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Pastillita para el Alma 26 – 02 – 2023
El lugar en el que, termina o comienza el jirón Sosiego con la calle Tres Esquinas, que empieza en el jirón Triunfo y termina, en la parte lateral del cementerio, en las Curvas Carolinas, en recuerdo de doña Carolina Burga, lugar que desde hace mucho tiempo atrás lo conocemos como Las Tres Esquinas del barrio de La Laguna, pero, que en realidad, solo tendrÃa dos esquinas, donde en mi época habÃa una pampita y un poyito pegado a una pared con un chorrito de agua que caÃa en un pozo pequeño y  de donde recogÃan agua la mayorÃa de los pobladores de las zonas aledañas. En esa pequeña pampita era el sitio de reunión de la muchachada que vivÃan cerca y donde jugaban el melo y el salta carnero, mientras se llenaban los cántaros o las latas en los que recogÃan el agua. Cuantas veces, también en ese sitio se agarraban a trompadas el Tosho, el Calato, el Chinche, el Pupo, el Huishto Reyna, el Cañón o los Viguito, hijos de don Patrocinio, hasta tomar chocolate de la singa de algunos de ellos, momento en que terminaba la bronca o aparecÃa el guardia Choloque o don Gonsha o la figura de don Óscar Collantes, que, con su uniforme verde con botones dorados y sus polainas brillosas, ponÃa fin a las reyertas y toda la muchachada corrÃa antes de que los lleve al puesto de la Guardia Civil. También contaban las malas lenguas que, en las noches de luna llena, cuando la talacua cantaba era señal que los brujos llegaban a bañarse y a intercambiar sus pócimas, con las que hacÃan el bien o el mal. La persona que me cuenta dice que en alguna oportunidad habÃa “sido testigo de esa clase de espectáculo y no es que lo diga solo por hablar, ya que es una gente de respeto y no como otros amigos chismosos, que, si su lengua serÃa trapo, hace tiempo que estarÃa bien remendada por todas las mentiras y los chismesâ€.
Cuando era niño recuerdo haber ido varias veces al lugar de Las Tres Esquinas, donde estaba la casa de doña Mavila Alvarado, en la que se reunÃa mi viejo con sus amigo Hildebrando Aliaga y su primo el teniente Julián Quevedo Reina, a pasar momentos de sano esparcimiento entre los chistes y las melodÃas de un viejo acordeón de botones y una guitarra, cuyas melodÃas vibraban en el ambiente de una sala con cuadros y fotografÃas suspendidas en clavos pegadas a las paredes y sofás con alfombritas de lana y sillas con esterillas y la alegrÃa desbordante de los comensales que saboreaban los cuyes fritos en cashque y las fuentes de cecina martajada con abundantes lapas de purtumote con perejil y salsa de ajà rocoto, bajo la luz tenue de dos lamparines de kerosene colocadas en repisas de madera, adornadas con pisitos tejidos a crochet.
Cuando ya era joven estudiando en la universidad y regresaba a la tierra donde he nacido, frecuentaba constantemente el barrio de La Laguna, muchas veces jugando pelota en la cancha de Belén, o en las noches de luna, para buscar a mi compadre Arriel Herrera con su acordeón Paolo Soprani, para dar serenatas frente a la casa de doña Rosaura Meza, a mi compadre el chino Guillermo Guzmán, un capitán del E P, un señor de señores, que vivÃa a la espalda de la Iglesia de San Lázaro o cuando iba a buscar a don Noe Torrejón, para mandar hacer los capillos cuando era nombrado, padrino de mis muchos ahijados en la ciudad de Chachapoyas. En ese entonces don Noe era el único tipógrafo que tenÃa su imprenta y era padre de Mechita, esposa de Julio Villacrés, que fue mi compañera de estudios en el colegio San Juan de la Libertad.
En el jirón Hermosura, vivÃa doña Noema Burga, una mujer muy bonita, con sus hijas igual de bellas, que según me cuentan fueron ellas que, por su belleza, dieron nombre a la calle donde vivÃan. En esa cuadra, también vivÃa don Eleuterio Trigozo, temido profesor de Matemáticas del colegio, que hacÃa su siesta a la 1 de la tarde, sentado en su perezosa, en la calle, frente a su portada, lo que nos motivaba para que, algunos colegiales, pasemos a todo galope montados a pelo en caballos, con la finalidad de perturbar su plácido sueño. En la esquina de Piura con Hermosura, vivÃa don Nicolás Mendoza, casado con doña Petronila Castro, que tenÃa su panaderÃa y hacia unas delicias de panes con harina del Norte marca Santa Rosa o harina de cebada del paÃs. Ellos eran padres de mi compadre José VÃctor, mi colega y compañero de estudios Miguel y de Amparito, una linda mujer, vecina y muy amiga de mi hermana Dorisita en la avenida Brasil del distrito de Jesús MarÃa en Lima y para mÃ, una gran amiga muy querida, como una hermana.Â
Antes, en mis tiempos, el jirón Tres Esquinas, era el lugar por donde salÃamos y entrábamos a la fidelÃsima ciudad de mis ensueños. Cuando no Ãbamos, disimulábamos nuestras lágrimas diciendo que era por nuestros difuntos que dejábamos en el campo santo y cuando volvÃamos, en nuestros labios se dibujaba una sonrisa de felicidad y esperábamos los abrazos y el cariño de los seres queridos, que nos esperaban con los brazos abiertos por la dicha de vernos, después de mucho tiempo, aunque algunos mala gracias nos decÃan: “Hola hombre, ¿cuándo has llegado y cuando te vuelves?
Las Tres Esquinas, como todos los lugares de nuestra tierra, tiene su encanto, por los personajes que vivÃan y viven en esa zona y sus alrededores. Hombres y mujeres, niños y ancianos escondidos entre los muros de sus viviendas, cultivando la amistad y el respeto a sus vecinos y en esa pléyade de gente buena, hay apellidos como los Ruiz, los Santillán, los Torrejón , los Tuesta, los Quilo, los Herrera, los Alvarado, los Serván, los Vigo, los Collantes, los Mendoza, los Reyna, los Rojas, los Trigozo, los Arista, los Castro, los Cabañas, los Torres, los Montoya, los Burga, los Zumaeta que han dejado huellas indelebles en nuestro terruño y han brillado por sus conocimientos, por su arte, por sus oficios, por sus profesiones, por su decencia, por el respeto ante la ciudadanÃa que se ganaron, por su conducta y su don de gente y el cumplimiento de la Ley. Â
Cuanta historia resumida en ese pedacito del Barrio de La Laguna, cuantas vivencias que rasguñan nuestras entrañas, cuantas añoranzas de amores de juventud, que se perdieron en la bruma del tiempo y dejaron marcas como huellas de peregrinos en el camino ancho y voluptuoso de la vida. El barrio de la Laguna, lugar donde descansan nuestros muertos, el campo santo que es depositario de los huesos de nuestros seres queridos que se convirtieron en polvo, pero que viven eternamente en ese rinconcito del alma, mecidos con la sinfonÃa de los latidos de nuestros corazones, humedecidos con las lágrimas que no se desparraman hacia afuera y donde los únicos dueños y propietarios, somos nosotros mismos.
Ahora, el barrio de La Laguna, se ve engalanado con la casa museo de nuestro querido paisano Alejandro Alvarado Santillán, un joven enamorado de la belleza y las tradiciones de nuestra vieja y aristocrática ciudad de Chachapoyas, porque es depositario de objetos y de cosas de un gran valor intrÃnseco y de su amplitud de conocimientos, de nuestra vieja y añorada historia, que desde mi personal punto de vista, es como un relicario de nácar y piedras preciosas, donde se ha “detenido el tiempoâ€, tan igual como en el Castillo de Punta Negra del ex senador de la república señor doctor don Carlos Enrique Melgar López. Admirable y muy respetado mi amigo Alejito Alvarado Santillán, un hombre solitario de gran corazón, ameno y elocuente en su conversación, dueño de muchas dignidades, pero, cuya mejor virtud, para mÃ, es el amor y la religiosidad a su viejo Alejo, con sus 96 años y a su madrecita, su novia eterna, doña Cleofe Santillán Torres, a la que con santa devoción le llama su Cocosito.
“LARGA VIDA PARA TUS VIEJOS, AMIGO ALEJITOâ€
Jorge REINA Noriega
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