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«HISTORIA DE AMOR» EN TINGOPAMPA

Pastillita para el Alma 03 – 03 – 2023 Tingopampa, es una explanada, más o menos de 500 m2, ubicada al final del jirón La Merced y Los Ángeles, en la ciudad de Chachapoyas

«HISTORIA DE AMOR» EN TINGOPAMPA

03/03/23 - 09:24

Pastillita para el Alma 03 – 03 – 2023

Tingopampa, es una explanada, más o menos de 500 m2, ubicada al final del jirón La Merced y Los Ángeles, en la ciudad de Chachapoyas, lugar, que en mi época de colegial era el sitio donde se dirimían los “chócatela para la salida” de los alumnos del Colegio San Juan de la Libertad. Estaba a unas 4 o 5 cuadras de nuestra alma mater, en dirección al cerro de Pumaurco, un terreno solitario de tierra con champas y mala yerba, rodeado de cercos de pencas, chilcas y zarzamora, a una cuadra de la puerta principal del cementerio y donde había una capilla chica, de paredes de adobes, de más o menos 30 m2, con un portón de dos hojas, en cuyo interior había una Cruz de madera, clavada en la pared del fondo, con un pequeño altar con su tabernáculo y una mesa para la celebración de la misa, el piso era de tierra apelmazada y una hilera de bancas de madera para los fieles; afuera encima de la puerta principal una pequeña torre con una campana chica con su badajo y un pedazo de soguilla. Esta capillita como la de Tushpuna en el jirón de El Comercio, frente al Centro Escolar 131, casi siempre permanecía cerrada y solo en el mes de mayo, si mal no recuerdo el 11, se celebraba el Dia de la Cruz, con novena, misa, retreta, fuegos artificiales, con cohetes, globos y la vaca loca, con asistencia de muchos devotos y vecinos de los jirones cercanos, como los familiares del héroe nacional de la guerra del Pacífico Concha Puente Arnao que se casó con una señora Tenorio y cuyos descendientes son los Concha Tenorio, muchos de los cuales han emigrado a la capital del Perú; también mi gran amigo Elías Rodríguez Rojas, su esposa y sus hijos, en cuya sala contemplé un Cristo pintado por mi compadre Luis Herrera Castro (QEPD); mi amigo Alfonso Latorre Tenorio, vecino del jirón Bolivia, quien me cuenta que frente a la iglesia de Tingopampa, vivían don Manuel Jiménez y don Norberto Puicán; las hermanas Tuesta Concha, que fueron 5 hermanas y en cuyo domicilio, por su Fe católica y su veneración a la Santísima Madre de Nuestro señor Jesucristo, han levantado una capilla a la Virgencita de Lourdes, cuya celebración central lo hacen los 11 de febrero de todos los años, menos este 2023, por la muerte inesperada de la última de las hermanas de 21 años, que ha dejado en la pena más triste a toda la familia y sus vecinos en general. 

La fiesta de la Cruz de Tingopampa, congrega a muchos personajes del Barrio de la Laguna y casi de toda la localidad, como así lo recuerda mi comadre Luchita Rubio de Guevara, juntamente con su esposo David. Mi comadre Blanquita Ordóñez y sus seres queridos, son asiduos concurrentes a las celebraciones de la capilla de Tingopampa, tanto en mayo como en diciembre, donde en la Noche Buena, la capilla se viste de gala con la presencia de las pastorcitas que bailan y entonan los famosos villancicos amazonenses, con sus trajes típicos, sonajas, sombreritos de paja con cinta de colores y sus panderetas en el crepúsculo de las noches navideñas, cuando el sol se pierde en lontananza y viene la oscuridad con sus estrellitas tintineantes y aparece la luna con su tímido velo de penumbra y de sombras que, oculta pasiones escondidas o amores relucientes, de eterna dicha y felicidad.

Sin embargo, esta Pastillita para el Alma, al escribirla, me da oportunidad, para contar un acontecimiento anecdótico de esas ocasiones en que nos reuníamos a escuchar boleros y melodías del recuerdo, alrededor de una meza y cómodamente sentados en sillones mullidos o sillas de Viena, como en el salón de visita de la casa de mis padres en Chachapoyas, cuando frente a una radiola oíamos con el ingeniero Buenaventura Burga Noriega a Los Panchos, a Libertad Lamarque, Pedro Infante y Javier Soliz, o alguna que otra vez, acá en Lima con mi compadre Marino Sánchez Rubio o con altos magistrados de la nación y otros amigos, saboreando un vaso de wiski o una taza de delicioso café oyendo música de ensueño del acordeón chachapoyano, que mueven los conchitos escondidos entre las fibras de Purkinje de corazones atormentados. Esta anécdota que voy a relatarles, trata de una historia que le ocurrió a un gran amigo mío, cuando apenas cumplía sus 16 años y que por obvias razones tengo que hacerlo en forma anónima, porque toca sentimientos de dos personajes, muy queridos por mí y de los cuales no tengo autorización para divulgar nombres. 

El protagonista es un mozalbete que cursaba el quinto año de secundaria, hijo de un señor acaudalado de la ciudad y ella, una chiquilla de apenas 15 años, hija de una autoridad muy influyente de la localidad. El amor de ellos, nació, como jugando, cuando en las noches de los preparativos para celebrar la fiesta del Colegio San Juan el 24 de junio, casualmente, se encontraron por una de las calles principales, intercambiando miradas y como se escribe en los cuentos de hadas, nació ese hechizo que se dice “aleluya, amor a primera vista” y sin decirse una palabra, sin que haya una promesa ni siquiera un juramento, se acercaron, uno al otro, intercambiaron una mirada y sus labios trémulos de miedo y de pavor se arrimaron en un beso, mientras se abrazaban y sus corazones palpitaban apresuradamente. Que cuanto tiempo duró ese abrazo, vaya uno a saber, tal vez, no llegó a un minuto, pero, los marcó para toda una vida, en ese primer beso, para ambos que, sin palabras, ni frases bonitas, sintieron que su sangre hervía dentro de sus pechos y conocieron el verdadero sentido de lo que significa el Amor, amor del bueno, amor sano, sin pasión. Luego vinieron las citas románticas a escondidas, aprovechando la oscuridad de las noches, sin luz eléctrica, la soledad de las calles y a veces, un disfraz, burlando la vigilancia de los custodios que puso el padre autoritario y celoso. Los días y los meses pasaron raudos y veloces, llegó diciembre y con este mes, los cambios de autoridades. Se fijó la fecha de partida, ya no importaba nada, los dos tortolitos, se citaron en Tingopampa, aprovechando la penumbra del atardecer. Ella quiso quedarse, pero el deseaba seguir estudiando. Intercambiaron frases, sentados en la champa, rumbo al alfalfar. No había testigos, solo los dos, el canto de un jilguero, de un guanchaco, de un gorrión, el viento meciendo las ramas de los árboles, de las chilcas y las zarzamoras y como en un hechizo, ella empezó a cantar, la canción “Historia de un Amor”, … no hubo una guitarra, un saxofón, un violín, ni una mandolina, solo, los dos, dos jóvenes muchachos, que, se estrecharon en un beso y rodaron cuesta abajo hasta el pie de una penca junto al poyo que limita una huerta. 

Pasaron los años, no se volvieron a ver, no hubo una carta, una tarjeta, una misiva y de repente, en el corredor de una clínica, ella de vestido blanco con su toca y uniforme de enfermera y él, también de blanco, con su vestimenta de médico. Se miraron, se dijeron ¡Hola! ¿cómo estás?... con el marco de dos lágrimas que rodaron por la mejilla de ella…. él, … taciturno, con la mudez de miles de palabras, que no salían de sus labios y se perdieron en la melancolía de un silencio del alma. Ahora, ella en un país del extranjero, gozando de sus hijos y sus nietos… él, preguntándose sin respuesta, como es que el compositor de Historia de un Amor, Carlos Eleta Almorán, sin siquiera imaginarse, creo una canción para la muerte de su cuñada que, también en el año 1956, fue la banda sonora de una separación de dos jovenzuelos, que nunca jamás tuvieron una “despedida”, allá en el camino, de hierbas verdes, con florecillas amarillas, en la bajadita de Tingopampa, como quien va al Alfalfar.  Tingopampa, donde comienza o termina el jirón Los Ángeles, a una cuadra del cementerio, donde duermen nuestros muertos, que como mi amigo, sin nombre, guardan miles de historias, muchas veces sin contar.

Jorge REINA Noriega
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