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LOS QUE VIVIMOS EL TERRORISMO

Pastillita para el Alma 22 – 09 – 2021 Vergüenza mía y ajena, es la que siento cuando leo un mensaje de un colega médico, desde luego, no de la Facultad de Medicina de San Fernando, ni de ninguna facultad de nuestra patria, cuando entre aturdido y asombrado leo, como se lamenta por la muerte

LOS QUE VIVIMOS EL TERRORISMO



22/09/21 - 04:18

Pastillita para el Alma 22 – 09 – 2021

Vergüenza mía y ajena, es la que siento cuando leo un mensaje de un colega médico, desde luego, no de la Facultad de Medicina de San Fernando, ni de ninguna facultad de nuestra patria, cuando entre aturdido y asombrado leo, como se lamenta por la muerte de Abimael Guzmán Reynoso, “el genocida más grande” que ha tenido nuestra tierra y como con todo el cinismo y la desfachatez, le pone el título de maestro, como si esta palabra, de tanta calidad humana, se puede compartir con alguien, que no respetó la vida de hombres, mujeres, ancianos, niños y lactantes que sucumbieron antes sus huestes asesinas en los años sombríos del terrorismo y vandalismo en el Perú.

Los que hemos vivido en carne propia y hemos sido testigos de la monstruosidad de gente quemada, descuartizada, con heridas sangrantes, de miembros calcinados, desparramados en el suelo o pegados en las paredes, no podemos quedarnos mudos y sin protestar por la insania de gente que no respeta nuestros muertos, esas personas inocentes que fueron víctimas del odio y la perversidad de individuos, que tienen el cinismo de llamarse “defensores de la democracia y de la igualdad en nuestro territorio”. De aquellos tenebrosos individuos que sin reparar en el dolor de los deudos, de cientos de familiares y de miles de pobladores que vieron como destrozaban y descuartizaban a sus seres queridos, enarbolaban la bandera de defensores de los derechos de los pobres, cuando más del 85 % de sus víctimas, eran quechua hablantes o de aquellos que en diferentes idiomas y dialectos, expresaban el dolor de sus sentimientos y el abuso de los que blandían, los machetes, las hachas, disparaban los perdigones, las balas, las piedras que como objetos contundentes rompían los cráneos de muchos de los verdaderamente pobres de nuestras serranías, de los valles, quebradas y hondonadas de nuestra variada geografía, que quedará manchada, por la sangre desparramada y marcada para siempre con la ferocidad de hombres sin ley, mandados por un nefasto personaje que dijo ser el dirigente máximo que luchaba por la igualdad de la gente, el inhumano presidente Gonzalo, a quien no le importaba los quejidos de dolor de  los sufridos campesinos, víctimas de sus sangrientos asesinatos. 

Si señores, nuestra patria y nuestra gente sufrió una gran tragedia, en la época del terrorismo, que muchos de los peruanos lo hemos vivido, algunos siendo testigos y muchos viendo las fotos y las imágenes en la televisión lamentando como sufrían nuestros compatriotas. Esas imágenes jamás serán borradas de nuestra mente de los que teníamos uso de razón durante esos años de la década del 80 y parte del 90. 

Es cierto y comprensible que muchos de los jóvenes que ahora están entre los 25 y 35 años, talvez no saben o no conocen la verdad del dolor de esas generaciones que fueron víctimas de la aberración de gente malévola. Es cierto que los currículos escolares han sido “maliciosamente modificados”, según el decir de los especialistas, haciendo que hechos del terrorismo, no aparezcan, en su verdadera dimensión y que intencionada o por descuido, los libros escolares de historia y las clases de la mayoría de los profesores, no recalcan estos episodios de la gran tragedia nacional de los años de la barbarie. Creamos, en el mejor sentido de la palabra, por no herir la susceptibilidad de los educandos o porque a los alumnos, los encubren con la mala intención de los educadores de la misma ideología de sus líderes escondidos y disfrazados ahora entre las bambalinas del poder o de sindicatos con tendencia de izquierda extremista.

Manuel Rubén Abimael Guzmán Reinoso, dejó de existir a los 86 años de edad en la cárcel de máxima seguridad de la Marina de Guerra del Perú, donde venía cumpliendo prisión perpetua por todo el daño que originó al frente de Sendero Luminoso y que costó la vida a más de 75.000 peruanos, entre hombres, mujeres, ancianos, niños y lactantes, la mayoría de ellos de condición humilde, campesinos de nuestras serranías y de las poblaciones menos favorecidas, con pérdidas de miles de millones de dólares contra la economía de particulares y de organismos públicos, al destruir torres de alta tensión, edificios, puentes, carreteras, edificios, casas y propiedades diversas, matar ganado vacuno, porcino, destruir sembrados, por la explosión de artefactos de dinamita y coches bombas y aún de niños a los que los utilizaba como “niños bomba, llevando amarrados a sus cuerpecitos, cartuchos de dinamita, que explotaban en reuniones de gente, volando por los cielos las extremidades y diferentes órganos de las criaturas, utilizadas como aparatos explosivos de destrucción siniestra.

Abimael Guzmán un hombre malo que desde su niñez se encaminó por la senda del odio y el rencor, tal vez, eso fue lo que le señaló su destino, porque en los comentarios escritos de Humberto Jara, siempre lo señala como un niño golpeado por la vida, desde el momento que nació, ya que ni siquiera fue reconocido por su padre biológico, deambulando por distintos lugares y familiares, que nunca le dieron un trato humano y su experiencia fue del sirviente maltratado, hasta la edad de los 15 años en que es recogido por la esposa chilena de su padre, la señora Laura Jorquera, siendo tal vez el único mérito que alcanzó, desarrollarse como profesional, llegando a ser docente en la universidad de San Cristóbal de Huamanga, donde su profesor Miguel Ángel Rodríguez Rivas, cambió su mentalidad de odio y rencor por las lecciones del comunismo, lo que a su vez, él se encargó de enriquecerlas con doctrinas siniestras en la que la vida de sus semejantes no valía nada, destruyéndola en forma cruel, creando, lo que en su mente diabólica, fue el sendero luminoso para llegar al poder, tal como lo especializaron en sus viajes que hizo a países extranjeros, donde existe el comunismo y en los que su destino actual y futuro, son funestos, como en Cuba, Venezuela y Nicaragua.

El 12 de setiembre de 1992 fue capturado Abimael Guzmán, gracias a un seguimiento de inteligencia realizado por el grupo del GEIN de la Policía Nacional del Perú, a mando del coronel Benedicto Jiménez y su equipo de detectives. Cayó el hombre sin disparar una bala, sin embargo, tuvo tiempo para dejar un mensaje siniestro a sus huestes, ante la pasividad de un oficial policial impávido, tímido y temeroso, ante la presencia de un personaje que se jugó la última carta, señalando su cabeza con su dedo índice derecho, afirmando que la “muerte le puede llegar a él, pero sus ideas quedarán para las futuras generaciones”. La “fiera”, la “bestia” el “monstruo”, como así lo calificaron muchos titulares de la prensa televisiva, hablada y escrita, apareció para la opinión nacional y mundial con su traje a rayas, con los números 1509, (fecha de creación de la Policía de Investigaciones del Perú) dentro de una jaula de barrotes de hierro. No había ningún signo de arrepentimiento, se mostraba enérgico, explosivo, desafiante y nuestras autoridades jamás se dieron cuenta de que ese comportamiento y esas actitudes de soberbia, eran la semilla que volaba en las alas del viento, como un mensaje a las futuras generaciones de gente de nuestras serranías, de campesinos pobres, donde el frio lastima y el silencio adormece…, arriba en la puna que es el imperio de los necesitados de pan, de instrucción, de salud, de cariño, donde son fácil presa de los que les lavan el cerebro, cómodamente les mienten y los engañan, donde más daño habían hecho sus huestes criminales con su violencia, desatando la muerte y su odio de terror, como objetos de vitrina o de espectáculo, para que la gente de la ciudad, entienda que ellos también iban a ser víctimas de su perversidad terrorista, si es que no se rinden y ahora,  comprendemos que esta “gente no aró en el mar, con el resultado de las últimas elecciones” en que muchos de  las personas, que ahora están en el poder, se esconden entre pieles de ovejas, disfrazando sus antecedentes de senderistas, con los expedientes judiciales, que muestran los periodistas y nuestras autoridades judiciales, policiales y ante la sorpresiva pasividad de los del parlamento nacional que no alzan su voz de protesta y no dicen ni hacen nada contundente ante el avance evidente del deterioro de nuestro amado Perú.

Ahora nos desgañitamos la garganta discutiendo que hacer con su cadáver, como si eso sería realmente importante, inclusive dándose una ley de urgencia en el congreso nacional para los terroristas que mueren en prisión, que seguramente, mañana cuando muera, alguien al que se le tiene encarcelado por “crímenes de lesa humanidad”, que no es de ninguna manera igual o comparable con lo que hizo Abimael Guzmán, será motivo de discusiones para utilizar los mismos procedimientos de incinerarlos y negarles el cuerpo a sus familiares para darles cristiana sepultura, sin tener en cuenta, que aquellos que, en otras épocas, que ya no se recuerdan, asesinaron, violaron a nuestras mujeres, robaron nuestras riquezas, nos esclavizaron y nos ultrajaron hasta la saciedad…, esos individuos, tienen monumentos en plazas y parques y muchas calles y avenidas llevan sus nombres o duermen plácidamente, el sueño eterno, en lugares sagrados, como los que nos conquistaron o más bien nos invadieron igual que con los de la guerra con Chile que desangró todo nuestro territorio, creando  vejámenes y heridas que nunca se olvidan.

Nuestro Perú tiene que cambiar. Tiene el derecho de ser una nación grande, por su posición geográfica, por sus grandes riquezas en sus 4 regiones naturales: el mar de Grau, la costa, la sierra y su selva exuberante y solo nos falta que vuelva a renacer el amor y el cariño a nuestra Patria grande, a nuestro Perú orgulloso, con su gente bondadosa, valerosa, desafiante y valiente ante las dificultades. Ese Perú que nunca se rinde, ese Perú en el que nacimos, donde crecieron nuestros hijos y crecen nuestros nietos, nuestro Perú que espera impaciente la Luz de la Verdad, creyente en Cristo y amándonos los unos a los otros con respeto a nuestros símbolos patrios y obedeciendo a nuestras verdaderas autoridades que aman y velan por el progreso de nuestra nación.


Jorge REINA Noriega
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