Hoy es un buen día para reflexionar sobre, cómo el campesino peruano es visto por el Estado como una mercancía de enganche. Producir lo que los países ricos nos exigen, centrarse en el monocultivo, depender de las semillas compradas, depender de los abonos artificiales, vender al precio que nos imponen, luchar por el acceso al agua, etc., son algunas de las evidencias de la crisis de la agricultura peruana. El campesinado pobre, a pesar que dan la vida en sus alimentos, reciben la muerte a través de la opresión del capital. 

El campesino pobre está sufriendo una enorme metamorfosis, está cambiando no solo su forma de producción, sino también su espíritu de campesino y su ligazón con la Tierra, enajenándole poco a poco, en medio de una economía capitalista imponente. Describo rápidamente esta metamorfosis en cuatro aspectos. 

Primero, lo que produce el campesino ya no le pertenece y se apropia otro, es decir, el trabajo del campesino normalmente es apropiado por el intermediario (comerciante), una entidad financiera (prestamista de dinero), el dueño de la tierra, de las semillas, abonos, etc. 

Segundo, lo que produce el campesino ya no es maíz, café, papa, plátano, cacao, palta, espárrago, etc., sino, todo es mercancía para la venta, ello hace que sus productos pierdan identidad y espiritualidad con la vida del campesino en su calidad de ser humano, y, por tanto, él también se empieza a deshumanizar. 

Tercero, el campesino se vuelve ajeno de su actividad misma, ya no trabaja para realizarse humanamente sino para producir algo para vender, algo para hacer dinero y poder sobrevivir. 

Cuarto, el campesino ha perdido también su relación con otro ser humano, el trabajo ya no es una fiesta para la vida en medio de la vida, el campesino está esperando siempre producir más, y en este proceso, el otro campesino: o es competencia o es alguien a quien explotar, rompiéndose así las relaciones humanas, y donde el propio campesino se convierte en una mercancía más.