Los valores y la identidad nacional no están depositados en ningún curso. Eso se juega en las interacciones cotidianas entre peruanos, en el ambiente de satisfacción o frustración que se siente en la casa y la calle, especialmente en aquello que los niños y jóvenes observan en la conducta adulta del liderazgo político y cívico peruano. 

Hay que entender que el currículo escolar no es una alcancía en la que basta depositar los deseos de las autoridades para que estos se hagan realidad. Si lo fuera, los estudiantes peruanos tendrían calidades personales, sociales e intelectuales superiores a las de los noruegos y japoneses. Se pide a los alumnos que por su paso por el colegio aprendan conceptos y los practiquen que están ausentes en el mundo adulto, en la experiencia cotidiana de la calle y los medios, en un país donde cambia el presidente cada año. ¿De qué ejemplos aprenderán ese respeto a la constitución con buena parte de la clase política electa y funcionarios están acusados de liderar organizaciones criminales y corrupción, que desprecian la constitución y la esencia de la vida democrática y los servicios públicos de que deben velar por sus derechos humanos y constitucionales? 

En cuanto al currículo hay que ir en sentido contrario. Debería haber una mayor integración curricular, una mayor comprensión de cómo es el mundo real y los problemas que hay que encarar, por lo que el aprendizaje debe ser crecientemente interdisciplinario. Mientras más se fracture y atomice la realidad en más y más cursos o pedacitos aislados e inconexos, más absurda e irrelevante les resultará la experiencia escolar a los estudiantes. La Historia del Perú adquiere sentido cuando contribuye a la comprensión del Perú de ayer, hoy y sus retos futuros, y esos están atados a la geografía, economía, literatura, arte, filosofía, ingeniería, psicología, estadística, inclusive con el análisis de encuestas como la Ipsos en las que se pregunta ¿qué cosas del Perú te enorgullecen y cuáles te entristecen o decepcionan? Hay que entender por qué los entrevistados contestan en lo positivo la gastronomía, la cultura, los paisajes naturales, la biodiversidad, el arte y la música, los restos arqueológicos del pasado especialmente Machu Picchu, -es decir, todo menos la conducta de la gente- y como negativo la corrupción, delincuencia, injusticia, inseguridad, violencia, el racismo, la discriminación, el egoísmo, etc. -es decir, cómo somos los peruanos-. ¿De dónde viene eso? ¿Se entenderá con un curso aislado de Historia del Perú, que dicho sea de paso suele ser muy sesgado y apologético a la ideología gobernante, como lo evidencia la discusión sobre cómo presentar en los textos escolares el período 1980-2000?

¿Quieren más amor por la patria y orgullo nacional? Eliminen las interminables colas y falta de medicamentos para las atenciones de salud, pongan agua y desagüe en todos los colegios, eliminen las tramitologías para convertir el Perú en un país digital, potencien la práctica intensiva del deporte y el arte desde edades tempranas, estimulen la creación de patentes peruanas, fortalezcan un poder judicial para que atienda con rapidez y justicia los casos que le  llegan sin que venza la corrupción, prioricen el bienestar de los pueblos nativos valorando su identidad cultural, generen la sensación de seguridad ciudadana y cuiden a los ancianos y personas vulnerables, eliminen el resentimiento y la venganza como factores de peso en las acciones políticas… y verán cómo se dispara el amor por la patria y el orgullo de ser peruanos.  

Recordemos el Estudio Internacional de Educación Cívica y Ciudadanía de UNESCO (ICCS 2016) con alumnos de 13 y 14 años de Chile, Colombia, República Dominicana, Perú y México, en el que 69% de ellos dijo que estarían de acuerdo con un gobierno dictatorial “si trae orden y seguridad”, y el 65% si aporta “beneficios económicos”.