HIPERMETROPÍA POLÍTICA: El saqueo que también debemos ver

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FREDDICH – Jindley Vargas

La indignación nacional está encendida. Todos opinamos, todos denunciamos, todos compartimos titulares sobre la corrupción en Lima, el congreso y el pacto mafioso. Pero mientras se alzan voces contra el poder central, la hipermetropía política se dispara: vemos con furia lo lejano, pero ignoramos lo que ocurre en nuestras narices, a metros de nuestras casas.

En Amazonas, esa ceguera selectiva tiene nombres propios: el Gobierno Regional y todos sus estamentos, más la MPCH, EMUSAP, DDC, PROVIAS, entre otros. Mientras se habla de reformas, vacancias y pactos en la capital, aquí se sobrevaloran obras, se trafican identidades, se pagan consultorías fantasmas, se falsifican cartas fianza, se manipulan datos presupuestales, se paga más de la cuenta y se juega con la dignidad de los más vulnerables. A eso se suman los robos cibernéticos de fondos públicos, sin que hasta hoy exista un solo responsable ni deslinde institucional.

El faenón en la compra de ambulancias, los hospitales sin esperanza, los silencios cómplices ante el atropello de nuestro patrimonio, la reconstrucción de la torre de La Jalca, las remodelaciones fallidas del teatro municipal, la Plaza Mayor y la Plaza de la Independencia, el mercado municipal, el sistema de vigilancia de seguridad ciudadana, las compras infladas de compactadores, el sistema de saneamiento rural y la PTAR de Púcara plagadas de irregularidades, son solo algunas postales del saqueo cotidiano. Todo ocurre con la misma lógica que en Palacio: impunidad, silencio y complicidad. Aquí también hay blindajes, operadores y pactos. Concejeros, regidores, jueces y fiscales que han claudicado en sus sagrados deberes. Pero, sobre todo, HAY UNA CIUDADANÍA QUE EMPIEZA A DESPERTAR.

Ya lo dijo Abraham Lincoln: “puedes engañar a todo el mundo algún tiempo, puedes engañar a algunos todo el tiempo, pero no puedes engañar a todo el mundo todo el tiempo”. La mentira solo seduce a quienes prefieren la comodidad de estar del lado del poder. Pero entre quienes nos negamos a comulgar con el engaño, la verdad que brota en Chachapoyas ha roto el cerco del silencio. Ya no es secreto: es evidencia. Y ya no es resistencia aislada: es conciencia que se organiza.

Los hechos delictuosos ya fueron fichados por la historia. Y hoy, gracias a las redes sociales y a los pocos periodistas que aún honran su oficio, la verdad florece más rápido, más firme, más urgente. Ya no se trata solo de informar: la verdad nos increpa, nos convoca, nos obliga a decidir de qué lado estamos.

Paisanos, no basta con indignarse por lo que ocurre en Lima si no somos capaces de defender lo que tenemos cerca: Kuélap, Higos Urco, y el derecho de nuestros vecinos a sobrevivir con los mínimos estándares que exige la dignidad y a existir sin ser reducidos a cifras falsas. La corrupción no solo está en la capital, la corrupción no tiene dirección postal, ella se instala donde no hay vigilancia, donde el silencio y la indiferencia le abren la puerta, y donde la costumbre la vuelve paisaje.

Por eso, este 15 de octubre, la marcha nacional convocada por colectivos ciudadanos, sindicatos y gremios no debe ser solo una protesta contra el régimen. Debe ser una auto convocatoria ética para mirar nuestro entorno con la misma rabia con la que juzgamos lo que ocurre en Lima, con la misma indignación con la que compartimos titulares y exigimos justicia. Porque en Chachapoyas, en Amazonas, en nuestras plazas, calles y mercados, también hay razones para marchar. Y si no somos capaces de defendernos a nivel local, lo nacional será apenas una catarsis, una ilusión o, en el mejor de los casos, un acto de redención tardía.

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