castigos en el Colegio San Juan, especialmente si no llevábamos bien la cristina o no estaban lustrados los zapatos y la férrea disciplina de don Germán Merino que, se hizo realidad, cuando en el primer día de abril de 1949 a las 8 en punto de la mañana, en el patio del viejo Colegio San Juan de la Libertad, correctamente uniformados y formados por orden de talla, se escucha la voz, como trueno, retumbando en el Pumaurco de don Germán, muy cerca de nuestra sección: ”Colegio Buenos Días” y tímidamente, todos los del primer año “Buenos días” y otra vez “No se oye, Buenos Días” y ahora gritando casi con gallos, “Buenos Días”, luego “Subordinación y Trabajo” y nosotros mudos, mientras el resto a voz en cuello “VIVA EL PERÚ” y otra vez don Germán: “¿Qué pasa, … ustedes son chilenos? Solo, para el primer año “Subordinación y trabajo” y, nosotros, ya con fuerza, como sanjuaninos “VIVA EL PERÚ”, luego, el desfile a los salones, empezando por 5° año, ya gente mayor, más o menos 15 a 20 alumnos, al final los de 1er año, al salón más grande 30 alumnos y ganar las carpetas con un compañero, a veces desconocido y como para, continuar sembrando el miedo, ingresa un profesor, bien vestido con corbata y terno oscuro, flaco, medio jorobado, con sombrero plomo de paño, se sienta en el pupitre, deja su sombrero, agarra su tiza blanca y su pellejo de carnero como borrador y con letra clara y legible escribe soy el profesor de Matemáticas, era don Eleuterio Trigozo, pone una operación y con una voz casi inaudible, señala a un alumno y dice “resuelva señor alumno”. Pequeñas experiencias de miedo o de terror y en esa época no sabíamos cuál era la diferencia, pero, son marcas de las miles que nos acompañan en el resto de nuestras vidas y con las cuales nos enfrentamos y salimos adelante y siempre con el corazón valiente y desafiante.
Según un autor, cuyo nombre no recuerdo, define al miedo “como una prisión sofisticada que jamás haya existido, porque no tiene muros ni cerraduras y aun así, mantienen a millones de personas atrapadas, obedeciendo un guion que no escribieron, cortándonos las alas, antes que podamos volar”
Todos en algún momento de nuestra vida somos víctimas de esa sensación que se mete en las células de nuestro cerebro y que son marcas imborrables incrustadas en nuestra inconciencia, donde no vale ni el tiempo ni lugar, pero, que se hacen consientes, en cualquier momento y ante situaciones y hechos diferentes. Hay miedos que se transforman en fobias, como, de aquel compañero de estudios y colega que, ejerciendo su profesión, tenía pánico a las alturas y en los edificios de 4 o 5 pisos, subía fácil pero, para bajar, tenía que agarrarse del brazo de alguien por su acrofobia o de repente de aquel jurisconsulta que al someterse a un examen de Resonancia Magnética para establecer un diagnóstico diferencial, al verse dentro del resonador, empezó a gritar porque sufre de claustrofobia o temor al encierro, con reacciones incontrolables de angustia y pánico.
Los miedos son creaciones absurdas de tu mente, como dicen los especialistas que tratan esta clase de casos. El paciente debe darse cuenta que es una creación de su mente, … que no te enfrentas a ningún monstruo, que solo es tratar de reprimir sus miedos y tomar decisiones de valor, porque solo el paciente es dueño de solucionarlo. Todo esto es excelente en el papel y en los labios de los facultativos, pero, los miedos, son sensaciones guardadas en ese baúl de la inconciencia, … siempre van a aflorar, en el momento menos pensado, inclusive esas experiencias de terror, de miedo intenso, vividos en la niñez, dejan marcas imborrables y frecuentemente dan manifestaciones en el comportamiento de la persona adulta, mostrándose tristes, atormentados, renegones, con mal genio, impulsivos, quejándose toda la vida de su mala suerte y arrastrando en el torrente de su desventura, a sus seres más queridos, a los cuales les culpan de su desventura, quienes sufren y tienen miedo de enfrentárselos.
Es cierto vivimos desde que existimos en la tierra, sujeto a una serie de amenazas, de peligro de sufrir heridas y hasta la muerte. El hombre primitivo tenía que correr, esconderse, escabullirse por temor a las fieras, hasta que lentamente comenzó a tener valor y encontró estrategias y mejor con el dominio del fuego, que poco a poco fue dominando y llegó a conseguir cierta tranquilidad, la cual se perturbaba con las enfermedades que aparecieron con los cambios en la preparación de sus alimentos y sus complicaciones.
El miedo crea patologías en los que lo sufren y no exclusivamente en el estado mental, sino como resultado de cambios químicos y hormonales, con hipertensión arterial, temblores, astenia, malestar general, escalofríos, aumento de la frecuencia cardíaca, de la respiración, llanto exigente, desesperación provocando intranquilidad en los que les rodean. Los pacientes van y vienen de los consultorios médicos. El miedo crónico, cuando son adultos, parecen nimiedades. Un gran amigo, bien considerado en la sociedad, amable con todo el mundo, exigente cumplidor de las tradiciones, usos y costumbres, llegaba a los velorios y decía, “voy a estar un par de horas como máximo”, pero, sus amigos que conocían de su miedo, cercano al pánico, conversaban de apariciones, de almas en pena, lo cual era más que suficiente para que permanezca hasta el nuevo día y no faltaba el fatalista, que al momento de despedirle le decía: Reycito y cuando te mueras vas a estar solito en el cementerio. Mi educación no me permite poner la respuesta del miedoso.
Parece mentira, pero en el interior de nuestro organismo se producen cambios químicos incontrolables, que dominan la voluntad y de ninguna manera es debilidad de carácter.
Miedo, cuando niños, sentados en la mesa del comedor y de repente, servido en sendos platos de loza, una sopa de trigo, con su caransho reventado, un segundo de olluquito con arroz graneado y pedacitos de carne, como lomo saltado y el tercero un locro de frejoles negros humeantes y de postre dulce de pepino, hecho especialmente por nuestra hermanita en sus escasos 10 años y la figura del viejo, en su sillón personal, con su correa en el cuello, diciendo, con voz enérgica, “deseo ver los platos vacíos y ninguno se queja del postre de su hermanita”. Mi madrecita que ya nos había dicho que, el trigo solo come las palomas. Miedo, en el Colegio San Juan de la Libertad de la Calle de La Merced, cuando los exámenes eran orales y el miedo a que nos toque una balota difícil. El miedo a pelarse declamando un poema en la fecha del aniversario del Colegio, frente a los padres de Familia, como lo pasó a mi compadre que, después fue un alto magistrado, con nariz grande y no es, “porque era narigón”, sino, como bien define el ingeniero Pío, a mi primo Manuelito, es que, “su cara lo tiene muy atrás”.
Los que vivimos la época del Terrorismo, cargando y trasladando heridos y que muchos piensan que eso fue mentira y creación de “mentes fantasiosas” o como los que se atrevieron a llamar fue “una lucha de clases” sinceramente no saben el miedo que sentíamos a no regresar vivos a nuestros hogares.
Todos en algún rescoldo del camino, siempre hemos tenido encuentros de peligro en que, el miedo nos consumía y no solo por temor a ser heridos sino ante un examen final para pasar de año, o en nuestros exámenes de grado, ante la amenaza de contraer una enfermedad grave como en el caso de la Pandemia y los “nosotros los viejos” que, tuvimos la suerte de llegar a ser llamados así, el temor, a ser dependientes con alguna enfermedad incapacitante y como todo el mundo, miedo, realmente miedo, a LA MUERTE, nuestro permanente y silencioso acompañante, desde que nacimos y al final, tarde o temprano, acaba con nosotros
Los verdaderos valientes, los super machos no existen. Esos valentones son de la boca para afuera y a la hora de los loros, son los primeros que corren.
Para mí, verdaderamente valientes y sin miedo LOS BOMBEROS, que arriesgan todo a cambio de nada, claro sin considerar a los miembros de las FF AA y P N P, que son nuestro orgullo nacional.
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CANTO ETERNO Jacinto Verdaguer
Postrado el padre en miserable lecho piensa, que, bajo el hoy paterno techo
Está por espantosa y cruel dolencia mañana su familia en indigencia
Cerca halla el final de su existencia por siempre llorará su eterna ausencia
Y sollozos exhala de su pecho de duelo horrible el corazón deshecho.
Jorge REINA Noriega
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(«El Grito», de Edvard Munch)




