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ASI ERA SANTO DOMINGO

Pastillita para el Alma 25 – 04 – 2023 Desde cuando era niño, te recuerdo como una cuesta parada, que empezaba bien abajo, en la quebrada de Shacshe

ASI ERA SANTO DOMINGO



26/04/23 - 02:41

Pastillita para el Alma 26 – 04 – 2023

Desde cuando era niño, te recuerdo como una cuesta parada, que empezaba bien abajo, en la quebrada de Shacshe y se subía un largo trecho hasta el cruce con el jirón Triunfo, que era la parte plana y donde comenzaba, para mis años de niño, la ciudad de Chachapoyas. Era una calle ancha, limitada en sus cantos con piedras puestas verticalmente como cercos de sequias por donde corría el agua de la lluvia, cuando llovía fuerte. Todo el trecho desde Shacshe era casi en plano inclinado y empedrada con diferentes colores de piedras planas, como los palmos de escaleras, donde entre hilera e hilera, había los caminitos de tierra, con la huella de las bestias de carga que subían y bajaban quingo quingo en todo su trayecto. Cuantas veces he subido y bajado por esa calle de mis recuerdos, de trecho en trecho, de día y de noche, con lluvia y con sol ardiente, a pie y a caballo, cuyos herrajes de las cabalgaduras chirriaban o se resbalaban en las piedras calizas y lizas, cuyas porosidades y hendiduras se habían perdido por el constante trajinar de la gente. Imposible de olvidar ese jirón de nuestra tierra donde nos despedíamos de nuestros seres queridos cuando salíamos de viaje con destino a la “costa”, época en que no había carretera ni vía aérea. 

Tal vez para los que ahora viven en la comodidad y tranquilidad de la Fidelísima, no se imaginan que por esa calle transitaban, todos los días, las señoras que traían las hortalizas y las verduras de la zona de El Molino, de Puca Cruz y de Penka pampa, en canastas, haciendo equilibrio, colocadas en sus cabezas y cargando sus quipes de choclos, yucas, papas, choclos, alverjas, camotes, racachas, para vender en nuestro único mercado. 

Como olvidarme de Shacshe, a la orilla de una pequeña quebrada, con una huerta grande llena de palos de eucalipto, donde don Julio Meza los cortaba a golpe de hacha, árboles que convertidos en vigas y pilares por las manos de don Manuel y don Carmen Valdivia fueron los techos, los pilares, puertas y ventanas, los entablados machimbrados, los escalones, los armarios, sillas y barandas de los balcones de la casa de mis progenitores, los mostradores, vitrinas y los andamios del establecimiento comercial de mi padre y aún todo el andamiaje, desde los pisos, los techos, el escenario, bancas, galería y palco del Cine Central de mis viejos.

Muchos domingos por la tarde íbamos de visita a la casa de don Juan Muñoz, celendino, paisano y amigo de la casa, para saborear la cecina shilpida, con purtumote, su taza de café o chocolate con cemitas o biscochos y su prensa de queso fresco de Inguilpata. 

Cuando estaba en el Centro Escolar de Varones 131, desde el 4° año al 6° año, junto con los condiscípulos del Colegio Seminario éramos reunidos por el padre Isidro Gonzales, en la Iglesia de Santo Domingo, donde nos daba charlas sobre el catecismo y luego nos entreteníamos en una explanada frente a la capilla, jugando la pega, el salta carnero, las bolitas de cristal o los choloques. Hace unos cuantos días atrás, leí en el portal de Reina de la Selva, que la torre de la iglesia de Santo Domingo se había derrumbado y entonces me pregunto, con esa pena y tristeza que labra el alma, ¿Qué pasa con las autoridades de nuestro pueblo, con los sacerdotes y los vecinos en general, que no se preocupan por el patrimonio de nuestra ciudad, de la belleza y el ornato colonial de nuestra sin igual Chachapoyas? Ayer no más se fue por los suelos la iglesia de Santa Ana, la primera iglesia construida en la época de la Colonia y luego transformada en museo, tal vez con buena intención de los que lo hicieron, pero a vista y paciencia de nuestra gente, que ve indiferente, que nuestras reliquias se van acabando y lo peor de todo, más preocupante el caso de Santa Ana, fue una construcción modificada para el local del museo, planificada y ejecutada por ingenieros y no como antes por simples constructores artesanales que pisaban el barro, hacían los adobes, hacían los cimientos y levantaban las paredes y armaban los techos y duraban años de años, resistentes a la lluvia, a los temblores y los terremotos.

La capilla de Santo Domingo, ubicada al lado derecho del jirón del mismo nombre, bajando hacia Shacshe, estaba construida en una pequeña loma y a donde se llegaba subiendo por una escalera, cuyos peldaños eran de piedras planas, entre cuyas rendijas crecía la yerba y nos regalaba su aroma de frescura como mensaje de bienvenida y a la iglesia entrábamos por un portón ancho de dos hojas, con sus eslabones y armellas de fierro fundido de color negro. La torre de la iglesia tenía una campana de bronce con badajo de fierro fundido y del cual colgaba una soguilla, con la cual se llamaba a las diferentes ceremonias que, de vez en vez, se realizaban o servía con repiques tristes, para anunciar, que algún buen hombre ha muerto. En el altar mayor la imagen de Santo Domingo en bulto, rodeado de otras imágenes las cuales por el tiempo transcurrido se me hace difícil recordarlas, en el salón del templo las bancas de madera, colocadas en fila, donde nos sentábamos los niños para escuchar al curita Isidro Gonzales sus mensajes y enseñanzas del Catecismo, predicando desde el pulpito, el altar, con su meza larga y un mantel blanco, con flecos de hilo tejidos a crochet, por manos piadosas de ese entonces, que si sabían que a Cristo no se llega solo con oraciones y leyendo lo que dicen las Sagradas Escrituras, sino también con “obras”, quizás, simples y sin mayor importancia, pero que, muestran nuestro verdadero amor de gratitud a la piedad y misericordia de Nuestro Padre Celestial. Es cierto que somos ínfimas criaturas que poblamos el mundo, que lo que hacemos son insignificancias ante la Grandeza de Dios, pero lo que mostramos a los ojos de la gente hace ablandar corazones y se vean más limpias las almas. 

Nunca se olvidan o pasan desapercibidos nuestros actos y actitudes, cuando se han hecho con claridad, transparente y sana intención, sin ánimo de aparentar o simular.

Pienso y me atrevo a opinar, que mis paisanos, especialmente del Barrio de Santo Domingo, son gente de acción, que no se quedan con los brazos cruzados, esperando sean las autoridades las que reparen y solucionen problemas, como el derrumbe de la torre de la Iglesia, sino, espero, que todos ellos se pongan manos a las obras y volviendo a hacer la “minga”, como se acostumbraba antes, todos los vecinos se congreguen y reparen la torre de la iglesia. Que vuelva a aparecer pujante, decidido y atrevido el espíritu de Germán Trigozo, el Chalaco, de don Alberto López, el Mazo, de mi hermano Pachaco Cabeza y Clavo, de los integrantes del Club Deportivo Santo Domingo y ellos, demuestren que no solo en el estadio son buenos que, nuestro alcalde provincial, demuestre con su accionar y dando el ejemplo que ha sido elegido por ser el mejor y es su Barrio el cual, ahora lo llama y lo necesita como su mejor peón, su mejor obrero,  reconstruyendo una de las capillas, santuarios de la religiosidad heredada en la sangre de nuestra comunidad y monumentos de la época más gloriosa de la Fidelísima ciudad de San Juan de la Frontera de los Chachapoyas y aunque está demás hacerles recordar a los vecinos, es bueno advertirles que, los cuadros, imágenes, cálices y ornamentos, que “piadosamente” los han llevado a su domicilio, no se conviertan en su propiedad, solo son fieles depositarios y no pase como con las imágenes y reliquias de la catedral y de muchas de las iglesias derrumbadas, convertidas ahora, en propiedad privada, ante la pasividad de las autoridades del clero y de la población en general. 

Pienso que unidos todos, sin clase social, sin credo religioso, sin fanatismo, vestidos solo con la indumentaria del amor y la gratitud a ese pueblo que nos vio nacer o nos acogió bajo su cielo, debemos pretender y hacer realidad que la Fidelísima ciudad de San Juan de la Frontera de los Chachapoyas vuelva a brillar en el firmamento de la Patria, como una ciudad valiente, jamás doblegada o humillada, aristocrática, de rancio abolengo, habitada por gente decente y noble, que regala a montones su bondad y amistad.

Jorge REINA Noriega
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