Marco Aurelio Denegri (MAD) fue un polígrafo, palabra infrecuente que nombra a una persona  interesada -y versada- en muchos asuntos que luego comparte; no un «sabelotodo», sí un difusor y crítico, alguien que hace pensar. En televisión fue rara avis, pues por imagen y talento era lo opuesto al gusto masivo y al interés de auspiciadores, aunque tuvo una notable legión intergeneracional de seguidores.

Su porte enjuto, sus manos huesudas, su frente y nariz prominentes eran los de un sabio medieval. El terno fue su uniforme y armadura. Displicente y renegón terminaba sus presentaciones con un seco «Y con Uds. será hasta el siguiente programa». Sin más. Siempre simpáticamente huraño. MAD no tuvo que crear un personaje para las cámaras porque él fue siempre un personaje por sí mismo.

Claramente misántropo, veía en el homo sapiens-sapiens algo que lo hacía sentirse ajeno a esa especie en franco declive, en camino a la brutalización. El mundo -pensaba- se había vuelto una «Sociedad excrementicia» (en expresión de Alberto Moravia). MAD fue un humanista que escapaba del hombre.

Trató con soltura una gran variedad de temas, pero la sexualidad y el amor fueron sus intereses favoritos. En una sociedad pacata como la nuestra el conocimiento erótico de MAD olía a indecencia, cosa que él sabía y quizá disfrutaba. En las entrevistas le ganaba su tendencia a monologar, aunque tuvo muchas memorables como aquella con César Hildebrandt.

Hijo de un tiempo libresco y auditivo, no disfrutaba la sociedad multisensorial del siglo XXI, pero eso, francamente, poco le importaba.

Infaltables fueron sus presentaciones-revisiones de libros en las que diseccionaba el texto encontrando fallas léxicas, ortográficas, sintácticas, incluso en la impresión («¡Falta control de calidad!» era su queja constante): ni Vargas Llosa se libró de este examen. Sin embargo, MAD no se consideró un crítico literario sino uno de la habilidad comunicativa.

Respetuoso con las creencias, se definía como agnóstico. Cierta vez, al ser preguntado sobre la existencia de un creador, respondió clásicamente: «Dios no es parte de una cadena causal observable»; terminando con un solemne «No puedo responder eso. Todo es pura oscuridad».

Con MAD se apaga una de las poquísimas voces pensantes-punzantes en los media. ¿Quién nos ayudará ahora, al menos un poco, a librarnos de la estupidez de «realities», de la osadía de ignorantes con títulos, de los bárbaros que mastican el idioma? Ante la pantalla ya no sonreiremos cómplices, ni tomaremos un papel para anotar el dato novedoso o la palabra recién descubierta.