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Pastillita para el Alma 27 – 01 – 2023
Mi padre, don José David Reina Rojas, un personaje excepcional, recto y de armas tomar, audaz y decidido, sin ninguna idea de perdedor, muy por el contrario, siempre con ánimo de ganador, pendiente de las cosas más pequeñas en relación con la estadÃa y cuidado de sus hijos.Â
Cuando ingresé a estudiar en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, escogió mi casa pensión, en un lugar honorable de gente muy respetable, en el jirón JunÃn 1040, en los Barrios Altos, domicilio de las hermanas Maruja y Lina Pérez Silva, a la vez hermanas del monseñor Pérez Silva, arzobispo de Trujillo, a quien lo veÃa muy de vez en vez, cuando venÃa de visita. Esta casa estaba ubicada a media cuadra del monasterio y de la iglesia de la Virgen de El Carmen, que según tengo conocimiento fue fundada en el año 1643 y que años más tarde cuando ya me recibà de médico, tuve el honor de ser médico de las monjitas, como es ahora mi hija Natita.
Mi pensión estaba ubicada a media cuadra del convento e iglesia de la Virgen del Carmen en la calle Carmen Bajo, a media cuadra de la calle Peña horadada y vecina del colegio Cultura Moderna, chicas con uniforme marrón y chaqueta verde. Por el jirón JunÃn pasaba el tranvÃa que iba a las 5 esquinas, haciendo mover la tierra, que parecÃa temblor y que, pasado el tiempo, ya nos acostumbramos al ruido y al movimiento del suelo. VivÃa con mi hermano Luis Ãngel, quien era engreÃdo de las Pérez Silva y de cariño le decÃan Padre Mujica, en ese entonces un adolescente de 14 años, que estudiaba en el Colegio La Merced, del centro de Lima, con su amigo y compañero de colegio, un jovencito de apellido Villar, que al parecer vivÃa por las inmediaciones y se iban juntos muchas veces a enfrentarse con el padre Rosado, que era de los sacerdotes, reliquia de los tiempos de la Inquisición, con el cual, muchas veces me enfrenté por su trato descortés, a pesar de que mi hermano estaba entre los primeros alumnos de su sección.
Marujita era una mujer encantadora, muy bonita, de ojos azules, que no habÃa contraÃdo nupcias, enamorada de su “pololo†un joven argentino, que nunca cumplió su palabra empeñada de venir a casarse y que ella le esperó eternamente. Lina era la hermana mayor, blanca, como la leche, subida de peso, que cuidaba a Maruja como si fuese su madre desaparecida. Berenice, era la empleada del hogar y en la azotea, en un alojamiento especial vivÃa un guardián con su esposa Juanita, que además era la cocinera.Â
Las horas de servir los alimentos eran exactas y los dÃas domingos era clásico los ravioles deliciosos, con asado jugoso y pan baguete al ajo, lógicamente después de haber asistido y comulgado en la misa de 11 de la Virgen del Carmen. Como no recordar a Los Barrios Altos, con su iglesia de la Virgencita de El Carmen, donde todas las noches, en su plazoleta vendÃan ricos anticuchos y chinchulines, con su choclo sancochado y sus papas doradas, preparadas por una morena, gorda, muy alegre y cariñosa que te regalaba un vaso de chicha morada, después de saborear los deliciosos picarones. Las monjitas tenÃan un quiosco, donde además de rosarios, estampitas, vendÃan unos ricos limones rellenos de manjar blanco que eran una delicia, hechos por las manos de Sor Cecilia de la Sagrada Familia, que tuvo una quemadura de tercer grado, justo al hacer sus limones y con la que tuve la oportunidad, en mis primeros años de médico, de curarlo y operarle, a pedido de la superiora la madre Francisca, con la que hice una gran amistad, al igual que con Sor Mariana, fundadora del convento de El Carmen en Moquegua. Con sor Mariana, menor que yo, cumplimos años, con dos dÃas de diferencia, en el mes de mayo y nuestra amistad, se inició, cuando ella hacÃa de enfermera, en mi ClÃnica Virgen de Lourdes, cuidando a la madre Cecilia. La madre Panchita, ahora en el reino de Dios, dispuso que los 8 de julio, en la iglesia y en el mes del Carmelo, desde el año 1970, hasta la fecha, celebren una misa de salud, para toda mi Familia.
Los Barrios Altos inolvidable, de mi época de estudiante en la Universidad Nacional de San Marcos, en la vieja casona del parque Universitario. Como olvidar la Plaza Italia, sus dos iglesias, el local del Ministerio de Guerra, el cine Conde de Lemos y al frente, si mal no recuerdo, el cine Delicias, asà como la casona del Buque, entre JunÃn y Huanta. Siempre en mi mente el paseo garboso de Paquita Pacheco, una linda señorita, que vivÃa en Carmen Bajo, en la acera del frente de mi alojamiento y que los sábados y domingos, derramaba su esplendorosa figura del brazo de un cadete de la Benemérita Guardia Civil del Perú, que, yendo el tiempo, se convirtió en mi estimado compadre cuando prestábamos servicio en la 17 comandancia de la Guardia Civil del Perú.Â
Seguro estoy, de mi época de estudiante, que ya no quedarán huellas en la acera, al pie de los árboles de pino, sauco, sauces y de nogales de la quinta Hering, pero aún resuena en mis oÃdos el ruido de la hojarasca que se quebraba bajos mis pasos y aún queda en mis ojos, la imagen de los propietarios, los señores Pardo Hering, cabalgando en sus caballos, altos y esbeltos, cazando palomas, con escopeta, en su fundo que llegaba hasta la orilla del RÃmac. Una o dos cuadras más arriba, como quien va, hacia 5 esquinas, la quinta Baselli, con pisos de mármol de carrara, blancos y brillosos, con escaleras al segundo piso y un corredor como balcón que daba vuelta al patio interior, allà vivÃan damas y caballeros, que eran visitas consuetudinarias de las hermanas Pérez Silva, con las que jugaban canasta y tenÃan largas tertulias los sábados por la noche y al parecer, uno de ellos, administraba muchas de las tiendas y alojamientos que estaban frente al mercado central, propiedad de las Pérez Silva.
La esquina de la piedra horadada, también es un lugar simbólico de la calle de Carmen Bajo, que se encuentra entre la cuadra 9 y 10, en la misma esquina, es una piedra de color negro, brillosa, de más o menos 80 cms. De alto por 40 cms de ancho, que tiene una especie de hueco en la cúspide y según dicen algunos comentarios por ese hueco, se escapó el diablo, aunque otros dicen que en esa piedra amarraban sus burros que cargaban los porongos de leche.
La fiesta de la Virgen de El Carmen, se iniciaba el primero de julio, con misas y rezos del Santo Rosario por las noches. Las vÃsperas el dÃa 15 estaban listas los castillos, con luces a colores y la retreta con la banda de músicos de la Guardia Republicana. Olor a incienso, a rosas y jazmines. Gente alegre comiendo anticuchos, bailando, llenos de alegrÃa, con gracia sin par, abiertos en su trato, regalando abrazos y sonrisas por doquier. En los callejones cercanos a la iglesia, habÃa fiesta con guitarra y cajón, casas adornadas con serpentinas, cadenas de papel cometa y globos de colores. Avellanas que explotaban o mostraban infinidad de lucecitas que iluminaban el cielo de los Barrios Altos. A las doce de la noche se prendÃan los castillos y la gente regalaba abrazos y besos, al sonido del repiquetear de las campanas y la alegrÃa de gente de todos los estratos sociales que se daban cita en los Barrios Altos, bailando en la calle o en los salones escondidos de los callejones, donde mulatas, de caderas cimbreantes y sonrisa acaramelada, mostrando la blancura de sus dientes, te daban la bienvenida y te invitaban copas de licor y platos de comida de arroz con pato, estofado de gallina, humitas y tamales. Cuantos personajes elegantemente vestidos con ternos negros, zapatos de charol, sombreros saritos de paja de Guayaquil y algunos con bastón con empuñadura de plata, también gente morena con ternos de chasqui blanco y corbata michi, bailando al compás de la guitarra y el cajón polcas y valses de cantantes criollos, con maracas, triángulos y castañuelas. A las 6 de la mañana el aguadito o el famoso caldo de gallina con presa, más un huevo encima de los fideos y la papa sancochada, con su rodaja de rocoto y perejil.
En el dÃa central, o sea el dÃa 16 de julio, la misa solemne, celebrada generalmente por el arzobispo de Lima y un coro de voces celestiales de las monjitas del Carmen, con el rostro cubierto, cantando como los ángeles y al ritmo de un órgano melódico, tocado por la madre Francisca en un cuarto, separado de la iglesia por un ventanal con rejas negras, por donde recibÃan la comunión, a continuación de la sacristÃa. Largas colas de los fieles, para recibir la Hostia consagrada y en seguida la procesión de la Virgen del Carmen, ataviada con sus mejores galas, dentro de un jardÃn de flores de rosas y claveles, cargada por sus fieles devotos de la Hermandad, que la paseaban recorriendo iglesias vecinas y por las diferentes calles de los Barrios Altos.
Cuántas anécdotas y cuántos recuerdos de los Barrios Altos. Noches eternas de estudios, de desvelos y amanecidas.Â
DÃas de fiesta, dÃas gratos de inmensa alegrÃa. Empanadas de carne, con chicha morada del Lambertos en la esquina de JunÃn y Abancay. DÃas inacabables de profunda angustia y preocupación. Momentos tristes interminables de profunda responsabilidad, viendo y observando como la vida va pendiendo de un hilo, sin poder hacer nada. ValentÃa y coraje. Lecciones de aprendizaje que te va preparando la vida, para afrontar, después, grandes pesares y tormentos. Â
Relatan que César Miró, vecino del Barrio del Chirimoyo, impresionado por los festejos de la Virgen de El Carmen y la belleza de su esposa, Carmen Montoya de Miró, protagonista de la pelÃcula La Perricholi del cine nacional, le compuso el vals “Se va la palomaâ€, cantada por la Limeñita y Ascoy y que se hizo muy popular:
SE VA LA PALOMA por César Miró
Vamos a la fiesta del Carmen Negrita
Vamos que se acaba ya la procesión
Vamos a bañarnos con agua bendita,
A ver si podemos lograr el perdón
Estoy en pecado por tu cinturita
Y por tus ojazos que son mi obsesión
Vamos que me tienta tu fresca boquita
Vamos que se acaba ya la procesión…
Jorge REINA Noriega
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