23/10/24 - 04:24
Luis Alberto Arista Montoya*
En una correcta y sana democracia es normal que en tiempos de inscripciones y de campañas políticas aparezcan en buena lid varios partidos o agrupaciones buscando la preferencia del electorado. Pero es anormal– como está pasando hoy en e Perú, en vísperas de las elecciones generales de 2026- que se produzca toda una eclosión de más de 32 agrupaciones políticas. El menú del mercado político será totalmente surrealista: ofrecerán el oro, el moro, el toro y el loro, con tal de hacerse del poder a como dé lugar.
Antaño, en las campañas se producían alturados debates ideológicos. Ahora no. Las ideas y la visión y proyecto-país están ausentes. Antes participaban partidos con doctrina propia: estaba el partido que representaba a los trabajadores manuales e intelectuales(como el APRA); el frente clasista que representaba a la clase trabajadora o al proletariado(como el Partido Comunista del Perú);el partido de la clase media(como Acción Popular, desgraciadamente hoy tomado por la facción de los corruptos congresistas llamados “Niños”; estaban la Democracia Cristiana( con el maestro Cornejo Chávez como líder) y el Partido Popular Cristiano, basados en la doctrina social de la Iglesia Católica; o el Partido Socialista Peruano( basado en las ideas de José Carlos Mariátegui, quien peruanizó la ideología del alemán Carlos Marx y del italiano Antonio Gramsci.
Daba gusto respirar esa atmósfera política. Mi generación se educó con ese telón de fondo. Inclusive en los dos últimos años de secundaria (en el emblemático colegio Leoncio Prado de la Guardia Civil, en Lima) los alumnos polemizábamos cumpliendo roles asignados por nuestro profesor de Historia, de Economía Política o de Filosofía. Ahí aprendimos sobre el valor político de la tolerancia: que las ideas se combaten con ideas, no con insultos, dicterios, calumnias, o golpizas como sucede actualmente en el congreso peruano desde el año 2000.
¿Qué pasó con la sociedad peruana, con los partidos políticos? ¿Cuándo se jodieron?, es más: ¿quiénes los jodieron? ¿Quizá se autojodieron? Actualmente -pese a la paradoja de la multiplicación de partidos que se ufanan de ser salvadores del Perú yacente – el sistema político peruano sufre una grave crisis de representatividad. Estos políticos que dicen (o quieren) representarnos en su gran mayoría están solventados con dinero sucio procedente del narcotráfico, de empresas lobistas, o de empresas de emprendimiento informales. La política como ejercicio doctrinario está rodeada e infestada por el sucio poder dinerario. Los líderes son falsos ídolos, ídolos de barro. No existe una elite dirigencial, tampoco una vanguardia meritocrática a favor de la honesta gobernanza del Estado-Nación, tampoco una masa social con educación cívica, razón por la que sigue cometiendo crasos errores al elegir a gente cada vez más impresentable.
Por la irresponsabilidad de esta clase política sin clase (porque es chusca, sin honestidad e integridad moral) el Perú es un país fraccionado(muy dividido políticamente) y faccionado (lleno de facciones político-económicas que disputan para detentar el poder como sea). El vector que une a todos estos mascarones de partidos es uno solo: el vector de la corrupción. No es el amor a la patria. ¡Mentira! Es amor al poder por el poder mismo para hacer dinero o aumentar su capital. Y así prosigue la tómbola del poderío: buscando la reelección aunque sea con otro membrete. Hay una adicción perversa por el poder. Y un siniestro gusto por el joder. No entienden el principio baconiano: “Saber es poder”, pues quien no sabe jamás podrá gobernar correctamente.
Por su parte ciertos politicólogos (que reciben también su marmaja por lo bajo) nos han metido en la cabeza una burda dicotomía: que el Perú está fraccionado en dos mitades: entre el fujimorismo versus anti-fujimorismo. Claro, a la luz de los tres últimos resultados de la segunda vuelta presidencial, esto es una casi evidencia. Como sucedió antaño: aprismo versus antiaprismo. Antis que entrampan y deterioran el destino histórico del Perú.
Pero lo cierto es que políticamente el Perú es un país fraccionado en formas, odios y rencores múltiples, y aprovechando los intersticios(legales/ilegales) de ese fraccionamiento han ingresado al poroso sistema político una serie de facciones. Ahora en los Poderes Públicos priman las facciones, incluso al interior de la Iglesia como lo ha mostrado valientemente el arzobispo de Lima Carlos Castillo Mattasoglio en su artículo publicado en España (diario El País-20 octubre 2004), antes de trasladarse a Roma para ser ungido como Cardenal de la Iglesia Católica Mundial. En hora buena. Nos advierte- por ejemplo- que la facción religiosa del Sodalicio es un proyecto político que representa “la resurrección del fascismo en América Latina”, y por ser un “experimento fallido debe ser suprimido por la Iglesia”.
El Perú, en estos momentos de crisis generalizada, pareciera que estuviera viviendo una diabólica comedia. Porque los diablos, demonios, tunches, shapingos y duendes (de carne y hueso) penetran por doquier, adueñándose de nuestras instituciones, de nuestras mentalidades
Frente a ello nuestra hipótesis de trabajo es: la interpretación política tiene que ir más allá de la falsa dicotomía (fujimorismo/anti- fujimorismo), porque debido a la enfermedad de la corrupción y del imperio de la informalidad existen múltiples fracturas que están generando profundas brechas (incluso el remedo de regionalización ha empeorado esta división y odio). Para nosotros existe una clara evidencia: el Perú es un país fracturado y faccionado. Y si el faccionalismo logra su fin y floración pronto estaremos ad-portas de un neofascismo: que devendrá en la autoritaria primacía de una sola facción o de un perverso frente de facciones.
Curiosamente, para corroborar esta hipótesis en la Divina Comedia de Dante Alighieri encontré un párrafo clave, referido a las almas de personas facciosas que pernoctan en el infierno terrenal. “El infierno son los demás”, fue la tesis de Jean-Paul Sartre. Muy de acuerdo.
Con esta pertinente cita terminamos, por hoy. Dice así: Un personaje (el poeta toscano) pregunta al castigado Ciacco: “en qué pararán los habitantes de esa ciudad tan dividida en facciones? ¿Hay algún justo entre ellos? Dime por qué razón se ha introducido en ella la discordia. A lo que Ciacco contestó: Después de grandes debates, llegarán a verter su sangre, y el partido salvaje arrojará al otro partido causándole grandes pérdidas.
Luego será preciso que el partido vencedor sucumba al cabo de tres años, y que el vencido se eleve, merced a la ayuda de aquél que ahora ensalza. Esta facción llevará la frente erguida por mucho tiempo, teniendo bajo su férreo yugo a la otra facción, por más que ésta se lamente y avergüence. Aún hay dos justos, pero nadie los escucha; la soberbia, la envidia y la avaricia son las tres antorchas que han inflamado los corazones” (Advirtió alegóricamente Dante Alighieri en la Divina Comedia, p. 32, escrita entre 1308 y 1321, es decir, en el siglo XIV, a finales de la Medad Media)… Toda una lección histórica para nuestra inconclusa modernidad.
EDITORIAL: Para Radio Reina de la Selva. Lima 23 de octubre de 2024. Luis Alberto Arista Montoya