24/06/23 - 05:17
Pastillita para el Alma 24 – 06 -23
Era un hombre bajito, subido de peso, blanco tirando a gringo, pero de ojos negros, cejas pobladas, hirsuto, medio chaposo, con voz aguda, chillona y aflautada, que pienso a las justas habÃa terminado su educación primaria, pero que, por esos azares de la existencia, la vida le habÃa sonreÃdo y gozaba de una regular posición económica, casado con una señora hermosa y con hijos muy guapos e hijas muy bellas, muchas de ellas blancas como la leche y de ojos verdes color de la esperanza. Todos ellos muy bien hablados y muy correctos, profesionales, que emigraron a la capital y regresaron triunfantes. Todos ellos muy bien casados y con niños que eran la alegrÃa de la casona, grande y solariega, con enormes jardines y una parcela de tierra donde crecÃa abundante el pasto, los limoneros, los durazneros, los naranjales, los chirimoyos y las plantas de membrillos. Los salones de la casa eran amplios, con alfombras persas en el suelo y cuadros con marcos de pan de oro en las paredes. En un costado del patio principal, un horno de ladrillos, con paredes de cal y mezcla de arcilla, donde fácilmente entraban cuatro o cinco latas, cada una con diez o doce panes y en ciertas oportunidades pavos y piernas de cerdo, para cocinarse con el calor de las brazas de tayango o de huarango que ardÃa como las llamas del infierno al fondo del horno.
Don Florencio era un viejo talegón, llamado asà por la forma de su pantalón plomo, que apenas se ajustaba en su voluminosa barriga y sus entrepiernas llegaba casi hasta sus rodillas. Su camisa de color beige, decolorada con una corbata negra de un solo nudo que apenas aparecÃa debajo de su gañote. Saco a cuadros que nunca estaba con botones puestos. Sombrero raÃdo de paja, con su correa de color marrón, zapatos enteros marrones y casi siempre con los pasadores sueltos.Â
Este señor que siempre estaba bien con los gobernantes de turno, era jefe de una dependencia del Estado, donde a sus trabajadores y colaboradores les trataba como a sus peones o zapatillas viejas y en esos tiempos, en que la permanencia en los empleos dependÃa del jefe y no habÃa ley que los ampare, tenÃan que soportar los malos tratos y los caprichos del mandamás, que sentado en un sillón de asiento de cuero , de tras de una mesa, llena de papeles, con su pomo de tinta lÃquida y dos o tres sellos con su tampón de color negro. Delante de la mesa habÃa dos sillas, de esterillas. Su secretaria era una señorita pasada en años, solterona, siempre vestida de negro y con su rosario y su libro de rezos con pastas de nácar. Su personal era entre 5 o 7 personas, la mayorÃa sobre los 50 años, fumadores empedernidos, algunos con lentes y siempre con cara de pocos amigos a excepción del muchacho de los mandados y que se ocupaba de la limpieza de todo el local.Â
Estas oficinas de tres habitaciones, incluida la oficina del jefe, tenÃa una sola puerta de entrada de dos hojas, que daba a una de las calles paralelas a la plaza de armas. El piso era de tierra apelmazada y muy bien regada con agua, para que no se levante el polvo, ni en demasÃa para que no se haga barro. Después de un pequeño espacio habÃa un mostrador largo donde los empleados atendÃan a la gente que llegaba a presentar sus papeles y expedientes, que pasaban de mano en mano, en los cuales hacÃan algunas anotaciones, para que sea revisada por el jefe y entregada por la señorita secretaria.
De rato en rato se escuchaba la voz aguardientosa, mandona del jefe, seguida de un gargajo o de un acceso de toz, que llamaba a la señorita secretaria o a don Lucho, un viejito de 60 años, canoso y renegón, siempre con su cigarrillo en los labios corrÃa presuroso ante la llamada del jefe, pues cuando se demoraba, recibÃa un rezondrón, con ajos y cebollas y su tÃpica palabreja de “soco tropo, donde andas que tanto te demoras o ya de viejo te has vuelto sordo†que se escuchaba en todos los ambientes. Don Lucho no decÃa nada y sonreÃa, mirándole por encima de sus anteojos.
Este es el tayta de mi cuento, muy parecido a muchos de los que ahora son “gente de confianza†de las autoridades de turno, tipos por lo general arrastrados y felpudos que, ante sus superiores, no saben ni que hablar, pero, cuando se encuentran con sus subordinados, se vuelven malandrines, gritones y mandamases. Personajillos ladinos que se acomodan bien y que no solo ocupan uno o dos puestos, sino se dan sus mañas para meterse en las entrañas del poder y con voces chillonas, casi parecidos a la imagen de don Florencio, son regordetes, tatacos, mal vestidos, si madrugadores y cumplidores de sus horarios y de sus citas y reuniones con las autoridades civiles, militares, policiales y clericales. Nunca faltan a misa los dÃas domingos y siempre están sentados en los lugares visibles, durante los desfiles y los actos protocolares, donde se muestran risueños y conversadores, especialmente cuando se tiene que sacar lustre al puesto que por favor les han encomendado, que diferencia cuando están en su Centro de trabajo, donde se pasean con la cabeza erguida, sin mirar ni reparar en la gente humilde, no contestan el saludo y meten las narices , especialmente en los sitios que ni siquiera les conocen, atentos a cualquier acto que sea fácil de censurar y les permita chismear y calumniar.
Estos huachafos, ponzoñosos, muchas veces con uniforme, se convierten en caudillos, en sus comisarÃas y en sus cuarteles. Tratan a sus subalternos como a la pata de sus caballos y más si vienen de parientes que antes fueron subordinados o personas humildes, que inclusive no tuvieron trabajo conocido, como si de esta manera estuviesen vengándose de lo que sus progenitores sufrieron y recibieron.
Ahora que decir de los maestros y profesores, de aquellos de tercera categorÃa que pienso en esta época ya no existen, porque muchos se gradúan en institutos y centros de formación privados donde les regalan los tÃtulos e inclusive las maestrÃas y los doctorados. Estos personajes de opereta barata, generalmente en los pueblos y caserÃos de nuestro Perú profundo se trasforman en los grandes señorones leÃdos y versados, que muchas de las veces se convierten en autoridades y polÃticos mandamases y corruptos por excelencia, desde luego con muy contadas y precisas excepciones.
Ahora que decir de los sacha catedráticos de muchas universidades tanto de Lima, como en provincias. Esos gritones, insolentes y faltosos, los que dicen saber mucho y no saben ni donde están parados, son las petulantes sanguijuelas que olvidaron su pasado humillante, venidos de centros de formación de última categorÃa, los non plus ultra de la docencia universitaria, no recuerdan que en los colegios primarios, secundarios y en sus mismas universidades fueron los peores alumnos y ahora se dan el lujo de ser los gritones y mandamases en sus centros de trabajo, oficinas exclusivas y sin embargo en sus estudios o consultorios privados regalan sonrisas y palabras zalameras a diferencia de las altanerÃas y las groserÃas con la que tratan a la gente humilde y sus subordinados.
Que diferencia de aquellos preclaros profesionales que, con su humildad y su máxima simpatÃa, son recordados toda su vida, porque nunca los puestos que ocuparon les sirvieron de tribuna para dar a conocer su verdadera calidad humana. Profesionales probos de gran inteligencia que lo único que les interesa es servir a la gente que los busca y reciben un trato amable y tienen la paciencia suficiente para escuchar y ayudarlos en sus problemas.
Cuanta admiración suscitan esos jefes, autoridades y maestros que regalan sonrisas en sus labios y tienen la palabra amable y correcta para llamarles por su nombre o ponerles una mano en sus hombros con suavidad y amabilidad y se dan el tiempo para escuchar, ayudar y solucionar sus inquietudes.
La gente de nuestra región Amazonas, tiene muchas caracterÃsticas que la ubican entre los pueblos más amables de nuestra querida patria el Perú. Los forasteros siempre nos recuerdan por el trato respetuoso y afable, por la gente que muestra una sonrisa, que casi nunca se escuchan palabras disolutas y ofensivas entre los viandantes, que saludan a los mayores y son corteses con las personas mayores, que siempre les tratan de usted y que son muy contadas las personalidades, como el que lÃneas arriba describo, pero que como en todo sitio, también existen.Â
Nuestras poblaciones tanto de la ciudad, como de las zonas rurales, en las épocas en que solo habÃa caminos de herradura y muy pocas veces, con aviones mono motores, en un aeropuerto improvisado, nuestras comunicaciones de la región de la costa a nuestra tierra, duraba más o menos ocho dÃas y por muchos años, hemos vivido aislados, , lo cual nos permitió que nuestras poblaciones sean pequeñas, donde casi todos nos conocÃamos y por lo tanto formábamos una GRAN FAMILIA, en la que nuestros padres se preocupaban por nuestra educación en el seno de nuestros hogares, inculcándonos el amor entre los semejantes, el respeto a nuestros mayores, la paciencia, la tolerancia y la humildad, como principios elementales del buen vivir que, ha trascendido a través de nuestras generaciones y a pesar del modernismo y la evolución normal de las colectividades, aún persiste, en nuestra forma de vida, estos niveles de conducta, que está arraigado en nuestro A D N de todos los amazonenses propios y extraños, los cuales, se contagian de nuestra manera de ser, siendo muy frecuente escuchar entre nuestra gente, el trato cariñoso, utilizando el diminutivo en nuestros nombres, sin el ánimo de menospreciar sino como una forma de amabilidad, asà como, anteponer el “don y doña†a las personas que merecen respeto y aprecio especial por su conducta y manera de ser.
Por todo esto y por muchÃsimas cosas más, nuestra región Amazonas y muy en especial la fidelÃsima ciudad de San Juan de la Frontera de Chachapoyas, permanece eternamente en la memoria de propios y extraños, es amadÃsima para sus hijos que tuvimos la suerte de nacer bajo su cielo azul e inolvidable para los que la conocieron, que comentan que es una ciudad limpia, segura, honrada, decente, respetuosa, sin mototaxis, con sus paredes blancas, sus techos de tejas, balcones floridos, jirones alineados y sobre todo con su gente cariñosa y muy amable.
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Jorge REINA Noriega
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