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Pastillita para el Alma 12 – 01 – 2025
En otros tiempos, no muy lejanos, cuando veíamos, a los señores con sombreros y chalecos, algunos con bastones y no para sostenerse y evitar caerse, más bien, como un signo de elegancia, fumando cigarrillos en piteras con arreglos dorados o plateados y las damas con faldones largos, la cintura bien ceñida, blusas de seda china, con bordados de acrósticos, con hilos de oro y plata, peinetas de marfil en los cabellos largos y ondulados y una que otra con un abanico, que lo manejaban con gracia sin par y un chale sobre sus hombros, con adornos en el cuello de collares de oro y perlas … eran otros tiempos, otros tiempos los nuestros, dichosos tiempos que, los de mi generación, todavía tuvimos oportunidad de contemplar y disfrutar.
Los provincianos de la zona nororiental de nuestro Perú, veníamos a Lima o a Trujillo, a presentarnos a las universidades nacionales, con la pretensión y la firme decisión de estudiar Medicina y muchos teníamos la suerte de ver realizado nuestros sueños, ingresando a la Universidad Nacional Mayor de San Marcos en Lima o la Universidad Nacional de Trujillo y empezar con 2 años de Pre Médicas, para luego y con mucha suerte, llegar a la Facultad de Medicina de San Fernando, la única Facultad de Medicina, en nuestro amado Perú y estudiar 7 años de Medicina, muchos se quedaban solo con Pre Médicas y seguían Odontología o Farmacia o se mudaban para seguir otra profesión. Ser médico cirujano titulado significaba 9 años de estudio constante y permanente y luego, después los años de especialización, en el país o el extranjero.
Nuestros maestros, eran señores catedráticos, con mucho prestigio profesional a nivel del territorio patrio, muchos de ellos con estudios en Europa en centros académicos de talla mundial, personajes experimentados que hablaban dos o tres idiomas.
Ellos, nos enseñaron el Arte de la Medicina, una profesión excepcional y extra ordinaria, solo comparable a un culto religioso o a un sacerdocio y donde había sido mucha nuestra pretensión al llegar a esta catedral de la Ciencia, la Virtud y la Verdad, que es la Facultad de Medicina de San Fernando y más nuestra osadía, tratar de emular a nuestros maestros. Sus clases teóricas, se llamaban clases magistrales, por la solemnidad, la elocuencia y la sabiduría de los que nos enseñaban, época sin ayudas visuales, solo con un pizarrón negro, semejante a la boca gigante de un dragón, para engullirse toda la sabiduría escrita por una tiza de yeso blanco que se movía como un pincel en los dedos de hombres parecido a dioses, que nos enseñaban su sabiduría y experiencia que nuestra expectante atención, se encargó de grabar y perennizar en nuestras núbiles neuronas que captaban, en lo posible, con la ayuda de la retina de nuestros ojos y el sonido que como ondas soberanas golpeaban nuestros tímpanos, mientras nuestros dedos ágiles y veloces se apresuraban a captar las frases más importantes, mediante garabatos o signos, que después se convirtieron en hábito y justifica, la letra ilegible en las recetas de los médicos de antaño, pero ya no en los de ahora.
Don Carlos Lanfranco, del Hospital Dos de Mayo, marcó una época trascendental en nuestra formación en la parte académica. Son inolvidables sus clases magistrales en el anfiteatro del viejo hospital, en cuyas paredes, estoy seguro ha quedado impregnado, para la posteridad, el timbre de su voz, así como las huellas de su rápido andar por los pabellones y pasadizos atestados de enfermos con diversidad de patologías.
El señor doctor don Carlos Lanfranco, en uno de sus clásicos seminarios de los días sábados, desde las 08.00 hrs hasta más de las 13.00 horas, con la asistencia de todos sus catedráticos titulares y auxiliares, los alumnos de los dos grupos y generalmente, en presencia de un paciente, en posición decúbito dorsal, a veces con respiración asistida o en situación de ausencia real del medio circundante y respetando totalmente su dignidad como ser humano, dijo, lógicamente con otras palabras llenas de sabiduría y sentimentalismo humano, lo siguiente:
La Medicina Humana, señores alumnos, es una profesión extraordinaria, cuyo origen se pierde en la nebulosa oscura de los tiempos, presente, desde cuando existe la presencia del hombre en la tierra que, tiene como objetivo fundamental, el estudio de las enfermedades, encomendado a personas escogidas, las cuales tienen que dedicar su tiempo, su inteligencia, experiencia y conocimientos con la finalidad de recuperar la salud de los pacientes, para lo cual deben ser honestos en su preparación, conociendo en forma integral la anatomía y fisiología del ser humano, buscando en los pacientes, mediante el interrogatorio amable y perspicaz, el origen de las diversas enfermedades, las causas y factores que las originan, encontrar en lo posible un diagnóstico, tratar de curar sus dolencias, con medicinas, prácticas quirúrgicas y procedimientos, respetándole como persona y teniendo muy en cuenta que “Hay enfermos y no enfermedades”, es decir que un paciente, no es igual a otro, en sus signos y síntomas, así como se manifiestan su dolencias, … el dolor de cabeza de Anselmo, no es igual al de perencejo, ni de un niño de cinco años a un viejo de cincuenta. Recuerden que en la Medicina hay dos procesos claramente definidos, la Curación y la Sanación.
La Curación, se refiere al acto que realiza el médico tratando de recuperar la salud del enfermo, eliminando el agente que lo produjo o buscando mitigar sus dolencias, para lo cual usa medicamentos de diferente naturaleza, utilizando lo que se producen en el medio ambiente o en los laboratorios que ha descubierto el hombre, como resultado de su experiencia y experimentación y también realizando actos de benevolente agresividad de cirugía, eliminando órganos y tejidos dañados o que aparecieron, como en los caso de tumores, quistes o en los casos de mal funcionamiento de los mismos.
La Sanación, es un concepto más amplio, más completo, porque no solo enfoca los signos y síntomas del enfermo, sino todo lo concerniente a su estado mental, emocional, social y aún espiritual o también a las reacciones que tiene el propio organismo para defenderse de las noxas, mediante la secreción de hormonas y de anticuerpos que dan guerra a los agentes invasores llámense virus, bacterias, parásitos o agentes nocivos. La sanación depende del mismo paciente que tiene esperanza en el trato amable y afectuoso del facultativo que le prescribe los medicamentos, hace las cirugías más convenientes y muchas veces, tiene que convivir con su enfermedad como en los casos de los pacientes con Diabetes, con Hipertensión arterial, enfermos que sufrieron un accidente y se le amputó un miembro o aquellos con lesiones crónicas como consecuencia de agentes nocivos como la nicotina, las drogas y el alcohol o aquellos obreros de las minas que aspiran polvo o son víctimas de la maldad humana o los enfermos con cáncer incurable, donde ni la radioterapia ni la quimioterapia dan buenos resultados.
En conclusión, la curación lo realiza el médico tratando las enfermedades mediante fármacos y procedimientos y la Sanación, depende del mismo paciente, quien no pierde la esperanza de recuperar su salud y/o se adapta a sus síntomas y convive con ellos, sin darles mayor importancia y llevando una vida placentera que no le molesta ni fastidia a nadie.
Recuerden señores alumnos, dijo don Carlos Lanfranco, la práctica de la Medicina Humana, es un privilegio encomendada a personas especiales que, no solo requiere tener una gran cantidad de conocimientos de productos farmacológicos, de técnicas quirúrgicas o procedimientos especiales, sino también estar dotado de honestidad, de un cúmulo de virtudes morales, éticas, emocionales y sociales para que nuestros enfermos nos tengan confianza por nuestro trato virtuoso y empático de profesionales honorables y respetables, curtidos en el largo camino tortuoso de la vida y alimentados con sentimientos de pena y de tristeza, ante la derrota en la batalla permanente con la Muerte, luchando y peleando hasta el final, pero jamás rendidos.
Don Carlos Lanfranco, sacudió de sus manos el polvo de la tiza, arregló su mandil gastado por el tiempo y abandonó el auditorio y de mis ojos rodó una lágrima por mis mejillas, recordando al viejo hospital Dos de Mayo, arriba en los Barrios Altos, escenario de mis años de estudiante, del Jardín Botánico, la Asistencia Pública de Grau, de la Morgue Central, el Hospital Obrero, la Iglesia de la Virgen del Carmen, de la peña orodada, del Colegio Cultura Moderna y el ruido del tranvía por el jirón Junín, el Monasterio de El Carmen, la madre Francisca y mi largo caminar de todos los días rumbo a la Facultad de Medicina de San Fernando y viendo al Dr. Israel Angulo, con un vaso en la palma de sus manos, llorando con verdadero sentimiento de nostalgia infinita decir “Por mi San Fernando, muchachos”, ahora te comprendo “Shanga”, también maestro de maestros Israel Angulo.
Jorge REINA Noriega
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