23/04/25 - 09:33
“La muerte es la continuación de la Vida sin mí” (Jean-Paul Sartre)
Luis Alberto Arista Montoya
El epígrafe- que pertenece al filósofo francés que estudió a profundidad el tema de la muerte en su clásico libro El Ser y la Nada(1943) -, tiene una doble significación: pues, la vida se comprende desde la muerte, y la muerte desde la vida. En el transcurrir de nuestras biografías vida/muerte coexisten mutuamente. Todos los hombres somos iguales ante la muerte, aunque no necesariamente durante la vida.
Me vienen a la memoria estas palabras ante la muerte del Papá Francisco, que ha entristecido urbi et orbi (a la ciudad de Roma y al mundo). Ha muerto dentro del contexto ritual de la Semana Santa. Pero dejó firmado el texto de sus meditaciones para el tradicional vía crucis que se han rezado al anochecer (a oración como dicen nuestros campesinos de la región Amazonas), junto al Coliseo de Roma, ícono turístico, antaño símbolo del poder despótico de los Césares romanos.
Una de sus reflexiones reza así: “La vía del calvario pasa por nuestras calles de todos los días. Pero nosotros, por lo general, vamos en dirección opuesta a la tuya”. Sí, por las calles de todas las ciudades: por ejemplo, por las de Ucrania, La Franja de Gaza, por las de Nueva York, las de Ecuador y Perú (donde las calles se han tornado peligrosas al caminar, por lo que cuando transitamos vamos con miedo ante los demás, con la indiferencia a cuestas, en sentido contrario; el peruano está acentuando cada vez más su soledad y egoísmo). Es de suponer que el Papa Francisco durante su agonía estuvo muy triste: por la incruenta guerra de Ucrania y Gaza, por la persecución a los inmigrantes, sean en los EE. UU o Europa, por el abuso de niños y niñas, por el empobrecimiento crónico de la gente humilde, por el cambio climático, por la amenaza nuclear, la guerra de aranceles …Todas las calles llenas de gente están, no van cantando o conversando por la ciudad, van solos pero, eso sí, con el celular en la mano o el oído. Es la soledad en medio de una muchedumbre, que es lo más grave. El celular me acompaña, luego existo.
La última aparición del Papa fue durante el Jueves Santo, acudió en la tarde a la cárcel romana de Regina Coeli, cerca del Vaticano; pero por prescripción médica ya no pudo esforzarse en lavar los pies de algunos reclusos, como es costumbre tradicional. Por la mañana, acudió a rezar a la basílica de San Pedro antes de la celebración de la Vigilia del Sábado Santo, y se detuvo a saludar a un grupo de peregrinos estadounidenses que visitaban en ese momento el templo (como tenía una buena memoria, es de suponer, que en ese momento recordó sus palabras de recriminación al presidente Donald Trump por su inhumana política anti migración y por el cierre de cientos de ONGs que trabajan a favor de los Derechos Humanos).
Francisco fue un Papá progresista, manejó la razón irónica con amor y humor. Ha dejado una valla muy alta para su sucesor. ¿Quién será? ¡Vaya uno a saber! Como dicen algunos teólogos es preferible la duda a las certezas. Hasta que llegue la nueva elección, estimado lector/auditor, te recomiendo ver la película CONCLAVE por cable-tv, que muestra las negociaciones y contubernios para elegir al nuevo Papa entre los Cardenales de todo el mundo católico que asisten al cónclave. Dicha película ilustra que los Cardenales-candidatos son también hombres de carne, hueso y sangre, humanos demasiados humanos.
Por otro lado, la muerte del Papa Francisco me ha llevado a releer un libro que recomiendo sobre manera a creyentes y no creyentes, a ateos y agnósticos., a laicos y religiosos. Se trata de la obra titulada: ¿En qué creen los que no creen? (1999). Se trata de un dialogo sobre la Ética y la Fe religiosa en el fin del milenio, diálogo sostenido entre el filósofo y literato laico Umberto Eco y Carlo María Martini (arzobispo de Milán). Es un libro sobre el sentido ético de la fe, tanto para quienes creen como para quienes no creen (o creen que no creen, o se creen dioses).
Una de las conclusiones del libro dice: “¿En qué creen los que non creen? Al menos es preciso creer en la vida, en una promesa de vida para los jóvenes, a quienes no es raro ver empeñados por una cultura que les invita, bajo el pretexto de la libertad, a toda experiencia, con el riesgo de que todo concluya en derrota, desesperación, muerte, dolor. Es digno de reflexión que en muchas intervenciones resulten ausentes las interrogantes sobre el enigma del mal, y ello tanto más cuanto puede considerarse que vivimos en una época que ha conocido las más terribles manifestaciones de la maldad […], que apaga también el sentido de la vida moral como lucha, combate, tensión agónica; que la paz se consigue al precio de la laceración sufrida y superada” (página 164)
Son palabras mayores. En tiempos donde la mentira y el mal se banalizan cada vez más y más. Mientras los vivos de buena fe van quedándose sin referentes, sin pastores, mas no descarriados.
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EDITORIAL. Para Radio Reina de la Selva. Lima 23 de abril de 2025. Luis Alberto Arista Montoya. Este editorial está dedicado a mi abuelo paterno, don Francisco Arista, a quien no tuve la dicha de conocer; cuya alma- creo – debe estar en el cielo, junto al alma de su esposa Rosa Mori (mi abuela) y sus hijos, porque todos ellos fueron personas bondadosas. No por algo uno de mis hermanos porta el nombre de Francisco, y, otro, el de Bernardino, nombre de mi padre que en paz descansa junto al alma de mi querida madre Hilda María.