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Pastillita para el Alma 16 - 10 – 2020
Se fue para no volver mi querido compadre y gran amigo, el señor doctor don ROBERTO CARO DURANGO, sin ninguna pompa, sin bulla, sin homenajes, confundido en la marcha de los comunes, como los que se mueren ahora los que son abatidos por esta pandemia, siendo él, todo un personaje para sacarse el sombrero y rendirle pleitesÃa…, toda una celebridad en el ámbito profesional de los jurisconsultos, de los magistrados que dictaron cátedra por su honestidad, su pureza de hombre de bien y más que todo, de ser amigo, verdaderamente amigo, entre los mejores.
Sinceramente que difÃcil retratarte en letras, toda la grandeza de tu vida, mi querido e inolvidable compadre.
Cómo resumir en palabras tu fecunda actividad en el campo real y sincero de la Amistad, en el cual fuiste un maestro para enseñar con el ejemplo, desde tus años de estudiante en el glorioso colegio San Juan de la Libertad de la fidelÃsima ciudad de Chachapoyas o en los claustros de la Universidad Nacional de Trujillo, en su Facultad de Derecho, donde fuiste un verdadero lÃder para todos los universitarios amazonenses, que llegaron a ser grandes profesionales y nunca olvidaron tu forma de ser, siempre solidario y compartiendo momentos alegres y tristes, muchos de los cuales ya se encuentran disfrutando de la Paz de Nuestro Señor y te recibirán con alborozo, para seguir disfrutando de tu gran calidad espiritual que derramaste a plenitud en tu largo camino acá en la tierra.
Muy poco conozco de tu vida profesional. Solo sé que en los primeros años de abogado ingresaste, en ese entonces al Cuerpo JurÃdico de la Guardia Civil del Perú y tuve la oportunidad de verte uniformado cuando llegaste al aeropuerto de Iquitos en el año 1965, donde cambiamos nuestras prendas policiales, pues tu llegabas con uniforme de invierno y yo salÃa de Iquitos con el uniforme de verano. Grande fue el abrazo y la demostración de afecto de dos amigos de diferente generación, que marcó una experiencia inolvidable y muy especial en nuestras vidas.
En el lugar que llegabas tenÃas la virtud de hacer fácilmente amigos y todos gozaban de tu buen humor y la forma como contabas tus anécdotas, sobre todo de tu época estudiantil, donde siempre estaba la palabra amena, la ocurrencia oportuna, jamás una palabra gruesa o fuera de lugar o hiriente para los que estaban presentes o en contra de alguien ausente.
Nos volvimos a encontrar en nuestra tierra querida Chachapoyas, en 1966, la ciudad que te atrapó con sus encantos y la dulzura de su gente, habÃas dejado el uniforme y te desempeñabas como juez en la ciudad de Lamud, capital de la provincia de Luya del entonces departamento de Amazonas y luego como fiscal superior en la Corte de Justicia de Amazonas.
Fuimos padrinos con mi esposa, de tu hija Mafita, como cariñosamente la llamaron, sin embargo, el Destino, la llevó muy joven, en lo mejor de su etapa profesional, situación que te marcó tremendamente con el dolor de su muerte y muchas veces, te he visto derramar tus lágrimas recordando el cariño a tu hija querida.
Jamás olvidaré el amor que tenÃas a tu CLUB SOCIAL DEPORTIVO Y CULTURAL “HIGOS URCOâ€, del cual fuiste su presidente honesto, respetuoso de sus usos y costumbres. Delegado eterno en la cancha de Belén y las veces que al medio tiempo del partido de futbol, entrabas al camarÃn en la casa de doña Lorencita, para “darnos ánimo y energÃa de luchar dejando la última gota de sudor en la tierra roja del fortÃn como verdaderos JUAITS, porque todos éramos “Blancos†de corazón y al HIGOS URCO, nadie lo ganaba, porque si perdÃamos en la cancha, en la mesa ganábamos de todas manerasâ€, que más que una arenga parecÃa un grito de guerra, para todos los que defendÃamos los colores de nuestro amado club y de los hinchas que nos alentaban con mucho entusiasmo.
Amigos de los que menos tienen. Jamás te importaba el puesto o el sitial que ocupabas administrando Justicia. Cuantas veces te veÃamos sentado en un cajón en el taller de un amigo zapatero o en la puerta de una sastrerÃa, conversando con los viandantes y contando chistes para la felicidad de los que te escuchaban con atención.
En Lima, en el Ministerio Público, desempeñaste el cargo de Fiscal Supremo y aunque marcaste cátedra en el cargo que desempeñaste, jamás el puesto que ocupaste, cambió tu comportamiento con los amigos y paisanos, demostrando humildad y capacidad administrando Justicia.
La soledad nunca fue tu compañera y quizás la causa de tu enfermedad, ya que al jubilarte de la administración pública fuiste a radicar en la ciudad de Chachapoyas, de donde fuiste rescatado por tus familiares, para venir a vivir en la capital de la república y seguir cultivando la Amistad con tus paisanos, con los que religiosamente te reunÃas los últimos sábados de cada mes con un grupo selecto de amigos a los cuales los llamaste LOS LEGENDARIOS, los mismos que se divertÃan con tus anécdotas, saboreando un plato de locro chachapoyano, con sus tucsiches, sus juanes y sus humitas, sus murones y sus cemitas y un café negro cernido en bolsa en el club RodrÃguez de Mendoza, en el distrito de San Borja.
Mi querido compadre, la última vez que estuvimos juntos, fue el 8 de diciembre del año 1966, que con un grupo de tus amigos nos reunimos celebrando tu cumpleaños que habÃa sido el 26 de noviembre, en el local del club de RodrÃguez de Mendoza, gozando de tu buen humor, aunque en el viento que soplaba al atardecer de ese dÃa, era como un aire de melancolÃa, que presagiaba la última vez que Ãbamos a estar juntos, pues aunque se cantó “EL FELIZ CUMPLEAÑOS†y gozamos de una hermosa torta, se notaba en tu mirada, el recuerdo de tiempos remotos, o de vivencias que se perdÃan en la lejanÃa.
Ahora, imposible retroceder en el tiempo. De ese entonces, solo queda una foto, con la imagen del amigo entrañable que 10 meses después, un 22 de octubre, caÃa vÃctima de un derrame cerebral, que le postró en cama y donde como un verdadero “Legionario Higosurquinoâ€, peleó, sin rendirse, aferrándose a la vida, hasta que ese corazón que tanto amó, ya no pudo más y se apagó, no “salió de su jaulaâ€, como lo recitabas, sino se va contigo mi querido compadre, en tu viaje al infinito, y como despedida, en un hasta pronto, deseo poner en esta mi Pastillita para el Alma, hecha con mucha tristeza, ese soneto, recuerdo de tu época de colegial y que algunas veces te escuchaba, cuando el dolor labra el alma, en nuestras noches de tertulia de mi añorado Chachapoyas y si mal no recuerdo, dice asÃ:
Corazón, como lates, en mi pecho
Nunca, golpear tan fuerte, te he sentido
¿Juzgas acaso tu refugio, estrecho?
¿O quieres escaparte ya de tu nido?
Comprendo tu dolor y tu despecho
Nadie ha sufrido, lo que tú, has sufrido
La angustia, entre sus garras, te ha deshecho
Y siempre como un huérfano has vivido.
Yo también, corazón, siento dolores
Y lo mismo que tú, quiero salir
De este valle de lágrimas y de pesares.
“SEÑOR DOCTOR DON ROBERTO CARO DURANGO, DESCANSA EN PAZâ€
Jorge REINA Noriega
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