05/10/21 - 05:56
Luis Alberto Arista Montoya*
Dedicatoria:
“Un día como ayer, el 4 de octubre de 1915, nació en el bello pueblo de Pomacochas, mi querido padre don Bernardino Arista Mori. En homenaje a ese ejemplar policía y laborioso agricultor, siembro las siguientes ideas:
A propósito del anuncio de una segunda reforma agraria, quiero referirme a la importancia de la Agricultura Familiar y a las relaciones de parentesco que ella suscita dentro del tejido social de los villorrios del mundo rural. Este tipo de agricultura constituye la despensa que provee de alimentos sanos a los comedores urbanos, vía mercados y ferias dominicales. Su desarrollo sostenible es básico para la seguridad alimentaria de los peruanos.
Los expertos de la FAO consideran como Agricultura Familiar aquella que se desarrolla en un área agrícola no mayor a 9 hectáreas, administrada por labor directa de una familia (abuelos, padres, hijos, nietos y algunos parientes), primero para el autoconsumo y, luego, para la venta de los productos en mercadillos de pueblos o ciudades circundantes. Cerca del 70% de la producción agrícola nacional es de carácter familiar.
De manera que a través de su desarrollo se fortalecen- como valor humano agregado – una serie de sólidos vínculos de parentesco familiar e intra-familias que fundan también lazos de ciudadanía republicana. Estos ligamentos (así lo llaman los sociólogos) son ancestrales: vienen desde los tatarabuelos, bisabuelos, abuelos – pasando, claro está – por los padres/madres, los hijos, nietos y bisnietos; tíos, primos ahijados y otros parientes cercanos. En la solidez de esa estructura y forma de parentesco reside una de sus fortalezas. Entre sus miembros también se establecen compadrazgos, y con miembros de otras chacras y fundos relaciones matrimoniales o de concubinato.
A estos ligamentos de parentesco en la época pre-inca e inca, antropólogos y arqueólogos los denominan formas de reciprocidad: el ayni, la minka (o minga) y el trabajo comunal, que hasta hoy se practica en Perú, testimonian la viva historia del Perú antiguo.
Mi amor y conocimiento agrícola me vienen de familia: de mis abuelos por parte de madre y padre; de mi padre y madre, por supuesto, de algunos tíos y primos. He escrito dos libros que de alguna manera guardan esa memoria ancestral: Uno, “Chachapoyas, Cocina Tradicional” (año 2015) donde escribo sobre sabores, tushpas y saberes propios de nuestra agricultura familiar; y dos, “Agricultura Familiar, despensa de la gastronomía”( año 2018), estudio comparativo entre las chacras familiares de Callahuanca (situada en Huarochirí- Lima, productora de chirimoyas y paltas), de Chamaya (situada en zona andina, productora de café y cacao), y Yerbabuena (situada en la ceja de selva de Amazonas, productora de “los mejores frejoles negros del Perú”, según el fino paladar de Gastón Acurio).
Ambas investigaciones fueron financiadas por la Escuela de Turismo de la Universidad de San Martín de Porres. En el fondo, son memorias de un filósofo agricultor. Hubiese querido que sean memorias de un agricultor filósofo. Bueno, pero fueron escritas en reconocimiento a mis abuelos y a mis padres que me enseñaron el valor de la Agricultura Familiar.
Considero que el desarrollo humano de la Región Amazonas tiene que sustentarse en dos grandes pilares: En la buena gestión de su Agricultura Familiar, y en el desarrollo de un turismo cultural sostenible. A la primera debe sumarse una ganadería próspera (pastos nos sobran, Leymebamba, Molinopampa y Pomacochas son buenos ejemplos); al turismo tiene que sumarse un pronto rescate arquitectónico de la ciudadela Kuélap, la puesta en valor de nuevos destinos turísticos culturales, naturales o mixtos, más la construcción de un gran Museo Regional Etnohistórico en la ciudad de Chachapoyas, si es que deseamos que los turistas visiten nuestra ciudad. No basta un Centro Histórico bien conservado. Agricultura y Cultura salvarán Amazonas, tal vez también la minería metálica en un futuro no muy lejano.
Los agricultores familiares tienen que unificarse a través de asociaciones y cooperativas, único camino para no ser explotados y expoliados; para lograr un comercio justo (precios justos y equitativos) de sus productos; con oportuna asistencia técnica y financiera por parte del gobierno (central y regional). Es de perentoria necesidad en “beneficio del pequeño agricultor y la empresa agraria, ya sea productora, agroindustrial, agroexportadora o comercializadora. No se trata que la realidad productiva se adapte a lo que quiere un burócrata [que usa sobrero o no, y gobierna solo mediante el tuit]. Debe hacerse una reingeniería total de la regulación del sector adaptada a la realidad productiva del país”, como sostiene Gabriel Amaro, representante de AGAP.
Al tiempo que terminaba de escribir este Editorial, recibí una invitación de la Casa de América (Madrid, España), para participar como oyente del 7° conversatorio “Diálogos del agua”, donde se abordarán temas como: gestión y gobernanza de acuíferos, hidrodiplomacia (acuíferos transfronterizos), y gestión sostenible de acuíferos. Dicho evento se desarrollará el 6 de octubre, ingresar a: invitación@casamamerica.es
Pues, sin tierra, agua, aire puro, abonos, manos laboriosas, asesoramiento técnico y ayuda financiera la Agricultura Familiar corre el riesgo de ser tragada por voraces intereses neo-latifundistas.
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EDITORIAL. Para Radio Reina de la Selva. Lima 4 de octubre de 2021. Luis Alberto Arista Montoya.