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LA MUERTE LENTA

Pastillita para el Alma 12 – 03 – 2023 No creo que haya alguien que, diga “Nunca entré” al Comedor de Estudiantes de la Facultad de Medicina de San Fernando, juntito a la Morgue Central de Lima.

LA MUERTE LENTA



12/03/23 - 16:01

Pastillita para el Alma 12 – 03 – 2023

No creo que haya alguien que, diga “Nunca entré” al Comedor de Estudiantes de la Facultad de Medicina de San Fernando, juntito a la Morgue Central de Lima. Todos, los sanfernandinos,  hasta los más pintaditos, aquellos que llegaban en sus carrazos con holiday en el tubo de escape, para que haga más bulla, o los asiduos comensales de la Tiendecita Blanca, en el Parque Universitario o los que se vestían en la Tienda Crevanni del jirón de La Unión y usaban zapatos de anca de potro de la zapatería Zevallos junto a Desamparados, han dejado de saborear los menús de la Muerte Lenta, tal vez y eso, no lo aseguro, no lo hicieron, algunas de nuestras lindas damitas, que no deseaban mezclarse con la chusma y se contentaban con un sanguche de chorizo de Huacho reventado con huevo y su bebida gaseosa, de los quioscos del Jardín Botánico, ya que en ese tiempo no se acostumbraba las famosas loncheras de ahora, ni se cuidaba la esbelta figura, con dietas rigurosas, recomendadas por nutricionistas.

En la puerta de entrada del comedor, en el jirón Cangallo, siempre estaba un vigilante con cara de malo, que pedía el carnet de estudiante, para evitar que ingresen personas ajenas y/o de mal vivir, que no abundaban, como hoy en nuestras calles y avenidas.

El menú, en el comedor de estudiantes, no era igual todos los días, siempre había cambios en las viandas que servían y los platos eran muy bien atendidos en cantidad y sin menos preciar, la calidad, ya que estaba sujeto a la crítica y fiscalización de los dirigentes, a los cuales según decían las malas lenguas, siempre tenían platos especiales que, remataban con un postrecito de mazamorra morada o un dulcecito de duraznos.

El primer plato del menú, generalmente era un tazón de sopa de sémola con pedacitos de papa, o caldo de fideos, con menudencias de pollo, o un retacito de carne sancochada; el segundo era un plato grande de arroz, con frejoles, alverjas, lentejas, una alita o entre pierna de pollo, o un trozo de pescado frito, su vaso de refresco y un pan francés. El costo del menú era de UN SOL y estamos hablando de los años del 57 al 60 del siglo pasado y tal vez en esto se cumple, comparando a los costos de los comedores populares de ahora, “que todo tiempo pasado, fue mejor”.

En este comedor de estudiantes, se juntaba a la hora del almuerzo y de la cena, pero más a la hora del  almuerzo, una multitud de estudiantes de diferentes lugares, apreciándose un conglomerado cosmopolita de limeños, de chalacos, ayacuchanos, huancaínos, pasqueños, trujillanos, piuranos, extranjeros characatos,  selváticos charapas, huanuqueños caballeros “pata amarilla”, cajamarquinos, cajamarqueses, camarquinos, camarcuros y cajachos, en realidad de todas las partes de nuestro Perú, se formaba una larga cola de comensales, pegados a las paredes y a las rejas del jardín Botánico y muchos de ellos esperando que no termine las pailas de alimentos del comedor para no recurrir al comedor de empleados del jirón Ocoña, en el centro de Lima por la plaza San Martín, donde el menú ya costaba S/2.50. Esta multitud de gente procedía tanto de los estudiantes de la Facultad de Medicina de San Fernando, de Farmacia, Obstetricia, además, también, de los alumnos que venían, inclusive, de la casona de San Marcos del parque Universitario y de muchos de los estudiantes que no podían regresar a sus domicilios, debido a que estaban muy alejados y porque las clases continuaban a las 2 de la tarde.

Después del opíparo almuerzo, muchos de los estudiantes íbamos a reposar o tomar una ligera siesta en las banquitas del jardín botánico, o los que teníamos que entrar a las clases, en un pequeño anfiteatro, para escuchar las lecciones somníferas con proyección de filminas, entonces aprovechando la penumbra del ambiente, nos acomodábamos en las partes más estratégicas para estirar las piernas y rendirse en los cómodos brazos de Morfeo, después dándonos tiempo, para echar un vistazo al libro de Cornejo o a las copias de esténcil de nuestro muy popular el cholo Quinto, que yendo el tiempo, tuvimos que reconocer, el gran apoyo y ayuda que nos dio en la época, que no había internet y existía la escasez de libros de la Biblioteca de las diferentes especialidades, aunque nunca devolvió ni pagó por la grabadora italiana, que entró por Manaos. 

Nuestro hermano Lucho y sus secuaces, nunca más volvieron a la Muerte Lenta del comedor de estudiantes, todos ellos iban a tomar su “refrigerio”, (recién sabíamos, que así se llama el almuerzo), en el restaurante de la japonesita, en el cruce del jirón Puno con el jirón Cangallo.

Tanto fueron las ganancias, con la venta de copias, de nuestro ilustre colega y hermano de Promoción sanfernandino, que al parecer, también, “adquirió” el jardín botánico, porque así le hizo entender a nuestro hermano Kutuncho a quien le vendió una caña brava de bambú, que abundaba en el jardín, para sus competencias de salto con pértiga o garrocha, inclusive me parece que, también, lo alquilaba el corredor que estaba frente al laboratorio de Histología, fortín invencible del maestro Porturas, porque nuestro buen amigo Edgar, tenía como exclusividad ese lugar para estudiar las copias, aprovechando el alumbrado público de la Avenida Grau. Pienso, que con la Biblioteca de San Fernando, no había problema, con las influencias de nuestro popular Lucho, porque Benjamín Castañeda y su yunta Miguel Castro Camasca, Haro Haro, Conrado Celi, Corcuera, Coronado, Alegre, Arévalo, Boluarte, Carpio Uchuya, Castillo, Arrunategui, Bueno, Francesqui, Aragón, Escalante, Mendoza, Morales, Mori, Tovar, Ramírez, Reina, Falcón, Dominguez, Puente Arnao, Rioja, Torres, Reyes, Orihuela, Diaz, Rodríguez, Tejada, Tuesta, Pinto, Ramirez, Bozo, Pacheco, Piñas, Albán, Garay, Fajardo, Zegarra, Quispirima,  Sifuentes, Villanueva entre otros, eran casi dueños de la biblioteca, porque se pasaban largas horas estudiando y leyendo libros, lógicamente, que más queríamos, con el marco de la belleza, bondad y dulzura de nuestras lindas compañeras, que no me atrevo a mencionar nombres, porque puedo olvidarme de alguna de ellas y no me perdonaría por la omisión, sin embargo, debo mencionar que todas las lindas flores del jardín botánico, las que crecieron en la tierra fértil abonada especialmente y químicamente preparada para producir las más bellas y perfumadas, de fragancia sin igual en sus pétalos y especie, no igualaron jamás, a la hermosura física, intelectual y espiritual de nuestras dignísimas  compañeras de Promoción que con su exquisita sensibilidad, humildad y caridad, nos hicieron sentirnos, como en una gran Familia de amor, cariño y confraternidad. ¡Benditas, por siempre, sean todas ellas!  

Este pequeño relato, es un homenaje a ese comedor de estudiantes, que después de 50 años volvimos a visitar en nuestras Bodas de Oro de nuestra Promoción Médica San Fernando 1964, cuando tuve el gran honor, por la voluntad de mis amigos y colegas, de ser presidente de la  Promoción y traer al recuerdo un retacito de nuestro largo camino de peregrinos de la salud, dando nuestra ciencia y nuestro amor a cientos de pacientes que nos confiaron sus males y los curamos, por la gracia de Dios, poniendo en práctica, la sabiduría y enseñanzas de nuestros maestros y catedráticos que ahora gozan de la Gloria de Nuestro Padre Celestial.

Ese pedacito de la Lima de antaño, con su cielo, color panza de burro, como así lo dicen algunos ingratos, entre los jirones Puno, Huanta, Cangallo y la avenida Grau, ha marcado una época inolvidable para los que tuvimos la dicha de estudiar en la Facultad de Medicina de San Fernando y poco a poquito, se fue metiendo en nuestros corazones, las callecitas de los Barrios Altos y el Chirimoyo, porque empezamos a alternar con nuestro viejo Hospital Dos de Mayo y era popular la Línea 33 de ómnibus rojos, o el Cocharcas José Leal y pasear por la plaza Italia, la placita Buenos Aires, la iglesia de la Virgen de El Carmen y la de Cocharcas, Santa Clara con Rufas y a veces Buena Muerte y Penitencia. Tantos recuerdos, cuantas penas y alegrías. Añoramos el olor de los anticuchos y los chinchulines, los picarones y los buñuelos, ya no hay los mandiles blancos, ni los guantes de goma, tampoco el aroma del formol con hedor de muerte. Se fueron nuestros años de veleidosa juventud, de ilusiones y decepciones y solo queda en nuestra memoria, el sonido de una melodía triste de llantos y lamentos, de inmenso dolor, en la puerta de la Morgue y la alegría del Mambo de Machaguay, con Luis Abanto Morales, que una vez actuó, en el corredor del nuevo edificio, donde recibíamos las clases de Bioquímica con el maestro Villavicencio y de algunos aventados que, dieron pierna suelta a ese ritmo nostálgico, de canto a la tierra lejana y ausente y el ritmo de moda, de ese entonces, de ésta Lima que hasta ahora nos cobija. 

No conozco como salió el título del Comedor de Estudiantes, como la MUERTE LENTA, solo recuerdo que, a manera de chacota de mal gusto, muchos mal agradecidos se atrevían a decir: 
“No son muertos los que yacen en la tumba fría, muertos son los que comen en la MUERTE LENTA y viven todavía”, haciendo alusión a un poema de Antonio Muñoz Feijoo (1851 – 1890), que a la letra dice:

“No son los muertos los que en dulce calma la paz disfruta de la tumba fría;
Muertos son los que tienen muerta el alma y viven todavía…….
No son los muertos, no, los que reciben rayos de luz en sus despojos yertos;
los que mueren con honor, son los vivos, los que viven sin honra, son los muertos;
La vida no es la vida que vivimos, la vida es el honor y es el recuerdo
Por eso hay hombres que, en el mundo, viven… y hombres que viven, en el mundo … muertos”

Jorge REINA Noriega
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