“Qué bonito su centro histórico” decimos hinchando el pecho, pero cruzando los dedos para no darnos cuenta de nuestra propia mentira; sin embargo, no somos capaces de reconocer el menosprecio con que COPESCO trató a nuestras plazas y calles; solo atinamos a aplaudir cuando nuestras autoridades rinden pleitesía a quienes menospreciaron nuestra ciudad, mientras nosotros, los vecinos de a pie, tenemos que caminar haciendo malabares para no caer en sus baches o para no sacarse las uñas al tropezar con los fierros que dejó sembrado el famoso COPESCO.

¿Cuál es el orgullo en tener que juntar agua en baldes? ¿Qué de romántico hay en eso? ¿Acaso la necesidad de agua potable desaparece porque lo dijo un reportaje emitido desde Lima? NO señores, no nos equivoquemos, VERGÜENZA debería darnos el tener que mendigar el agua por la que pagamos, y no sentirse orgullosos de andar soboneando por agua al sobón de EMUSAP.

Teníamos un sueño, el de nuestro Aeropuerto ampliado y con más movimiento comercial, pero este sueño ya se está convirtiendo en pesadilla, las esperanzas cada vez son más lejanas debido a que está en manos de los mañosos de arriba y de afuera, cualquier momento salen con el chiste de que es inviable. ¿Y cómo mantener ese sueño si nuestro acalde anda pregonando que la ampliación de nuestro aeropuerto saldría más cara que la construcción del Aeropuerto Internacional de Chincheros, mismo que lo harán desde cero? Quizá para el alcalde esta lucha es muy tosca para su suave gestión; eso sí, el chistecito de la inviabilidad ya se estaría acunando en nuestra “Sacha Aristocracia”, la que alegremente disfruta de los agasajos improductivos y posa sonriente para las fotos al lado de los cholazos que año a año nos pasean.

Dicen por ahí que están orgullosos de vivir en una ciudad de honestos, y quizá algo de razón tengan, al menos aún podemos dejar nuestras puertas abiertas por un ratito; pero, si orientamos la mirada a esos entornos donde se “juega” con los presupuestos del pueblo que a la vez son de todos y son de nadie, ahí las cosas tienen otro matiz y es otro el cantar. La honestidad señores, no se mide por el número de funcionarios que andan sueltos y orondos por las calles; en nuestra ciudad la honestidad debería medirse en PROPORCIÓN INVERSA a la impunidad; es decir, a mayor impunidad, menor honestidad y en ese sentido seamos claros, todos sabemos que nuestra sociedad se mueve en base a grupos, grupetes, cofradías, compadrazgos, amiguis, amantes y otros reciclajes, que usan como moneda de cambio el “favorcito”, el mismo que se paga con el silencio, la complicidad y otros servicios más personalizados.

En medio siglo, no se ha visto a romancero alguno hacer una poesía o entonar una canción a nuestra Catarata de la Vergüenza, quizá porque no se atreven a acercase al lugar en

 

busca de inspiración, o a lo mejor porque saben que de nada sirve expresar lo feo, lo apestoso y lo real de la situación; al parecer, a las autoridades les basta con buscar un lugar sano y saludable para hacer la sucursal del botadero de basura de el Atajo o Rondón y dejar al olvido medio siglo de contaminación; al fin y al cabo, ese es problema de otros, de más allá y de más abajo.

“Yo no soy de Chachapoyas, soy de LA FIDELÍSIMA ciudad de Chachapoyas” … así corregimos orgullosos cuantas veces se pueda y mientras más lejos estemos, suena mejor; pero, ¿Acaso somos capaces de mantener viva la historia por la cual obtuvimos tal nomenclatura? ¿Acaso no son las autoridades las que permiten que las Pampas de Higos Urco se conviertan año tras año en un cumbiódromo? Y, ¿Acaso no son también las mismas autoridades quienes haciendo alarde de sus conexiones furtivas y demostrando su falta de identidad, las que hoy pretenden desconocer nuestro Patrimonio con el fin de construir un sancocho entre museo y centro cultural, que al final solo se proyecta como un negocio más para sus comadres?

Jindley Várgas