Acabo de participar como invitado en una conferencia virtual organizada por la Comisión Económica para América Latina-CPAL, sobre un tema de economía política titulado “Gobernanza anticipatoria e implementación de la prospectiva en el mundo público y privado”, qué en buen romance se refirió a qué hacer para que los Estados democráticos sean gobernados eficientemente para evitar más desprestigio y descontento en la población

La parte maquilladora de esos desprestigios que conllevan a que los ciudadanos estemos más descontentos de “nuestras democracias” es que ciertos científicos sociales y politicólogos cada vez son más esotéricos: tienden, vanidosamente, a usar(abusar) de términos nuevos, rebuscados, quizá por aparecer como especialistas para ser contratados como consultores. Se ufanan entre ellos, no les importa si son entendidos no por el gran público. Por lo menos esa fue mi impresión después de escuchar a los seis expositores invitados de CPAL 

La modernidad se caracteriza también por mostrar esas trampas del lenguaje. Es parte de la crisis de credibilidad en los tiempos de posverdad (donde los problemas fácticos, empíricos son edulcorados por periodistas y politólogos). Ahora a la palabreja gobernanza (que no existe en el diccionario) se le añade la palabra anticipatoria, y a la palabra implementación se la añadió el término prospectiva en el mundo público y privado (por qué no decir: ámbito público y privado. La palabra mundo es cosmogónica, planetaria, global (apunta al mundo entero); la palabra ámbito, en cambio, sitúa una determinada problemática, la delimita.

No sabemos si son los medios (y las redes sociales) los que ponen de moda estas nuevas terminologías, o si son los politicólogos(que desfilan por periódicos y los sets de tv) los que los ponen en el menú lingüístico diario. Creo que ambos se alimentan mutuamente, compiten “sapiencia”.

Lo mismo que pasa con la palabra gobernanza, pasa con el uso excesivo de la palabra: gobernabilidad, que en buen cristiano significa cualidad de gobernable, condición de estabilidad y duración en el gobierno surgido de unas elecciones. Y punto. Cuando los políticos peruanos se enjuagan la boca con estas palabrejas se produce el grado cero de la dicción: no saben lo que dicen y tratan de que el oyente les admire, por su “buen manejo” del lenguaje.

A propósito, una anécdota ilustrativa: cierta vez el rey de Dinamarca Christian VIII , pidió al filósofo existencialista Sören Kierkegaard, su opinión de cómo debe gobernar un rey. El filósofo respondió así: “en primer lugar sería conveniente que el rey fuese feo” (ojo señora Dina, no se maquille). El rey Christian era guapo(no necesito de cirugía plástica alguna); “luego, debería ser sordo y ciego, o al menos comportarse como si lo fuera, por que ello resuelve muchas dificultades…Y después no debe hablar demasiado, sino disponer de un pequeño discurso standard que pueda ser usado en todas las ocasiones; un discurso por tanto sin contenido(como acostumbran pronunciar los principales líderes políticos peruanos, sobre todo en épocas de elecciones donde para mentir y prometer se pulen, adornan su florido lenguaje.

Puro nominalismo (palabras, palabras, tan solo palabras), nada de realismo con referencia a los hechos y problemas reales que afectan a la ciudanía peruana… Ojo elector peruano: cuidado con los políticos verborreicos, retóricos. Ante los tramposos, el elector tiene que ser vivo, inteligente.

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