De mis momentos tristes, de aquellos en los cuales recibo decepciones, aún de los amigos y familiares que más quiero, cuando me abruma el malestar de mis dolencias y me da miedo el fin de mis días, procuro que, mis lágrimas no rueden por mis mejillas, sino vayan hacia dentro, evitando que me tengan lástima o se rían de mis miserias; entonces, saco y encuentro FUERZA para aceptar con alegría lo que me pasa y me complazco con la idea de saber que sigo respirando, sin una máquina que me ayude y SOY FELIZ, y cuando la alegría enajena mis sentidos, la risa es la expresión de la dicha que me embarga, haciendo que de contento, salga a borbotones el contenido de mis ojos, también SOY FELIZ, porque estoy consciente que, la vida me sigue sonriendo y gozo, al igual como en el silencio de las almas buenas, con el bullicio sordo y alharaquiento, de mis recuerdos y añoranzas, de aquellos que muchas veces fueron tragos realmente amargos o el néctar divino y placentero de los dioses. 

La Felicidad no nos da nadie, nadie nos regala, nadie nos contagia. La felicidad está dentro de nosotros. La llevamos puesta. No es propiedad de los que dicen que nos aman y nos quieren. La Felicidad es nuestro patrimonio. Soy feliz con los dolores que cargo sobre mis espaldas, con esas algias de cintura y de mis articulaciones, que me impiden movilizarme con facilidad. Me alegra despertarme por las mañanas y al despabilarme, sentir el dolorcito sordo que será mi fiel acompañante durante el día y aunque no lo crean no me quejo, porque me doy cuenta que sigo vivo y pienso que, con la ruma de años que llevo puestos, tengo la oportunidad de seguir amando, pero sobre todo amando a Dios porque me prodiga un día más de estar junto a los míos y saber de sus ternuras, que tal vez no merezco, de sus caprichos, de sus problemas, de sus dolencias y tengo la oportunidad de contagiarles mi entusiasmo, de predicarles con hechos, que la felicidad es el amor que no se compra ni se vende…., es ese sentimiento libre de mezquindades de odios y de resentimientos. Es el acto de saber perdonarse y estar siempre dispuesto a perdonar sin ambages, sin prejuicios porque el tiempo es inmisericorde, pasa rápido y puede llegar la muerte llevando, a la tumba fría, junto con nuestros despojos tirrias y enconos, que se podrirán con nuestros pellejos y huesos.

El amor es la magia maravillosa que nos enseñó nuestro Cristo Salvador. Amar es tener el corazón contento, sin que intervenga el cerebro que todo lo piensa, lo mide, lo analiza y aconseja, si conviene o no; amar, es la entrega total a cambio de nada.

Amar es besar la mano del que nos hizo un favor, del que nos dio una caricia, del que nos prestó su hombro para reposar nuestra frente, del que nos dio una palabra de consuelo, mientras el néctar de nuestros ojos discurría, cuesta abajo, por nuestras mejillas.

Amar es cargar nuestra cruz, con valentía, con resignación, desdeñando a los que nos ofenden y calumnian, conscientes de nuestros actos y sin haber dañado a nadie voluntaria o conscientemente. Amar es respetar la bondad de los amigos y aún el oprobio de los que nos ofenden.

Amar es dar de comer al hambriento, dar de beber al sediento, vestir al desnudo, compartir, no lo que nos sobra, sin vanidad ni figuración. Es curar, calmar el dolor o cuando menos dar una palabra de consuelo, al que sufre dolores del cuerpo y del alma.

Amar es orar a Cristo y pedirle, con fervor, que sea nuestro amigo y protector, no con oraciones aprendidas o letanías largas y repetitivas, sino con el silencio de inmensa reflexión y arrepentimiento, porque El conoce nuestras necesidades y nuestros tormentos.