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VIVIENDO… EN EL PASADO

Pastillita para el Alma 29 – 10 – 2024 Definitivamente, físicamente, es imposible realizar esta presumida forma de vida,

VIVIENDO… EN EL PASADO



31/10/24 - 04:18

Pastillita para el Alma 29 – 10 – 2024

Definitivamente, físicamente, es imposible realizar esta presumida forma de vida, volver tiempo atrás y deleitarse de los años vividos. Suena hasta ridículo y de actitud desagradecida, el contenido de la misma frase, en esta época, del modernismo impresionante, con tantos adelantos, que aligeran nuestras actividades del quehacer diario, en todo sentido, que se manifiesta en el aumento del tiempo de vida del ser humano, el cual, a mediados del siglo pasado, era de 40 a 50 años y ahora, considerablemente casi, se ha duplicado, sin embargo, estoy seguro, que muchos sobrevivientes de mi generación, recuerdan con añoranza, muchas facetas de nuestra vida, donde el tiempo ha marcado con huellas imborrables en las neuronas de nuestra corteza cerebral y afloran incesantemente a la mente de personajes soñadores, los cuales añoran la paz y tranquilidad de tiempos idos, lejos muy lejos, de este vendaval ruidoso, peligroso y acelerado de los acontecimientos, muchos de ellos, delictuosos de la actualidad.

La convivencia, es buena y si la amistad es sincera, mejor todavía y eso se cultivaba, con mucha devoción en las querencias de nuestros tiempos idos y lamentablemente en las ciudades grandes, se va perdiendo paulatinamente, sobre todo en estos tiempos, cuando la inseguridad ciudadana, campea a diestra y siniestra y ya es casi imposible detenerla, si es que no se toman medidas radicales, como en la época de finales del siglo pasado que puso freno al terrorismo despiadado. Ahora, también, ya Chachapoyas, es una ciudad grande y el centro histórico, ha quedado reducido, a una franja minúscula, … sinceramente, da mucha pena, porque, el centro histórico, es el recuerdo viviente de nuestra tierra, cuando no había luz eléctrica, agua ni desagües, épocas sin motos y taxis, sin volquetes ni colectivos, solo los camiones como el del sodero, el sharpango del cholo Rojas, del maestro Escurra, de la Focet del Chica pierna, y el Dodge de don Lucho Vásquez. Tiempos aquellos, cuando veías a las señoras con sus polleras y llicllas, camino al mercado, tiecitas y empinaditas, como palo de escoba, con sus canastas balanceándose llevadas en sus cabezas, … época de los quipes y los tercios de leña de tayango, chamiza y guarango, del Pancho upa, del Juandela y don Emilio vizco, de las fiestas con candil, con lámparas de kerosene y Petromax, de los salones elegantes con entablados chirriantes  lustrados con petróleo blanco o cera derretida, … época de ilustres personajes, con apellidos rimbombantes y apodos inolvidables, de los cuales nunca se olvidaba “don Ernesto Llamosas, señorón muy católico, asiduo concurrente a las misas del colegio Seminario, enciclopedia viviente del acontecer social, costumbrista y político de nuestra tierra, casado con la distinguida dama doña Encarnita Torres Monteza” tal como recuerda, con lujo de detalles, con su memoria prodigiosa y envidiable, mi muy querido primo don Eudoxio Paredes Ruiz, dueño de la hacienda Calpilón, de la rivera del Utcubamba, que es ahora, ciudadano canadiense que habla inglés como gringo, nacido, orgullosamente, a dos cuadras de nuestra plaza de armas, en el barrio de Santo Domingo de la ciudad de Chachapoyas. 

“Vivir en el pasado” es recordar con pena y nostalgia, el desfile de las pastoritas, las velaciones con velas de castilla en candeleros de arcilla de Huancas y Cheto, el olor a incienso y azucenas de Taquia, las visitas los días jueves de los devotos del Señor de Burgos, de los farolitos en la puerta de las casas donde se velaba un “quellamito muy buena gente”,. Inolvidable el llanto y la tristeza de los deudos vestidos de luto, cargando el cajón de sus seres queridos, con niñitas con vestidos blancos, medias cubanas y zapatitos de charol  que, encabezaban el cortejo hacia el Campo Santo llevando coronas de flores blancas de papel cometa, con espinas de ancocashas, hechas por las habilidosas manos de doña Beachita, con el sonido lúgubre y lastimero de las rogativas de las campanas de las iglesias de Belén, San Lázaro y la capilla del Señor de la Buena Muerte del cementerio. 

Claro que, yo sigo viviendo en ese mi “amado Chachapoyas”, tal como la define nuestra querida María Luisa Peláez Bardales … en esa ciudad de las bateas de madera, de las ollas, los cántaros y las tinajas, de las tushpas con piedras calizas y su soplador de carrizo o su venteador de paja tejida, de los mates, las cashques, los pates y los porongos. Del recuerdo del olor suigéneris cuando se orea la tierra mojada de las calles, de la garuita fina, que humedecía más que la lluvia misma, o de ese balde de fierro enlozado, viejo y despostillado, colocado  en la sala de visita o en el dormitorio, con su típico ritmo, al caer de la gotitas de la “gotera” del techo, hechas por  los canchules de los altillos, cuando llovía fuerte con truenos y relámpagos y a veces con granizo, el viento soplaba haciendo temblar los techos, y parecía que el día medio se anochecía y las calles solicitarías,  sin un alma que lo lleve el diablo o de repente, uno que otro peregrino shutito y tiritando de frio.

Yo vivo en ese mi Chachapoyas de antaño, de las veladas en el mercado con Raúl Figueroa y de muchos de nuestros artistas locales, de las notas del piano en las manos de don Félix Castro, don Gilberto Tenorio, del curita Pedro Pablo Reategui, de las melodías del acordeón a botones en los dedos de don Calixto Herrera, los compases melodiosos de violines de don Hernán Arana, don Antonio Bobadilla, don Germán Santillán, el bordonear de la guitarra de Augusto Jiménez, Germán Oliva, Juan José Burga Vigo o Néstor Chávez Guevara, acompañando a  personajes famosos, de uno y otro sexo, que entonaban hermosas canciones para deleite de nuestro pueblo en las veladas literario musicales de nuestra tierra, … vivo, en mis recuerdos,  de los paseos al  alfalfar de don Raúl Tenorio, en las tardes de los días domingos, … de la chicha de arroz y de maní, del café cernido en bolsa y endulzado con chancaca, de los juanes, las humitas y los tamales, las chirimoyas, los guineos y las naranjas púchicas del Sonche y de las dulces como caramelo de Tupén Grande y de Balzas, de los pajuros y el shipashmute, del caransho reventado y la rellena de chancho, delgadita, asada al canto del fogón y servida con mote capca, en la misma cocina de piso de tierra apelmazada y “bien regada” para que no se levante el polvo, alumbrado con luz tintineante de un candil, sobre la repisa de una pared de quincha, caransho yrellenitas de chancho, finitas y cashpaditas, para deleite de los escogidos comensales, sentados en troncos de maguey, alrededor de una mesita con su mantelito de tocuyo. Vivo, del recuerdo, de mis años de niño, mirando el cerro del Pumaurco, donde los antiguos, decían que, se esconde un volcán en las entrañas de esa mole y cualquier rato iba a explosionar, abriéndose el suelo y las casas iban a caer al fondo del rio negro que pasa por debajo de la plaza. Vivo de los eucaliptos de Tasia, de los álamos y los saucos, los tayos y los shilshiles, de las pencas y las palmeras, los nogales, los cipreses, las retamas y la grama verde de la plaza de armas, de mirar, cerrando mis ojos a los cerros del Shundor encima del campo de aterrizaje del Tapial, el Malcamal, en forma de meseta, allá lejos, camino a Molinopampa; del cerro de Ashpachaca, encima de Taquia, de grandes pajonales, con nidos de perdices y un solitario árbol frondoso de ramas abundantes donde trinaba la alondra y anidaban los gorriones, las torcazas y los jilgueros; ese árbol, al canto de un manantial que brotaba de un ojo de agua, se transformó, tiempo después, en un tronco marrón amarillento, en forma de cruz, que abriendo sus brazos al cielo, clamaba y pedía, para que nuestro Tayta Amito, nos mire con piedad y misericordia. El manantial de agua cristalina, del cerro de Ashpachaca, mi viejo, don José David Reina Rojas, cuando fue alcalde, la canalizó, muchas veces con tallos partidos de maguey, para llevar el líquido elemento hasta la ciudad, en beneficio de la población chachapoyana.

Muchacho y colegial, me veo saliendo presuroso por la portada de nuestra casa, con uniforme verde olivo del colegio, a las 5 de la mañana, con el cuaderno en mis manos y encontrarme, arriba en Luyaurco, en la curva de la Virgen de Natividad, con mi compañero de estudios  Mariano Trigozo, el shiracho (QEPD) para ir a estudiar por la cuesta del pozo de Yanayacu, hasta el Cerro del Blanco y volver corriendo, a las 7 de la mañana, tomar desayuno e irse al Colegio San Juan de la Libertad, de la calle de La Merced, pasando, obligatoriamente, por la catedral, para santiguarse en agua bendita y antes que, el Sharuto o don Moshico, cierren las puertas del glorioso San Juan de la libertad.
Retacitos de vida, inolvidables, invisibles, pegados en el muro sempiterno de mis recuerdos.
Sentimientos y emociones infantiles, mezcladas con el bullicio silencioso, alegre y lúgubre de una adolescencia valiente, emprendedora y soñadora; ilusiones juveniles, con castillos de cristal y princesitas de marfil, con labios temblorosos, ojitos dormilones y cabellos bien peinados con rulos, trenzas y cerquillos. Añoranzas de ayer que jamás se desvanecen ni desaparecen, residen rebeldes y orgullosas, casi en la totalidad de mi mente. Experiencias sutiles de una infancia y juventud que no envejecen, como se muestran seniles mis arrugas y mi piel marchita. Vivencias que permanecen enhiestas, poderosas, orgullosas, porque así lo quiere Dios, en este largo recorrido tormentoso, romántico, nostálgico, alegre y bullicioso de mi camino rumbo a la muerte y del cual, “yo no debo quejarme”, como sabiamente me sentencia mi amiga Eutomila.


CANCIÓN DE CANTO EN PRIMAVERA por Rubén Darío
Adios juventud, divino tesoro
¡Ya te vas para no volver!
Cuando quiero llorar, no lloro…
Y a veces lloro sin querer.

Adios, adios lujo gentil
Nacida estrella que te vas
Pero el presente es tan vil
Que ni siquiera tienes paz.

Adios juventud divino tesoro
Te vas para no volver
¡Cuando quiero llorar, no lloro!
Y a veces lloro sin querer.

Jorge REINA Noriega
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