CHACHAPOYAS  VICTIMA DE UN JUEGO MACABRO: Entre el Cálculo Electoral y la Contabilidad Politiquera

Facebook
LinkedIn
WhatsApp
X
Telegram

Jindley Vargas

Nuestra querida ciudad, con sus 20,686 electores que representan el 49.17% del padrón provincial (según el último proceso), se ha convertido en el epicentro de una paradoja democrática: la capital concentra la mitad del poder electoral, pero sus problemas más urgentes han sido ignorados por quienes aspiran a gobernarla. El alcalde y su cuerpo edil, ha sido sobrepasado por la realidad, y los candidatos voceados, en lugar de pronunciarse sobre las carencias estructurales evidenciadas por el ejercicio ciudadano, aparecen ahora disputándose los distritos más poblados, reduciendo la contienda a un mercantilismo electoral donde dádivas, chocolatadas, bolsas de víveres y promesas huecas están a la orden del día.

Con estos salvadores improvisados, que nunca tuvieron la entereza de afrontar las problemáticas de la ciudad, el riesgo es que el próximo alcalde sea elegido no por quienes conocen la realidad, sino por votos influenciados por la dádiva, votos que arrastrarán a la capital nuevamente al atraso. La política pordiosera amenaza con repetirse, tratando al ciudadano como cliente y al voto como limosna, mientras la ciudad es tratada como botín y laboratorio de improvisaciones.

La capital, por su peso decisivo, define el rumbo de toda la provincia. Y, sin embargo, los candidatos han demostrado una desconexión absoluta ya que ninguno se ha comprometido con los problemas reales de la ciudad. Si queremos resultados distintos, no podemos ser cómplices de la repetición cínica del ciclo electoral, donde cada víspera de elecciones la necesidad se convierte en moneda de cambio y la dádiva en disfraz de bondad.

Para alterar este rumbo, se requieren mecanismos democráticos estratégicos que fortalezcan la identificación ciudadana con sus problemas y eleven el nivel de compromiso de quienes aspiran a gobernar. Es imperativo exigir equipos sólidos, candidatos que no sean mansos ni decorativos, sino capaces de representar y fiscalizar. Es urgente romper el clientelismo y desplazar la dádiva por propuestas claras y verificables.

Con convicción ciudadana debemos reivindicar el voto consciente, para que la capital no sea arrastrada por la mercantilización, sino que se convierta en motor de transformación. La democracia no puede seguir siendo un ritual vacío donde la súplica sustituye la competencia. La capital, con su peso electoral, tiene la responsabilidad de romper el ciclo de atraso y cinismo, y de exigir que el voto sea un acto de emancipación, no de servidumbre.

Solo así se podrá alterar las cosas hacia el camino conveniente: el de la dignidad, la representación real, la fiscalización efectiva y el equilibrio del poder.

Artículos relacionados: