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EL LEGADO DE ALEJANDRO VALDEZ

Luis Alberto Arista Montoya* Sí, es triste decirlo. Los lienzos se arrugaron, los pinceles se pusieron tiesos, se coagularon las pinturas

EL LEGADO DE ALEJANDRO VALDEZ



18/04/18 - 08:52

Luis Alberto Arista Montoya*

Sí, es triste decirlo. Los lienzos se arrugaron, los pinceles se pusieron tiesos,  se coagularon las pinturas,  crujieron los marcos,  su inspiración y fino pulso se detuvieron de repente, para siempre, la tinta negra- en señal de luto- se esparció. Pues,  el  pasado día sábado cundió la dolorosa noticia.

 El Arte está de luto. Ha fallecido el preclaro pintor chachapoyano, don  Santos Alejandro Valdez Linares (nacido en Chachapoyas el 1 de noviembre de 1942, muerto en Lima el 14 de abril del 2018).

 Pintor de raza y vocación, pero también ejemplar profesor de Estética e Historia del Arte: los actuales profesores- formados por él en la histórica Escuela Normal- continúan/continuarán su legado; a algunos los hemos visto desfilar  muy compungidos ante su féretro. A partir de hoy su biografía y su obraje artístico devendrán  en Objeto de saber. Alejandro ha dejado de ser Sujeto creador.

Ahora mismo tenemos sobre nuestro escritorio su hermoso libro MI CHACHAPOYAS (publicado en noviembre del 2014),  una memoria escrita y visual al mismo tiempo. 

El título MI CHACHAPOYAS recalca que la temática pictórica es la ciudad de Chachapoyas, la ciudad como objeto estético, abordado por su conciencia estética  desde su perspectiva personal. Es una pieza de ego-historia (“mi Chachapoyas”): una especie de memoria o de autobiografía pintor/ciudad. Basta apreciar, inclusive, el autorretrato del pintor que aparece en la pág. 160, también en la contraportada acompañado por una breve biografía.

La historicidad de su ego deviene dentro de  una historia cotidiana mayor (de su hogar, de su colegio, de su  ciudad); como si fuese   una “intrahistoria” que discurre casi anónimamente dentro del  torrente más amplio de una Historia regional/nacional.

Sus memoria pictórica (vale decir cada uno de sus cuadros) portan el sentido y sentimiento de añoranza. Añorar es “recordar con pena la ausencia, privación o pérdida de alguien o algo muy querido” (en este caso, Chachapoyas/y su gente). Texto/pintura, pintura/texto - más allá del adorno o ilustración- descansan en una “razón anamnética” (de anamnesis=rememoración). Esto se puede observar, por ejemplo, cuando pinta comparativamente la Catedral y las Iglesias como fueron ayer,  como son ahora. Su razón anamnética fue su razón de existir, de ser; la misma que se acentuó con su destierro (y descielo) voluntario cuando fue a vivir a Lima, pero amenguado felizmente por el amor de su tierna familia.

Fue esa  ego-historia la que hizo  que sus obras sean autobiográficas, con una fuerte memoria histórica; diluyéndose, prácticamente, la fuerza de su ego en una creativa originalidad pictórica: pintar con dibujos, con líneas y puntillismos precisos de tinta/pluma, sustituyendo al color porque precisamente va sobre cartulina de color (rojo, celeste,  plomo, naranja, sepia)

Sin embargo, la obra trasuntó la mismidad del autor, porque la concibió sobre todo para los otros: para “los chachapoyanos,  los amazonenses y amigos todos, que aman a la fidelísima con orgullo, porque la llevan en el alma”, tal como reza la dedicatoria de sus memorias. Pintó  para ser observado, y para que sus amigos lo quieran más.

Es tiempo ya de  escribir una Historia Social del Arte Amazonense, sobre todo a partir de lo que sienten y piensan los propios artistas, de su vocación y obraje. Una investigación historiográfica pendiente. La obra de Santos Alejandro Valdez Linares será fundacional al respecto. Esperemos que alguna institución asuma el recado en homenaje suyo. Con miras a la celebración productiva  del Bicentenario de la Independencia.
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EDITORIAL. Para Radio Reina de la Selva. Lima 16 de abril de 2018. Luis Alberto Arista Montoya.

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